Raúl Mendoza Cánepa

De la completa inteligencia

Sobre Chesterton y el padre Brown

De la completa inteligencia
Raúl Mendoza Cánepa
24 de septiembre del 2018

 

Una de las mentes más lúcidas que atraviesa el último tramo del siglo XIX y el primero del XX es G. K. Chesterton, un escritor completo que domina con ironía y brillo la novela, el ensayo, los relatos y, con habitualidad, el artículo periodístico (que se le cuentan en miles). El escritor nos obsequia además una filosofía de la vida que reside en la humildad, la tolerancia, la inteligencia, la verdad y la misericordia, que corren como correlato de su conversión al catolicismo. Desde allí muchos prejuiciosos, que se precian precisamente de ser enemigos del prejuicio, se pierden de una literatura que nos advierte que, en ocasiones, la verdad se demuestra por paradojas. Más agudo que Shaw y que Wilde, Chesterton nos regala la inteligencia, la razón y la ironía para persuadirnos de verdades que nos trascienden. Chesterton fue un hombre de alegría desbordante en su vida diaria (dicen los testimonios) y lo fue en sus escritos; no en vano Borges confesaba haber encontrado los tiempos más felices en todas sus páginas.

No entraremos a analizar El hombre que fue jueves (una de sus mejores entregas), sino a un sorprende protagonista de sus relatos, el padre Brown. Este es un sacerdote que descubre grandes casos, desentraña los crímenes, conoce los móviles de los criminales antes que ellos mismos y penetra en el corazón humano. Nunca es llamado a descubrir nada, trata de pasar desapercibido, pero siempre está cerca de la escena del crimen. Su ingenio, su genio para la observación y la deducción, lo introduce en cada historia. El padre Brown tiene un valor agregado que lo convierte en algo más que un rutinario cazador de la verdad criminal: conoce el alma humana.

Ni Dupin ni Holmes ni Poirot ni Maigret tienen esa herramienta adicional que va más allá de la observación, que es el espíritu intuitivo, la profundidad y la sabiduría. Si alguien gusta de perseguir a un detective completo, aunque no sea lo suyo entregar al criminal sino reformarlo, tiene en el padre Brown a un héroe literario. “Soy un hombre, y por tanto tengo todos los demonios en mi corazón”, dice el sacerdote reconociéndose, sin embargo, como todos. Chesterton, que tenía grandes adversarios, conocía la sabiduría de oponerse a las ideas que creía erradas, pero nunca odiaba al contrincante. A contrapelo del odio de nuestro tiempo, en el que cualquier creencia o filiación convierte al sujeto en enemigo, pasando las ideas a un segundo o quinto plano. El escritor solía decir que en todo intolerante hay un hombre sin ideas.

Chesterton expresaba su sorprendente conocimiento de lo humano a través del padre Brown: “Los hombres suelen mantenerse estables en cierto nivel de bondad, pero ningún hombre jamás se mantuvo estable en un cierto nivel de maldad. La pendiente va cuesta abajo. Un hombre amable bebe y se hace cruel. Un hombre franco mata y después miente sobre ello”. Nuestra naturaleza revelada en el fuego de la inteligencia. “La humildad es la madre de los gigantes. Uno ve cosas grandes desde un valle, pero solo cosas pequeñas desde una cima”, moral que supera a la vanidad de los intelectuales que superponen su nombre a la obra.

Gramsci decía que Sherlock Holmes parecía un colegial al lado del padre Brown, que es racional, pero conoce mucho más de la vida que el personaje de Arthur Conan Doyle. Ciencia, razón, intuición, sabiduría, psicología, destreza en las contradicciones, conocimiento del alma humana y compasión. De verdad, no se puede pasar por la vida sin conocer al padre Brown.

 

Raúl Mendoza Cánepa
24 de septiembre del 2018

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