Mariana de los Ríos
Mickey 17: ciencia ficción satírica
La nueva película del coreano Bong Joon-ho, el director de la premiada “Parásitos”

Mickey 17, la esperada película de Bong Joon-ho (Corea del Sur, 1969) marca su regreso a la ciencia ficción –género en el que ha entregado obras tan conocidas como Snowpiercer (20013)–, y es su primera película al tras el éxito mundial de Parasite (2019), ganadora de cuatro premios Oscar. Adaptación libre de la novela Mickey7, de Edward Ashton, un relato que mezcla la sátira política y la crítica social, y que además es protagonizada por un Robert Pattinson (Londres, 1986) que interpreta a dos personajes físicamente similares, pero con personalidades muy distintas.
La historia se sitúa en un futuro no tan lejano, cuando la Tierra está comenzando a ser inhabitable y una misión liderada por el megalómano Kenneth Marshall (interpretado Mark Ruffalo) busca colonizar el planeta helado Niflheim. En esta expedición viaja Mickey Barnes (Pattinson), un “expendable”; es decir, un ser humano desechable,al que se le encargan las misiones más riesgosas, porque cada vez que muere es vuelto a “imprimir” (clonado), y su memoria “recargada” con los recuerdos del original. Los problemas se inician cuando Mickey 17, supuestamente muerto tras caer en una grieta, sobrevive gracias a unos seres nativos apodados "creepers"; mientras su copia, Mickey 18, ya ha sido impresa. A partir de ahí, las dos versiones del mismo hombre compiten para sobrevivir, amar y definir su identidad.
Bong hace de esta película una sátira directa, sin sutilezas, con personajes abiertamente caricaturescos. Ruffalo interpreta a Marshall como una parodia apenas disimulada de Donald Trump: cabello blanco exagerado, sonrisa falsa, delirios de grandeza y una retórica nacionalista que roza el fascismo. Su esposa Ylfa (interpretada por Toni Collette) se presenta como una figura igual de grotesca, obsesionada con encontrar la “salsa perfecta”, mientras impulsa la xenofobia y el exterminio de especies autóctonas. El simbolismo es tan evidente que pierde fuerza: hay poco espacio para la ambigüedad, todo se grita en lugar de insinuarse.
Pattinson, por su parte, asume con convicción su doble rol. Mickey 17 es torpe, inseguro, casi infantil; Mickey 18 es frío, cínico y violento. El actor logra diferenciarlos con matices físicos y emocionales efectivos. La tensión entre ambos, especialmente cuando entra en juego su relación con Nasha (Naomi Ackie), ofrece momentos de humor y dinamismo. Sin embargo, el guion deja vacíos difíciles de ignorar: ¿por qué solo hay un expendable? ¿Por qué no se explotan las posibilidades éticas o estratégicas de la clonación?
Visualmente, Mickey 17 deslumbra. Las cavernas de Niflheim, con sus tonos azul zafiro y estructuras cristalinas, resultan originales y envolventes. El diseño de producción, que recuerda a Metrópolis y Snowpiercer, transmite una sensación de opresión y desarraigo. La fotografía de Darius Khondji acentúa ese contraste entre el mundo tecnológico y el cuerpo humano degradado, ofreciendo algunas de las imágenes más potentes de la película.
Sin embargo, donde antes Bong combinaba con maestría la sátira, el drama y el comentario social, aquí parece perder el equilibrio. Mickey 17 es a la vez una comedia negra, una tragedia existencial y una fábula política; pero en lugar de integrar estos registros, los yuxtapone, y el resultado es una película que por momentos se siente errática y saturada. El humor negro rara vez alcanza su efecto, y los momentos más críticos tienden al sermón.
Aun así, Mickey 17 no es un fracaso. Es una obra arriesgada, con una propuesta estética poderosa y reflexiones pertinentes sobre identidad, sacrificio y explotación humana. En comparación con la sofisticación narrativa de Parasite o incluso con el caos controlado de Snowpiercer, aquí Bong luce menos preciso, más disperso. Mickey 17 es cine de autor con músculo visual y discurso provocador, pero que se extravía en su propio laberinto.
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