Francisco Swett

¡Arresto domiciliario!

El confinamiento es una medida sin presente ni futuro

¡Arresto domiciliario!
Francisco Swett
27 de abril del 2020


La pandemia ha puesto de moda términos relegados para las personas privadas de libertad. Confinamiento y distanciamiento son eufemismos para el
hashtag del momento #QuédateEnCasa que, dicho en forma más clara, se traduce en “queda Ud. bajo arresto domiciliario”. 

Las propuestas son ejecutadas por gente que funge de autoridad y que, si fuesen contadores, no sabrían cómo llevar libros con doble registro. El endeble sustento normativo se origina en políticas públicas confusas, arbitrarias y con un costo económico inimaginable que, contrariando discursos, no harán que pasemos a vivir en un mundo bucólico de simpleza y virtudes, ecológicamente correcto. Será más bien un mundo marcado por la extrema pobreza inducida por el encierro y la pobre calidad de vida. En ese mundo futuro, más asimétrico que el anterior, los pobres serán más pobres, los hambrientos sufrirán más privaciones y los marginados verán desvanecerse cualquier esperanza de redención. El forzado divorcio de la economía y la salud contradice la relación simbiótica que debe existir entre una economía y una sociedad próspera, sistemas de salud funcionales y población que vive con bajas tasas de morbilidad.

La desigualdad no es el producto de una gran conspiración, sino de la asimétrica acumulación de capital. Una acumulación que se produce cuando existen economías libres con mercados de capital robustos que “paren y multiplican” el recurso que, de mejor forma, sustenta la prosperidad. Dicho de otra forma, a diferencia de la tierra, que es finita, y el trabajo, que es denso en cuanto a su movilidad transversal o vertical (y cuya remuneración real es determinada por la productividad), el capital se regenera en un orden de múltiplos respecto de la economía real. El capital, finalmente, no desplaza, sino que es más bien requerido para incrementar la eficiencia del factor tierra y del trabajo. 

Condenar el consumo es cuestión de gustos. Soy de los que aborrece el consumo conspicuo pero, más allá de cualquier antipatía que sienta hacia él, es cuestión de gustos (incluyendo el mal gusto). Son decisiones tomadas por quienes poseen el capital, sin olvidar que detrás de todo objeto de consumo, desde el caviar hasta las joyas y los regalos de Navidad, hay empleos de por medio. Son empleos que dejarán de existir cuando, en aquel mundo bucólico, sean los planificadores quienes decidan qué se oferta y a qué precios. 

Otro factor importante a considerar es que en sociedades como las nuestras –donde el acto de ganarse la vida es, para gran parte de la población, una diaria tarea por sobrevivir– el confinamiento es una medida sin presente o futuro. La informalidad que acompaña ese tipo de vida no solo se limita a la alimentación, la vivienda y la familia, sino a los hábitos de trabajo y a la naturaleza del comportamiento de los informales. Los protocolos de la vida informal son variables según se tenga hambre o no; no hay patrono que responda o jefe que dé órdenes, y el libre albedrío no tiene límites convencionales: sin horas o días de trabajo y con un cálculo de subsistencia que no puede fallar. La beneficencia tiene vocación asistencialista, pero la entrega de alimentos y vituallas es una empresa insustentable que dura mientras el donante tenga los medios o la voluntad de servir. 

El distanciamiento, finalmente, es también contra natura. El ser humano era gregario por naturaleza mucho antes de Rousseau. La sociedad humana es un concepto que evoca colectivos y multitudes con sus funcionalidades y disfuncionalidades, y ese paradigma no puede ser cambiado por edicto. Sin embargo, la ciencia epidemiológica no tiene al momento más herramientas que las citadas. En el episodio de la Muerte Negra, en el siglo XIV, la gente también recurrió al aislamiento y hubo casos reportados de familias enteras que, una vez provistos de alimentos y vituallas, decidieron tapiarse en sus viviendas en un intento de salvarse de la peste. La mayor parte de tales experimentos fueron fallidos, ya sea porque la infección de todas maneras llegó o porque simplemente enloquecieron. En nuestro tiempo, los experimentos con los candidatos a astronautas en reclusión extendida, ya sea en la estación espacial o en los hábitats de confinamiento, dan fe del estrés al que están sometidos los seres humanos cuando se les priva de la vida en sociedad.

Mientras no se entienda los alcances y confines de la pandemia del siglo XXI estaremos relegados a quedarnos tapiados en los claustros impuestos por los gobiernos. Es el mayor experimento que se ha dado en materia de arresto domiciliario, bajo la sentencia simple pero terminante de: “Tiene razón, pero va preso”.

Francisco Swett
27 de abril del 2020

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