Raúl Mendoza Cánepa
Andrés Hurtado: el poder del hacha
Parlanchín y vanidoso, la colaboración eficaz le viene como hacha
Es verdad que a Andrés Hurtado (Chibolín) le pasó la vida por encima. Cuentan que en sus inicios no podía aprenderse una sola línea de un guion. Guillermo Guille, sarcásticamente cruel, se ganó su inquina. Con quinto de primaria dejó la escuela por problemas cognitivos. Debía sobrevivir y recaló en el oficio de hacer reír, el payasito Chibolín.
Una cosa es hacer reír y otra que se rían de ti. “Yo no podía decir nada porque me botaban, yo era la última rueda del coche y necesitaba la plata para comer, yo tenía que aceptar el bullying, que me escupieran, y tenía que ir a mi casa lógicamente a callarme la boca”. Su incapacidad de retención, lo que indujo a nuevas performances: la imitación burlesca, la improvisación grotesca y el baile chacotero.
El patetismo hizo mella, un día no quiso ser más Chibolín, amenazó al que lo llamara así, descubrió una veta en la debilidad sustancial del ser humano. Sabía de la suya, pero pronto se dio cuenta hacia dónde pateaban los demás. El Perú corruptible, clientelar y putañero sería una presa fácil para él.
Se dice que Vladimiro Montesinos sabía administrar ese poder. Se le atribuye, precisamente, a Chibolín, haber sido el proveedor de cuerpos, el titiritero de la concupiscencia, el mediador de los poderosos, el que resuelve arriba. Es lo que se dice.
Apoderado de Demetrio Chávez Peñaherrera (Vaticano) desde 2019, liado con poderosos y posible gestor de una telaraña que estamos por descubrir, percibió sus propios alcances. Gestionar, intermediar, representar, son en el Perú las medidas del poder personal. Jurar por la vida de sus hijas es más que un despropósito, un ego humillado dispuesto a todo por sobrevivir.
Quien fuera humillado por lo que llama TDAH (quizás) descubrió lo que le granjeaban lo que los escrúpulos le hubieran negado. Según Hernando de Soto, Hurtado tiene uno de los coeficientes intelectuales más altos del Perú. Parece que hasta hace poco nadie le hacía ascos, todos eran sus amigos… hasta hace poco.
Del poder de intermediación al narcisismo superlativo. Reivindicarse frente al fantasma del pasado en cada set de Guille (donde Ricky Tosso, dice, era inducido a golpearlo de verdad) buscó, ya empoderado, su propio escenario: barroco de oro, abigarrado, con la silla más alta (“me lo merezco”, quizás musitaría). Diez años con un programa sabatino, era el monarca con oro de utilería. Ocurre que se pierde el temor cuando se sabe más de la vida de los otros. Quién delata a quien puede soltar el hacha.
No extrañaría que tenga en su haber los secretos grabados de medio Lima que debe haber temblado el fin de semana ante la posibilidad de verse inmersa en una red mayor a la de Montesinos.
Cercanía a la DINI, al sistema judicial, a la fiscalía (quizás a aparatos, pruebas y carpetas… quizás), a poderosos, a gobernantes, a faranduleros…no extrañaría que el dominó ya lo haya echado a caer. ¿Pudo filtrar pruebas desde la cama de un hospital? Tantos días hasta la noche de su detención.
Acorralado quizás descubra que hay poder en la delación, licencia para matar libertades y honras. Parlanchín y vanidoso, la colaboración eficaz le viene como hacha: el placer de convertir la risa malvada de sus colegas de antaño en el gesto de angustia de muchos. Las sociedades se emputecen, por eso dicen que en el Perú siempre pasa algo. Los irlandeses rogaban para que los vikingos los atacasen (querían ruido antes que sosiego), Ricardo III se aburría en tiempos de paz… el Perú, qué cabe duda, está condenado a no aburrirse jamás.
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