Carlos Adrianzén

Cómo salir realmente del hoyo

Liberalizar, privatizar y reducir ministerios

Cómo salir realmente del hoyo
Carlos Adrianzén
01 de julio del 2019

 

Ya no es ningún secreto. Hemos caído en otro bache macro y microeconómico. Si bien mantenemos un destacable grado estabilidad nominal (una inflación baja), crecemos cada vez menos y perdemos competitividad cada vez más. Esto es así a pesar de los favorables precios internacionales que aún recibimos, y es consecuencia de la receta económica estatista aplicada hace más de siete años. Aunque pocos lo repitan, la economía peruana ha dejado de recuperarse respecto al PBI global por persona, mientras su tasa de inversión privada y competitividad se deterioran consistentemente.

Aquí la clave implica el diagnóstico. Como en todo ambiente en el que se discute poco, las necedades llegan a convertirse en reglas. Una de ellas es la afirmación tajante de que en el Perú “abundan los diagnósticos”. Se dice esto induciéndonos a pensar que —frente a un determinado problema— “hacer algo” resulta mucho mejor que “no hacer nada”. Y esto simplemente no es cierto. Grandes errores y negociados de gobierno se justificaron en las encuestas y en la idea de que había que hacer algo (popular).

Por otro lado, resulta sano reconocer que existe un solo diagnóstico razonable y muchísimo diagnóstico errado o demagógico. Diagnósticos que no solamente se ajustarían a los hechos, sino que venderían ideología, intereses privados o simple ineptitud burocrática. O el combinado de todas las anteriores. También resulta sano ponderar que, planteado un diagnóstico razonable –no necesariamente uno cómodo o popular— es crucial establecer objetivos factibles e identificar instrumentos y restricciones. Justamente este es el arte del manejo económico e implica tomar acciones de política enfocadas en el largo plazo y el bien común. No se trata de “hacer algo”, sino de hacer algo bien. En esto último —reconozcámoslo— los peruanos somos muy malos. 

Nuestros gobernantes y legisladores son el reflejo de directo nuestros electores (por elección o por tolerancia); y estos electores —mayoritariamente— registran una pobrísima educación económica (creen que somos ricos y que las causas de todos nuestros males son la corrupción burocrática y la desigualdad) de la mano su deplorable práctica ciudadana (siempre optan por lo emocional o lo fácil). Sí, hoy la mayoría de nosotros cree que Vizcarra está combatiendo la corrupción, cuando en realidad solo la profundiza. Y lo hace hoy (1) inflando el tamaño de los botines presupuestales; (2) castigando selectivamente a sus enemigos políticos; (3) por su incapacidad para reconstruir íntegramente instituciones elementales (Judicatura, Fiscalía y Policía); (4) o introducir severos incentivos legales (reglas acotadas e implacables) anticorrupción, a todo nivel burocrático.

Dado que la data peruana contrasta que tenemos indicadores de nación pobre, cerrada al comercio y subdesarrollada; el punto de partida para salir del hoyo implica cambiar. Es decir: pasar (1) a ser una nación respetuosa de sus instituciones republicanas; y (2) a limitar mucho más el poder de los burócratas que nos gobiernan. Sin esto, para empezar, resulta inverosímil que salgamos del hoyo económico actual.

Haciéndolo, recién podremos transitar hacia la etapa siguiente: crecer sostenidamente y ganar cada vez más competitividad. Para esto último hay que hacer dos cosas. La primera es muy sencilla: hay que perder la fe ciega, la fe ciega que nos hace apostar por un impulso fiscal que siempre nos lleva al fracaso. Y es que inflar el gasto (en partidas de tremendamente baja calidad y alta corrupción burocrática) y financiar esto con deuda cara e impuestos destructivos es algo muy cercano a la irracionalidad. Por más de moda que esté el oxímoron llamado impulso fiscal.

La segunda cosa implica seguir una sencilla receta: Destrabar negocios e inversiones locales y extranjeras. Es decir: (1) liberalizar el mercado de trabajo y de divisas; (2) privatizar la salud, educación y proveeduría de inversión en infraestructura; y (3) desmontar el abultado andamiaje de ministerios, regulaciones y controles introducidos desde 1997 a la fecha. Idealmente transitar a cinco ministerios (Presidencia del Consejo de Ministros, Economía y Finanzas, Servicios Públicos, Proveeduría de Infraestructura y Producción) con formidables ganancias en cobertura social.

Finalmente, para ganar competitividad de mercado no sirven ni el discurso ni las consultorías. Además de limpiar las aludidas distorsiones es necesario abrirnos agresivamente al comercio e inversión global. Y reconocer que dados nuestros retrocesos sostenidos post 2011, habrá que ser pacientes. Los mercados no funcionan instantáneamente, ni la burocracia deja de generar trabas sin eliminar a rajatablas regulaciones y dependencias. Lindos planes de mejora sectorial dibujan un saludo a la bandera, no sustituyen la drástica disciplina de un mercado abierto. Las acciones aisladas y puntuales en infraestructura, ámbito laboral, justicia, ambiente de negocios, logística, capital humano y tecnología e innovación resultan fáciles de entrabar por una burocracia hipertrófica y regulaciones abultadas.

Cierro con este detalle: implementar en forma persistente esta draconiana prescripción, requiere liderazgos transparentes. Al principio hacerlo no resultará algo popular y habrá que explicarlas (dadas las creencias que tanto la estafa de la educación pública peruana cuanto nuestra clase política- nos han inoculado desde los fines de los años treinta). Pero la tarea pendiente no es opcional. Y su alternativa es el fracaso seguro y acumulado. Como recordará usted por experiencia en la escuela y fuera de ella, las tareas pocas veces las elegimos nosotros.

 

Carlos Adrianzén
01 de julio del 2019

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