Mariana de los Ríos

Civil War: violencia sin contexto

La película de Alex Garland muestra un posible apocalipsis estadounidense

Civil War: violencia sin contexto
Mariana de los Ríos
30 de abril del 2025


El director británico Alex Garland (Londres, 1970) es conocido por sus películas de ciencia ficción cerebral, como
Ex Machina (2015) y Annihilation (2018). Sin embargo, el año pasado se aventuró en el terreno de la guerra especulativa con Civil War (2024) una distopía en la que Estados Unidos se ha fragmentado en facciones armadas –con California y Texas formando una inesperada alianza llamada el “Frente Occidental”–, enfrentadas al gobierno central, encabezado por un presidente autoritario que ha extendido su mandato a un tercer período, disuelto el FBI y ordenado ejecuciones públicas de periodistas. Una película que algunos consideraron la gran olvidada de los premios Oscar 2025, y que ahora llega a nuestros hogares como uno de los más recientes estrenos de Netflix.

La trama sigue a un grupo de periodistas que viajan desde Nueva York hasta Washington D.C. con la esperanza de entrevistar al presidente antes de que el Frente Occidental lo derroque. Entre ellos destacan Lee (una Kirsten Dunst contenida y endurecida por la experiencia), el impulsivo Joel (Wagner Moura), la joven aprendiz Jessie (Cailee Spaeny) y el veterano Sammy (Stephen McKinley Henderson). Su travesía funciona como una excusa narrativa para mostrar un país colapsado, donde lo cotidiano ha sido devorado por la lógica del enfrentamiento armado: cadáveres colgando en autopistas, centros comerciales arrasados, tiroteos constantes y una paranoia generalizada donde nadie sabe de qué lado estás.

En lo formal, Civil War es incuestionablemente impresionante. El gran presupuesto, récord para su productora A24, se nota en cada plano: hay una meticulosa dirección de arte, una fotografía hipnótica que transita entre la belleza y el horror, y secuencias de acción que se sienten viscerales e inmersivas. Garland tiene un manejo impecable del ritmo y la tensión, y logra que cada parada del viaje cargue con una amenaza latente. En este sentido, el film se disfruta como thriller bélico, como una especie de road movie al borde del abismo.

Sin embargo, detrás del despliegue técnico y la adrenalina constante, Civil War presenta una paradoja que termina por socavar su fuerza: pretende ser una reflexión sobre el periodismo y los horrores de la guerra, pero evita a toda costa comprometerse con una lectura política o ética clara. Garland ha dicho que su intención era retratar a los periodistas como observadores objetivos, pero esta decisión se siente más como una estrategia de evasión que una propuesta estética firme. La película no ofrece contexto suficiente para que el espectador comprenda el conflicto ni para que empatice con quienes lo viven. El presidente es autoritario, sí, pero sus oponentes no están mejor definidos. No hay ideologías, solo bandos armados. No hay preguntas profundas sobre las causas del conflicto ni sobre la responsabilidad de quienes lo registran. Todo parece existir para que la cámara capte imágenes impactantes, no para que comprendamos el porqué de la tragedia.

Esta falta de profundidad narrativa hace que la película se sienta emocionalmente fría. A pesar del caos y la destrucción que Garland muestra con gran pericia, no llega a impactarnos. Hay tensión, hay horror, pero no hay corazón. Los personajes están delineados de forma funcional, y el drama humano queda supeditado a lo visual. En lugar de preguntarse qué significa ser testigo en medio de la barbarie, el film parece más interesado en que no te aburras. Como si el objetivo fuera ofrecer un Call of Duty con sensibilidad de autor.

Algunos críticos han sugerido que Civil War es, en el fondo, una crítica al sensacionalismo del propio periodismo. Pero si ese era el objetivo, Garland no lo desarrolla con claridad ni convicción. Su aproximación a los reporteros es superficial: no hay editores, no hay redacciones, no hay una reflexión genuina sobre la circulación de la información o sobre su relevancia en un país en ruinas. El film opta por la ambigüedad estética, sin asumir el peso de lo que representa.

Civil War es una película que impresiona más de lo que conmueve. Su indiferencia ideológica en un contexto tan cargado como el actual se siente irresponsable más que provocadora. Es cine de guerra sin alma, imágenes sin historia. Y aunque muchos esperaban que fuera una de las contendientes serias en la temporada de premios, su exclusión de los Oscar quizás diga más de lo que parece: una historia sobre una guerra civil que, paradójicamente, evita todo conflicto real. ¿Es eso valentía formal o miedo a incomodar? Tal vez Garland aún no lo sepa.

Mariana de los Ríos
30 de abril del 2025

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