Javier Agreda

Animales luminosos

Reseña de la más reciente novela de Jeremías Gamboa

Animales luminosos
Javier Agreda
16 de marzo del 2022


En el año 2013 Jeremías Gamboa (Lima, 1971) publicó su primera novela,
Contarlo todo, que impulsada por los elogiosos comentarios de Mario Vargas y otros escritores se convirtió en un éxito de ventas en el mundo de habla hispana. No obstante, la crítica encontró en esa novela demasiados errores, desde descuidos injustificables en el estilo hasta una evidente falta de desarrollo de los aspectos temáticos y de significados, incluyendo el error de citar el inicio del Evangelio de San Juan como si fuera el primer capítulo del Génesis. La novela se inscribía en la tan cuestionada corriente narrativa denominada “autoficción”, y era como si efectivamente Gamboa estuviera “contando todo” sobre su propia vida, pero descuidando bastante la construcción de los personajes, la creación de situaciones dramáticas y hasta los diálogos. Es decir, todo aquello que hace a una obra narrativa. 

Ocho años después Gamboa presenta su segunda novela, Animales luminosos (Random House, 2021), en la que parece haber atendido a buena parte de esas objeciones. En primer lugar, hay un mayor mayor cuidado en el uso de las palabras. Las descripciones también resultan más precisas y funcionales. Sin lugar a dudas, hay en esta novela un mucho mayor trabajo de corrección y edición. Pero el cambio más significativo es que el autor ya no pretende contarnos toda su vida; sigue narrando a partir de sus vivencias personales, pero esta vez se limita a sus experiencias en la Universidad Boulder, Colorado, en la que estudió una maestría. Específicamente lo que cuenta es cómo un heterogéneo grupo de estudiantes (dos norteamericanos y dos latinoamericanos) de postgrado de esa universidad pasa una noche de fin de semana recorriendo bares y discotecas en el college town.


Un mundo demasiado adolescente

El narrador sigue al protagonista (un estudiante peruano, cuyo nombre, Ismael, solo se revelará en los capítulos finales) en ese tranquilo recorrido: no hay excesos de ningún tipo, ni peleas, ni grandes discusiones; apenas uno que otro flirteo y más que nada conversaciones entre ellos mismos. Así nos vamos enterando de sus historias personales, en las que aparece una constante: haber sido discriminados, por motivos raciales o sociales, tanto en Estados Unidos como en sus propios países de origen. Sí, como en Contarlo todo, el gran “tema” es la discriminación y la búsqueda de la propia identidad en un contexto extraño y hostil; pero al menos en esta nueva novela las humillaciones y traumas no están concentrados en un único personaje (algo que hacía de Contarlo todo un relato demasiado monótono y autocompasivo), lo que debería permitir una aproximación más amplia y diversa al tema. No obstante, esto no se logra por diversos motivos, desde el evidente desfase entre los sucesos de esa noche y las historias que cuentan los personajes (las acciones no incluyen ninguna discriminación ni enfrentamiento) hasta el hecho de que Gamboa mantiene todavía (y con él sus personajes) una visión del mundo demasiado adolescente. 

Hay muchos errores estructurales en la novela: por ejemplo, el motor de la acción. Increíblemente en toda la primera mitad del libro lo único que genera un poco de tensión narrativa son las expectativas del protagonista de reencontrarse con Josefina, una compañera de la universidad con la que no ha hablado nunca, pero que, al coincidir con él en una cafetería, le ha coqueteado un poco y le ha prometido otro encuentro, esa misma noche. Durante toda esa primera parte el protagonista va de un bar a otro, siempre en grupo, pero pensando en el posible encuentro con Josefina, como si se tratara –ya lo hemos señalado– de un adolescente preparándose para su primera cita, y no de un hombre de cerca de treinta años, a punto de terminar una maestría universitaria. Otro rasgo netamente adolescente del protagonista es su enfatizada admiración por Tod, el más blanco y alto de estos cuatro amigos; una admiración que además demuestra que él también comparte los prejuicios y estereotipos por los que suele ser discriminado. En general, toda la primera mitad del libro, más de cien páginas, resulta una lectura repetitiva e intrascendente, con muy poco que resaltar. Y a pesar de que los personajes son todos intelectuales, de quienes uno esperaría una aproximación original o al menos problemática al tema que los une, eso no aporta nada a los sucesos ni a las conversaciones de esa larga noche.


La discriminación

Con el reencuentro de Josefina e Ismael la novela cambia radicalmente. Para empezar, los otros tres estudiantes, los compañeros de aventura del peruano, simplemente desaparecen. Nunca más volvemos a saber de ellos. Y a pesar de no haber hablado nunca, Josefina e Ismael inician una conversación interminable, llena de confidencias de todo tipo. Y recién entonces, a partir de los recuerdos de ambos, se desarrolla mejor el tema de la discriminación; aunque los saltos entre países y las situaciones tan diversas no permiten profundizar ni en la forma en que estas experiencias afectan las vidas de los personajes ni en las estructuras sociales que sustentan las prácticas discriminatorias. 

Hay muchos relatos literarios cuyas acciones abarcan una sola noche, pero son muchas más las obras teatrales y películas que apelan a este recurso. Casi siempre parten de una situación aparentemente normal, y poco a poco van aflorando conflictos profundos, que, dada la creciente intensidad de los sucesos de esa noche, terminan estallando; como en El zoológico de cristal o ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Otra opción son las experiencias órficas: el protagonista hace una especie de descenso a un infierno “personal” (se enfrenta a sus propios demonios) y finalmente regresa convertido en una persona mucho más madura. Esta última parece haber sido la opción de Animales luminosos. Lamentablemente ese infierno aquí no es tan terrible (no hay grandes ni situaciones dramáticas) ni tampoco se percibe ninguna evolución del protagonista. Apenas una colección de recuerdos infantiles y juveniles que los personajes, desde su mentalidad demasiado inmadura pese a sus edades y a su formación intelectual, no logran asimilar ni interrogar creativamente. Y que el autor no logra articular en un relato de verdadero valor literario.

Javier Agreda
16 de marzo del 2022

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