Eduardo Zapata

Educación virtual y default

La educación presencial ya es cosa del pasado

Educación virtual y default
Eduardo Zapata
27 de mayo del 2020


Como sabemos, el término
default no es grato para ningún economista. Porque implica que por equis razones una empresa o un país todo no puede honrar sus deudas. Así, la pobre palabra ha adquirido una connotación negativa. Una suerte de halo semántico la rodea, y este no es para nada positivo. Podríamos arriesgarnos a decir que ese halo asocia términos –también negativos– como crisis, situación defectuosa difícil de superar y hasta la penosa adjetivación ´tramposo´. “No honra sus deudas” podría decirse de una institución/país que cae en default. Nótese la incorporación que por contigüidad compromete hasta la palabra ´honor´.

Y claro que también default alude a una actualización de sistemas informáticos que suelen realizarse rutinariamente; lo cual no es negativo. Pero no es la connotación que la palabra tiene en el imaginario social. Lamentablemente, es lo que ha ocurrido con la educación virtual, a la que se ha echado mano en un contexto agravado por temores y desconfianza. A pesar de su ya viejo y noble origen –llevar educación allí donde no llegaba lo presencial–, y a pesar de sus virtudes y de ser futuro, se ha cargado de un valor negativo. Para el imaginario social, y como la pandemia ha suspendido el contacto presencial, ´se ha tenido´ apresuradamente que optar por lo virtual a fin de intentar ´salvar´ nominalmente el año escolar. Lo presencial era lo virtuoso; lo virtual era lo defectuoso.

Ya hemos visto que los padres de familia se han visto mortificados. Y hasta han solicitado rebajas en las pensiones por recibir una educación por default, per se entonces ´defectuosa´. Un reemplazo intolerable que, por añadidura, obligaba a muchos de esos padres a salir de su zona de confort, que presuponía ya el concepto de ´distancia social´ respecto a sus hijos. Una pena. Porque –y lo conversaremos con mayor detalle en algunas notas posteriores– la educación virtual no solo es el futuro, sino que ofrece ventajas acaso inalcanzables para la educación presencial. Que, obviamente, también tiene las suyas. Pero es pasado.

Aprovecho la oportunidad para saludar a todos aquellos maestros no millennials que –con iniciativa, trabajo y responsabilidad para con sus alumnos– han logrado empatía con sus estudiantes. Y es que más allá del esfuerzo de los maestros esa era la tecnología –lo virtual– que había moldeado ya cognitivamente sus cerebros. Más que probable que muchos profesores que inicialmente se asustaron ante el reto imprevisto, hoy se sientan más cómodos y recompensados que ayer.

Eduardo Zapata
27 de mayo del 2020

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