Carlos Adrianzén
Aquí se juega la historia peruana
El régimen se hace más mercantilista y populista
Así es la vida. En los próximos días todos estaremos expuestos a artículos, discusiones televisivas, charlas cotidianas y —solo si nos hemos portado mal— a aburridas (con apariencia de sesudas o informadas) discusiones laborales sobre el panorama económico para el año entrante. En estas líneas, le advierto, no voy a hacer eso.
Desdichadamente el ambiente local y global resulta tan incierto y sobrepuesto, que hacer predicciones —aunque los dados económicos para varios meses del año entrante ya estén tirados— resulta un negocio muy incierto. Tan incierto como para que sea poco juicioso asegurar que el año entrante nos irá maravillosamente, o igual de aburrido que este año, o será el inicio de un panorama económico de perros.
Las explicaciones para tal escala de incertidumbre son diversas. A pesar de ello, y con la intención de brindarles criterios útiles, les propongo tres planos a considerar para que cada quien (dados su temores, recónditos deseos, ideología o simplemente su humor navideño) dibuje su propio 2019. El primero tiene que ver con el pasado y sus lecciones. El segundo enfoca el presente y sus intereses. Y el tercero busca integrar tendencias sociales locales que modelan nuestro futuro.
Hablando del presente les recuerdo que el presente económico nacional es bastante politiquero. El comportamiento de la inflación, de un anodino ritmo de crecimiento económico (que destaca regionalmente), así como las casi equilibradas brechas fiscales y externas, nos permiten engañarnos. Parece que estaríamos manejándonos bien, cuando solo estamos retrocediendo. No es solo que la morosidad bancaria se duplique en pocos meses o la rentabilidad de los bancos se deprima constantemente, o que los flujos anualizados de inversión privada en términos reales para este año resulten significativamente menores que los del el 2013.
El lado feo de la economía peruana pre 2019 implica la continuación entusiasta de los retrocesos de política económica poshumalistas en materia fiscal, regulatoria o laboral; de los escándalos y controversias asociados tanto a los escándalos de corrupción (y la lógica parálisis que implica en la toma de decisiones burocráticas de rey a paje); y del sesgo hacia no hacer olas. La silente negación a la renovación de la Ley de Promoción Agraria es bastante sugestiva: están debajo de la cama y solo optan por ceder y ceder a cualquier presión de grupo estentóreo.
El segundo plano nos lleva a Venezuela. Nada puede despertar más cegueras e iras santas que destacar lo obvio. Lo que acabamos de hacer y nos está haciendo daño. Con lo acaecido desde el 2011 a la fecha en País transita hacia un régimen más mercantilista y más izquierdista. De hecho, el último plebiscito sobre cuatro cambios constitucionales de lo más populistas y la amenaza pública que se va a continuar por esta senda implican una señal económica muy destructiva para cualquier analista de riesgo-país cuidadoso. Nótese: los errores de política fiscal, monetaria o regulatoria configuran señales malas; pero el inicio de un proceso abierto de cambios constitucionales orientados al populismo y el intervencionismo estatal es una noticia pésima.
Hoy, tal vez, la diferencia más poderosa entre Lima y Caracas es el número de plebiscitos. Uno contra veinte. En este punto notemos con qué entusiasmo muchos —por candidez, falso optimismo o apresuramiento— encuentran exageradísimo hacer esta conexión. Muchos en Caracas, a inicios de la gestión de Chávez, sostenían que este no era más que un populista simpaticón. En Lima, hoy qué bien nos haría recordarle sus límites a este presidente accidental.
Pero si algo hace muy importante el 2019 es que el futuro inmediato de la economía peruana se jugará en los próximos meses. El 2020 es un año electoral y el 2021 otro de festejos. El cambio hacia un régimen más mercantilista, socialista y consecuentemente más corrupto se hará —si los dejamos hacerlo— el 2019, y envuelto en retórica populista.
Recordémoslo. No hemos aprendido tanto como creemos. No somos, como algunos ilusos sostienen, más listos que nuestros hermanos venezolanos. El que hoy día, enceguecidos por el deterioro de nuestras instituciones, no lo percibamos solo comprueba esta hipótesis.
Una buena dosis de cuidado político es lo que nos haría mucho bien recibir como valioso regalo de navidad.
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