Raúl Mendoza Cánepa

De derechas y de izquierdas

La derecha debería enarbolar un discurso laico

De derechas y de izquierdas
Raúl Mendoza Cánepa
26 de mayo del 2019

 

Para saber qué es “derecha” habría que ubicarnos en lo que hay. Por un lado, un liberalismo que perdió el norte, cediendo agendas al progresismo; y segundo, un movimiento a la derecha que no logra sostener un discurso sin desprenderse de la fe. Si de debates intelectuales hablamos, poco es lo que se tiene que decir. El progresismo “liberal” es un postulado centrado en los derechos civiles, una suerte de acomodo vintage que considera al Perú una sociedad de dominados o dominadas cincuenteras.

Pero no se apure, que ya la “lucha de clases” perdió el sustento. El clavo quemante está dentro de la familia, allí donde (por fibra sensible) el grupo se desintegra más fácilmente. El progresismo es un retorno a la simplificación del mundo entre buenos y malos, solo que el malo ya no es el patrón que come de tu pobreza, sino aquella persona a la que le hablas en lo cotidiano, aquel con el que convives. Pero empoderar ya no es igualar, es desbalancear el poder. Como Marx, este cambio no lo puede hacer la sociedad, todo pasa por el tamiz de la ley: ya no solo la economía, también tus vínculos, el valor de tu vida o la gestión y concepto de tu sexualidad.

El liberalismo progresista releva al discurso económico. Ya no se trata de crecer. Los pobres pasaron a la segunda planta; ya no quieren pelear, quieren hacerse ricos como sus patrones. El error de este progresismo fuera de época es que no se detiene en los avances como la alfabetización, igualdad de derechos, representatividad, corrección política, etc. En el siglo XXI la pregunta ya no es “¿cómo creamos bienestar económico?”, sino “¿cómo empoderamos a unos grupos sobre otros fuera de los viejos clichés de clase? ¿Cómo empujamos la vieja lucha clasista hacia categorías civiles sensibles a la desintegración?”.

Frente a ese liberalismo progresista, la derecha no nos vuelve a Bartolomé Herrera y a la soberanía de la inteligencia del siglo XIX, solo a la ética privada según la fe. “El sexo es para procrear”, dicen, desvalorizando el placer; “el aborto es un pecado” y “la homosexualidad una afrenta a Dios”. No es una buena defensa. Para la sustentación estas frases no sirven de nada. El poder de la dialéctica es la lógica, no la metafísica. No obstante, en un pueblo fervoroso y conservador (y que “Perú adentro” no es culturalmente horizontal sino vertical, religioso, machista y paternalista), un líder a la derecha, que atice el fuego contra agendas laicas importadas o enemigos maléficos que quieren destruir a “sus familias”, puede avivar inquietudes y tener jale electoral. El problema es que la derecha carece hoy de un líder articulador, lo suficientemente estratégico para identificar esas amenazas y generar corrientes de resistencia y masa.

Lo correcto desde la razón es que la derecha enarbole un discurso laico. Podría eximirme de explicar lo que es un discurso laico de derecha con el ardid que ella no lo necesita; pero sirve a la administración de su academia sostener que la igualdad de derechos es más razonable que el poder que desequilibra hacia uno de los lados, que la violencia es nefasta venga de donde venga, que solo los jueces sentencian, que la inocencia es la única presunción racional, que la disposición del propio cuerpo es válida (si no afecta la vida de otro), que el concepto de salud pública no discrimina a terceros involucrados directamente, que la vida sexual no es asunto de Estado, que la autoridad de los padres es inalienable, que la democracia no es ilimitada, que el plebiscito es poco fiable en materia de decisiones, que la libertad económica prevalece a la política, que la representación puede y debe ser eficiente, que la masa no es  vox dei,  y que son garantía de bien general la libertad en orden, el buen mando y los buenos equipos.

Argumentos contra argumentos en un debate de posiciones sin odio, aunque dada la retardada agenda progresista, se extraña al viejo liberalismo. Con él, este hubiera sido un diálogo más político, más esencial, más público, más rico. Como el de Sánchez Carrión contra Monteagudo o como el de los Gálvez contra Herrera.

 

Raúl Mendoza Cánepa
26 de mayo del 2019

NOTICIAS RELACIONADAS >

La gente está harta

Columnas

La gente está harta

Las encuestas son fotografías: capturan un instante, pero no ga...

03 de febrero
Trump, mi wayki, mi hermano

Columnas

Trump, mi wayki, mi hermano

En 1823, James Monroe, ante el congreso americano sentenció: &l...

27 de enero
Ese otro en ti

Columnas

Ese otro en ti

La política, decía Aristóteles, es la más ...

20 de enero

COMENTARIOS