Carlos Adrianzén

Admirando un desastre

¿Qué de rescatable tiene la gestión de Bukele en El Salvador?

Admirando un desastre
Carlos Adrianzén
20 de marzo del 2024


Esto solo puede pasar en Latinoamérica. O en alguna otra parte del planeta que se empecine a parecerse a ella. Me refiero aquí a la admiración regional al régimen de Nayib Armando Bukele Ortez, en El Salvador. 

La justificación aludida en estas líneas se concentra en las deplorables performances económicas y políticas que caracterizan a El Salvador en la actualidad. Performances que, ceteris paribus, les aseguran a los salvadoreños –si lo mantienen o toleran– y a todos los electores de otros países que deseen copiarlas, un fracaso económico al pavoroso estilo cubano o venezolano. 

La carta de presentación del buen Nayib es cómo llega al poder. Como todo autócrata, dictador –o candidato cercano a serlo– llega electo dentro de un cuadro de deterioro institucional combinado, bajo una situación económica crítica. La izquierda variopinta fracasa que gobernaba El Salvador y trae a la extrema. Sí, como en Cuba, Nicaragua o Venezuela. Al margen de su admiración por el régimen cubano, Nayib se presenta como un personaje ideológicamente indefinido, bajo una versión menos simpática pero mejor diseñada que Fidel, Daniel o Hugo. Luego…

De hecho, hoy abundan los despistados –de todos los discursos y prontuarios– y los activistas de izquierda que catalogan como de derecha a un flagrante opresor de libertades políticas y económicas. Al ofrecer paliativos solo fotogénicos de la lucha contra las bandas salvadoreñas, se le llama el salvador de El Salvador. Dicen que es popular. 

Después de todo los salvadoreños están, como los peruanos o los mexicanos, siempre dispuestos a tolerar la opresión (la pérdida de sus libertades) ante la expectativa de algo de comodidad. Esto es lo que es hoy el buen Bukele. Nada más.

Ayuda a ponderar a Bukele tener en cuenta la pléyade de despistados prodictadura –miembros del Ejecutivo, el Legislativo, la oposición, los provincianos y el periodismo local– que lo refieren como ejemplar, y hasta se refieren al modelo Bukele. También los ayudará, espero, revisar comparativamente la negra performance económica e institucional salvadoreña. La primera de las figuras (ver figura A) que les presento resulta palmaria. El Salvador –ni el Perú post Ollanta– no es un Ícono, o un buen ejemplo. Resulta otro fracaso latinoamericano más. Una traición para su pueblo.

Las diferencias en términos de crecimiento de largo plazo nos refieren a dos plazas perdedoras. Ambas crecen -en términos reales por habitante- a ritmos que las alejan de cualquier pretensión de mejora (Desarrollo Económico). Mientras uno está estancado -El Salvador-, el otro se desinfla -el Perú- (ver sub grafo de la izquierda). Eso sí, siendo la plaza que hace un quinquenio gobierna el locuaz Nayib mucho más pobre y subdesarrollada que el Perú (ver sub grafo de la derecha). 

Por ello me pregunto: ¿qué de admirable tiene la gestión de este aspirante a dictador?

La segunda figura (ver Figura B), nos describe la escala económica de dos plazas: una pequeña y la otra pequeñísima. Incluso a nivel regional. Estables nominalmente, pero solamente en comparación a las fallidas Cuba, Venezuela o Argentina. Asimismo, en términos de su escala global, resultan parajes (el 0.2% y el 0.025% de la economía global). Algo cercano a irrelevantes. Por esto también me pregunto, ¿qué de respetable tendría la gestión del buen Nayib?

No hay que embarcarse en pesquisas complejas. La explicación de esta postración se explica por lo poco que invierten y comercian (ver Figura C). De hecho, no existe ningún salvadoreño o peruano que no repita -con entusiasmo infundado- que son un pueblo rico. Que tienen recursos naturales y una destacada ubicación geopolítica. Ignoran que, los yacimientos y la ubicación, importan solo si las reglas lo permiten. Y las reglas izquierdistoides de las dos plazas, hieden. Autorrestringen su desarrollo. Parafraseando al Nobel Edward Prescott, los gobiernos introducen pobrezas; barreras para ser ricos.

También por esto me pregunto, ¿qué de rescatable tiene la gestión de este admirador del gobierno cubano?

Notemos que el análisis macro de las plazas -o naciones emergentes o sumergidas- tiene usualmente sus omisiones. Se rige usualmente por la moda de las políticas del momento. E incluso se pierde conocimientos, al estilo Kuhniano. Esta reflexión permite descubrir el fondo de la doblez de estos dos supuestos íconos latinoamericanos: su demografía (ver Figura D). El Salvador resulta tan mal manejado económicamente que, con un crecimiento demográfico casi nulo, su producto por persona resulta cercano a la pauperizada Bolivia de estos años. Hasta podría decirse que manejarse peor sería algo difícil (nótese que no escribí inverosímil). 

Por ello, y revisando el último gráfico, vuelvo a preguntarme: ¿qué de lúcida tiene la gestión bukeliana?

La última gráfica de estas líneas nos lleva a enfocar el lado institucional (Ver Figura E, la última). Y esta nos machaca que los regímenes salvadoreños y peruanos en el periodo 1995-2022 –incluyendo a doña Dina y al buen Nayib– cambian todo para que nada cambie. 

Resultan estridentes fracasos controlando la Corrupción burocrática (ver sub grafo superior izquierdo). Son un pésimo ejemplo global. Los altísimos estándares de corrupción burocrática en El Salvador -y en el Perú- empobrecen y espantan las inversiones. Igualmente, Nayib (con toda la prensa que destaca sus acciones) y Dina (con toda la presión interna que recibe) registran estimados de violencia chocantes. 

Estos, también empobrecen y espantan el empresariado regional, el turismo y las inversiones (ver sub grafo superior derecho). Su manejo es tan torpe y autocrático que –en una impronta– hasta acumuló Bitcoins…

Le pone el camote a este ceviche (posiblemente de choros) los negativos estimados de cumplimiento de la Ley y Efectividad Gubernamental –ver los dos sub grafos inferiores– en los dos países por décadas

Los indicadores destacados en las cuatro figuras previas no son para nada- simples casualidades. Y sí. Contrastan gestiones nada rescatables. Deterioros institucionales que contrastan que allí -más allá de un marketing tranquilizador- no hay nada que copiar. Que resulta caro tomar un fracaso como ejemplo. 

Hoy el Perú requiere desesperadamente hacer todo lo contrario. Controlar efectivamente la corrupción burocrática (reduciendo el tamaño del botín y sancionando el delito en debidos procesos) y, para ello, debemos transitar hacia un estricto cumplimiento de leyes más lúcidas, hacia la intolerancia a la violencia ideológica y no ideológica, y particularmente comprometernos a erradicar la incapacidad burocrática, inoculada adrede por Sagasti Hochhausler y Castillo Terrones, a todo nivel. 

La campaña para idealizar a Bukele ha sido exitosa. Sin embargo, algo debe resultarnos muy claro, copiar el estilo de Bukele configuraría otro suicidio popular. Algo que posiblemente solo escondería otra moda regional digitada desde una fallida isla caribeña.

Carlos Adrianzén
20 de marzo del 2024

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