Ambos dos

Un niño de 12 años ha llegado con su madre a un hospital público. Ella tiene una herida profunda y sangrante. Si a esa criatura un “periodista acucioso” (y políticamente impertinente, los hay) le preguntase qué prefiere, si una atención rápida y eficiente para su madre o más bien un Estado que simplifique pasos para que esa madre formalice su pequeño negocio, seguro diría inocentemente “ambos dos”.

Al parecer no solo este niño tiene problemas con la semántica, pues sabemos que la palabra ambos subsume a dos y no hay necesidad entonces de explicitar la cantidad. Ahora —luego del juego de intereses en el Congreso— sabemos que muchos congresistas (por ignorancia o cálculo político) tampoco parecen aceptar que el vocablo ambos no solo alude a dos, sino también a la comprensión de que no hay oposición entre los términos sino —mejor sería— complementación y —mucho mejor aún— simultaneidad.

Las propuestas notables sobre las reformas política y judicial deben ser discutidas. Son necesarias si de lo que se trata es de lograr un Estado pequeño, ágil y eficiente; que sirva al ciudadano. Pero junto a esas propuestas el Ejecutivo debió hacer otras —de mayor urgencia— para los temas de reforma de la salud, la educación, la seguridad y también el transporte.

Pero seguro por “purismo semántico” parece no haber la ingenua respuesta del niño que acompaña a la madre en el hospital: no hay la posibilidad de “ambos dos”. O para decirlo descarnadamente, se optó por las propuestas notables, discutibles constitucionalmente pero “entretenidas”, antes que por propuestas que el ciudadano valore en el cotidiano de su vida.

Tal vez necesitemos a otros notables para las propuestas urgidas por la población ya. ¿Tendrá el Gobierno propuestas en estos últimos temas o se está escondiendo la ineficiencia (y otros intereses subalternos) con propuestas de reformas políticas y judiciales que —se sabía— iban a requerir constitucionalmente tiempo y humanamente expertise y capacidad de negociación?

Entonces, ambos dos. Semánticamente un error, fácticamente una verdadera exigencia para quienes “aspiran” a gobernar un país.