Juan C. Valdivia Cano

Derechos Humanos para principiantes (II)

Son requisitos indispensables para la realización del ser humano

Derechos Humanos para principiantes (II)
Juan C. Valdivia Cano
12 de octubre del 2023


Dignidad

¿Por qué se considera la dignidad como fundamento de los derechos humanos? ¿Por qué está tratada en nuestra Constitución y en otras en su primer artículo? ¿Por qué esa eminencia? Antes hay que hacer presente, por si acaso, que no hablamos de “dignidad humana” porque la dignidad sólo puede ser humana y nada más. Decir “dignidad humana” es una redundancia. Sólo el hombre es digno en el sentido que se da a la palabra “dignidad” en la vida jurídica moderna, inspirada en la idea de Kant y que aún es ´rara avis´ en nuestra tierra. ¿Cuál es ese sentido? ¿Y por qué sólo el ser humano es digno? ¿Y digno de qué es el ser humano? 

En tanto ser libre y consciente, actual o virtualmente, el humano moderno, emancipado de la tradición, del pasado y de toda autoridad mental, empieza a pensar con su propia cabeza y a considerar la posibilidad de estar solo como especie pensante y, por consiguiente, de ser único dueño de su destino, sin que esto signifique negar la influencia, el azar y las mil contingencias. Todo esto a partir de la idea moderna de que, en tanto especie e individualmente, es única, es decir, no clasificable: sui géneris. Ni natural ni divina. Y así llega a la convicción que no sólo puede hacerlo de hecho sino que tiene derecho a decidir sus propios fines o metas, autónomamente. Es más, en tanto ser libre, no puede evitarlo; ya sea porque no puede soslayar decenas de decisiones diarias, o porque no va a permitir que otro u otros decidan por él, o porque de permitirlo sería también el producto de una decisión: la perezosa decisión de admitir que otros decidan por nosotros. 

En pocas palabras, el hombre es digno o merecedor de señalar su propio destino, porque sabiéndose único e irrepetible, libre y consciente, no le queda otra opción. ¿Cómo permitir que otros nos señalen esos fines? ¿cómo permitir que nos digan cómo debemos vivir? Ni los padres, ni los apoderados u otras autoridades tiene potestad para ello. Sólo el ser adulto mismo, el ciudadano igual y libre, puede hacerlo, sólo él es digno. Si el principio de dignidad, tal como se le define, implica la idea de merecimiento, sólo el hombre merece su propio fin (su cuerpo, su espíritu, su vida y su muerte) y darse sus propias normas y medios para alcanzarlo.

El principio de dignidad es inédito jurídicamente hasta su consagración en las Constituciones modernas, en tanto válido para todos los hombres. Lo que significa que antes de esta época no había derechos humanos. Y es que no son “inherentes a la naturaleza humana”, como se dice, pues en tal caso hubieran existido desde las cavernas y en todas las comunidades humanas sin excepción. Son decisión y creación histórica. Y por eso no se llaman naturales o divinos sino humanos, del hombre y para el hombre. ¿Y, además, quién sabe cuál es la auténtica “naturaleza humana” que nos convenza a todos? ¿El ser humano es un ser natural?

 Si esos derechos son “humanos” quiere decir que no hay excepciones, que son para todos los seres humanos, incluidos los peores delincuentes. Esa es una característica que los separa de todos los “derechos” pre modernos y es una garantía para protegerlos. Hasta ese momento (el de la revolución moderna, especialmente anglosajona y francesa) no todos los hombres eran considerados iguales ante el derecho, habían unos “más iguales que otros”, no todos tenían libertad ni derechos. En realidad nadie los tenía, porque como el poderoso pre moderno, el señor de horca y cuchillo, tenía privilegios, los demás no podían tener derechos (una cosa niega a la otra). Y él no necesitaba tenerlos porque tenía las riendas reales del poder, el poder real, el poder de hecho, aunque sólo fuera de hecho. ¿Cómo hablar de dignidad en esa época?

Esto no es un reproche a las sociedades pre modernas, pues no podemos extrapolar nuestros valores aburguesados a etapas históricas del pasado. Es indebido y ridículo, por ejemplo, acusar a Gengis-Khan de autoritario. La dignidad, la libertad y la igualdad, como derechos comunes a todos los hombres, se dan sólo con la revolución moderna. Antes del siglo XV no había la idea de persona como ser único, irrepetible y singular, no había nada qué proteger. Uno de los fenómenos sociales más importantes que produjo la modernidad en Europa y la hizo posible fue, por ello, el principium individuationis, el sentido de individualidad. No había, antes del Renacimiento, principio o fundamento jurídico válido para todos por igual, los campesinos no tenían los mismos derechos que la aristocracia. 

La dignidad, en suma, es el fundamento de los fundamentos, la red en la que se sostienen todos los derechos humanos. Sin ella no tienen sentido.

Libertad

Según Isaiah Berlín, hay como mínimo doscientas nociones de libertad. ¿Qué hacemos frente a esta explosión de sentidos? Si no estamos en capacidad o no es posible sintetizarlas, sólo queda escoger una o más nociones para aplicarlas en temas precisos de acuerdo a objetivos precisos y con conceptos todo lo más precisos que se pueda. Eso es lo que intentaremos aquí: tomar dos sentidos de la palabra libertad. Ni los únicos ni los más correctos, sino los que parecen pertinentes en este caso. 

