Raúl Mendoza Cánepa
De qué te avergüenzas
No es un demérito perder el empleo

La vida no es una línea ascendente ni recta. A veces es como el latido del corazón en un monitor, sube, baja, sube… Desde luego, "nadie más debe saberlo". Mi recuerdo más remoto es el de un hombre enjuto que visitaba la casa todos los fines de semana para venderle baratijas a mi padre. Relativamente viejo, agotado, exhalando siempre como a punto de morir. Llegaba desde el fin del mundo, trepando buses. Secándose la lámina de sudor de la nuca, mostraba las mercancías de su maletín. Mi padre las compraba cada semana sin necesitarlas, para juntarlas, verlas y buscarles una utilidad. .
Con los ojos salidos de las cuencas simulaba mal que estaba bien, sin acercarse a la imperturbabilidad del buen Zenón, conversando sosegado en la stoa o pórtico (de allí lo de "estoico"), después de haber visto hundirse sus riquezas en el mar, nada menos.
El hombre de las baratijas en el maletín sobreviene a mi mente en los momentos críticos. Reconozco su rostro, la enarcadura angustiada de sus cejas, que trataba de ocultar. Esconder que te va mal es colocarte una falsa " etiqueta". "No cuentes a otros que estás desempleado", "pon buena cara", "que crean que te va mejor que a ellos", “hazte el importante", "que tu Facebook sea la vitrina de lo bien que te va"...Mucha gente se avergüenza de no tener empleo o, peor, de no tenerlo años o de hacer lo que no hubieran hecho nunca... solo por urgencia o crispación. El mundo de las apariencias lo reduce todo a un mundo de vencedores y vencidos, a una malévola ilusión.
Lo que te va para mal es más fácil decírselo a quien no te conoce. Hace unas semanas un taxista me confesó tras años de rebanarse los sesos en la UNI y de hacerla bien de ingeniero, que no le quedó más que sacar el auto de la cochera para "recursearse" en ruedas. Ocurrió con un profesional que postuló como regidor en un municipio cuya planilla se completó con los cercanos del alcalde. No entró para regidor, pero (al volante de su viejo coche, taxeando) se le colmaban los ojos neblinosos en una Lima abigarrada y caótica donde algo pudo hacer. "Solo se lo cuento a los extraños", musitó sin mirarme.
"No tengo trabajo" suena a "hice algo malo", cuando de lo primero no hay que avergonzarse, como sí hay que hacerlo por robar, matar, extorsionar o ser uno más de esos políticos ladinos que se filetean las arcas del Estado. La gente no pierde el empleo porque quiere, no es un demérito, muchos son los factores exógenos que la juegan aún con los más entrenados. No siempre se puede tocar las cumbres, pero en las vastedades del desierto y cuando el emprendimiento (en pandemia) es una opción, asoma la esmirriada figura del hombre del maletín y ese sofoco que boqueaba humaredas que se espesaban en el aire, sazonado con alcohol y nicotina.
Aunque algún pendejo (por decírsela como Sofocleto) se envanezca en sus redes sobre lo mucho que tiene o los lugares a los que suele volar, ten la seguridad que nunca hay una razón para avergonzarse, salvo la de ser un exitoso prontuariado, que no es lo mismo que ser un prontuariado exitoso, tan común en estos lares.
COMENTARIOS