Raúl Mendoza Cánepa
El Ande no es marxista
Los peruanos buscan producir y trabajar, no entienden de odios

No es solo el socialismo castrochavista, está Sendero Luminoso detrás y también los fondos del VRAEM. Y los del propio Estado, porque los socialistas lograron colocar a un presidente, Pedro Castillo, y quien tiene la Presidencia tiene el Ministerio de Economía, y quien tiene la caja tiene también el dinero para comprarlo todo, cooptarlo todo, llenar de prefectos el país, alquilar congresistas y hasta hacer del Consejo de Ministros un instrumento de propaganda del odio, región por región. Si llegaron fue por suerte o por algo que ignoramos, porque el Perú y el marxismo no son compatibles.
Para Marx la gran guerra, en su concepción materialista dialéctica, es entre clases: la burguesía y el proletariado. Solo que Marx no previó que el conflicto se le caería de las manos cuando la clase media creciera exponencialmente y cuando los servicios ocuparan el 80% de la población económicamente activa en las ciudades. En el Perú, los “modernos” sociólogos entendieron que el resentimiento puede atizarse o cultivarse para producir un conflicto latente desde el indigenismo; desde la academia, con sus “ciencias sociales” (que de ciencia nada) y desde el movimiento de los infaltables agitadores de la guerra entre las “provincias” y Lima, lo que suelen llamar “movimientos sociales”. La estrategia de la izquierda es magnificarlo todo, un mitin puede serles multitudinario y una manifestación un fenómeno prerrevolucionario sin serlo.
¿Realmente puede concebirse una revolución desde el Ande? A decir verdad, el marxismo indigenista no tuvo el éxito que se esperaba; como no lo tuvo Sendero Luminoso, expulsado del campo por la gente a la que pretendía reclutar. Cuando el discurso no caló, apeló a la amenaza, a la masacre, al degollamiento y a apurar el salto maoísta del campo a la ciudad, con lo que su “incursión rural” se convirtió en un urbano juego policial, donde tenía desventaja frente a la Inteligencia de la Policía.
No hay forma. Los campesinos y, en general, los peruanos, son gentes que buscan producir y trabajar, no entienden de odios. Ya quisieran los campesinos, cuando no cosechan, hacerse algo del canon y participar en la extracción minera para no perder durante algunas estaciones del año. Ya quisieran las familias productivas del Ande contar con algo del dinero que pagan las minas a la improductiva burocracia local. No odian ni combaten. Lo mismo ocurre en la costa con los emprendedores y los trabajadores, sus prioridades no son hacer una revolución, sino producir, vender, trabajar, sobrevivir o prosperar y allí es que el Estado debe crear las condiciones.
En realidad, los activistas rojos en el Perú son unos miles, no son treinta y tres millones. Esos activistas fueron formados en la lucha de clases probablemente desde las escuelas y por maestros liberados de la prisión o radicalmente rojos a secas. ¿Una raíz del odio? Recuerdo que Pedro Pablo Kuczynski, que es lo más gringo y capitalista que ha postulado a la Presidencia en el Perú, ganó la segunda vuelta en el sur andino.
En unos meses un castizo candidato criollo podría bien hacerse del sur y las serranías si es que sabe explotar el punto débil del rojerío en las provincias: el fracaso y corrupción en los gobiernos regionales y las alcaldías. Lima hoy transfiere diez veces más que hace unos años y no se ejecuta. ¿A dónde van los miles de millones de soles del canon? No sabemos.
Quien postule a la Presidencia ganará en los pueblos no por su piel o ideología, sino por saber transmitir sobre el potencial de su geografía y su gente, sobre el valor de la infraestructura, la minería y el acceso a los mercados, sobre los caminos y puertos por conectar y sobre los mapas. Cuánta razón tenía Fernando Belaunde, y no lo supimos entender.
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