En primer lugar, la libertad es una capacidad de elegir, según la “condena” de Sartre (“el hombre está condenado a la libertad”). Escogemos, decidimos todo el día, desde minucias hasta asuntos de vida o muerte. No podemos evitarlo, por acción u omisión; elegimos hacer o no hacer, decidir o no decidir. Creo que eso ha querido decir Sartre. La otra idea de libertad está tomada de la antigua tradición griega estoica: libertad aquí significa tomar conciencia de las genuinas necesidades; o sea aquellas cuya satisfacción posibilitan la realización del ser humano específico, en todas sus potencialidades físico espirituales; individuales y colectivas.

Eso vincula la idea de libertad a la autoconciencia, al autoconocimiento, como su condición ineludible. Fue declarado en la antigüedad por el oráculo délfico. En la modernidad occidental se ha desarrollado como práctica sistematizada, como “ciencia”. Solo la persona (auto) consciente puede conocer sus auténticas necesidades y liberarse de ellas al satisfacerlas. Esa idea de libertad se relaciona con la de responsabilidad. Debo respetar la libertad y los derechos del otro, si verdaderamente creo en la libertad y en los derechos. Esto no se da por un proceso natural, sino por educación: la infancia y la adolescencia son las etapas decisivas. No hay responsabilidad ni libertad sin consciencia. Los derechos suponen deberes; éstos están antes que los derechos para un buen ciudadano. El primer deber de un ciudadano, que no sea una especie de caricatura, es el de respetar los derechos de los otros. 

Y la libertad también se relaciona con la responsabilidad gracias a la disciplina de las necesidades auténticas a satisfacer, porque también abundan las seudo necesidades y hoy más que nunca en la historia humana. Es ético lo que satisface una necesidad genuina. Y este ir tras las auténticas necesidades nos disuade o evita ir tras las falsas, nos hace responsables por conciencia, por reflexión y convicción, no por obligación. Esto descarta la infantil idea de libertad entendida como hacer lo que a uno le apetece, o le da la gana, sin límite ni control. Sólo el hombre consciente de sí y de sus necesidades genuinas puede ser libre de las falsas necesidades. Pero no hay derecho absoluto, ya que los derechos de los otros también existen y son lo primero y lo principal: los deberes humanos.

La libertad posibilita el desarrollo fluido de todas las fuerzas. Un pagano ejemplar, o “absoluto”, como se definía Guillermo Von Humboldt, decía: “El verdadero fin del hombre —no el que le señala la inclinación pasajera, sino el que le prescribe la razón— es el mayor y más proporcionado desarrollo de sus fuerzas y la integración de las mismas en un todo. La primera e imprescindible condición para este desarrollo es la libertad” (Prieto Sanchos, Luis. Sobre principios y normas: Problemas del razonamiento jurídico. Volumen 40. Editorial DIDOT, S.A. Madrid 1992.)

Igualdad

Uno de los rasgos de genialidad de los griegos es la creación del principio de “isonomía”. Fue una verdadera revolución contra natura. Como no tenían un pelo de tontos, sabían de las diferencias humanas de todo tipo y calibre: inteligencia, fuerza, sensibilidad, generosidad, estatura, anchura, etc. A pesar de esa conciencia, o gracias a ella, ellos determinaron libérrimamente que podían acordar por propia voluntad considerarse iguales ante la ley, aunque fueran en muchos aspectos desiguales. Lo importante es lo que hay de común en todos los seres humanos. Es verdad que en ese entonces eso se aplicaba sólo a los ciudadanos, y no todos lo eran: las mujeres y los extranjeros, por ejemplo, estaban excluidos. Pero el principio de igualdad ante el derecho había sido creado. Como corolario de ello ahora tenemos el derecho a la no discriminación, y en los países democráticos han desaparecido los privilegios antes legitimados. En el derecho internacional los extranjeros tienen los mismos derechos que los nacionales. El problema con el derecho a la igualdad es que no es fácil compatibilizarlo con el de libertad en los países del Tercer mundo. 

El problema de la igualdad real, o por lo menos el de un mayor equilibrio económico, se resuelve con riqueza económica, no con bellos y razonables artículos constitucionales o legales. Y no hay riqueza sin buena educación, sin un mínimo de calidad para llevar adelante cualquier empresa, económica o no. Esa riqueza requiere un tipo de ser humano que sólo parece posible a partir de ciertas condiciones históricas e ideológicas, es decir, educativas: una cierta apertura, una cierta razonabilidad y una cierta racionalidad que hay que inventar si no existe. Como en el Perú mayoritario, donde falla la calidad educativa, esta es más dogmática que crítica, más escolástica que moderna, etc. Pero la mala educación no es causa de sí misma. La causa de la mala educación no es, esencialmente, un problema técnico, pedagógico, didáctico, ni de método, ni plan de estudios. Todo eso se cambia siempre con cada “reforma” y con cada gobierno y nunca mejora la calidad educativa sino que cada vez es peor más bien. Parece que pesan mucho más y son más decisivos los paradigmas premodernos, la cosmovisión tradicionalista que reproduce una educación acrítica, repetitiva, etc. Y si no hay educación moderna, es decir, democrática, liberal y social vamos a seguir sin salir del subdesarrollo. 

En cuanto al tema de la desigualdad real o natural entre los seres humanos, no parece que se pueda resolver alguna vez. Y tal vez no sea deseable: ya lo han intentado los comunistas y los nazis en el siglo pasado. La equidad es eso que nos obliga a reconocer, independientemente de los deseos, que los seres humanos somos desiguales de hecho (aunque también, obviamente, tenemos muchos rasgos comunes esenciales). De ahí partimos para entender la igualdad de derechos entre seres desiguales y debido a esa desigualdad misma: “isonomía”.

Juan C. Valdivia Cano
12 de octubre del 2023

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