¿Adiós a los dictadores de aula?

Me lo contó su abuelo. Una de sus nietas tiene 13 años y las mellizas tienen 12. Desde que empezó su educación virtual, ellas se levantan disciplinadamente a la misma hora que lo hacían antes, se bañan, se ponen su uniforme y enrumba cada una a su computadora, donde parecen disfrutar de cada minuto. Claro que es la versión del abuelo chocho y cariñoso, pero el caso da para pensar y reflexionar.

Es claro que no las moviliza la disciplina de un Felipe II de España, perseguido siempre porque una falta constituía necesariamente un pecado. Aunque la construcción del maravilloso Escorial haya sido impulsada por el fundamentalismo religioso, no creo que este sea recomendable en nuestros tiempos ni que la disciplina de las niñas aludidas obedezca a esa razón. Ciertamente subyace una disciplina, pero mezclada con una ilusión terrenal que lo virtual es capaz de provocar. Ellas ´van´ a sus clases para encontrarse con el conocimiento y las amigas.

Si lo pensamos bien, hasta hace muy poco para la mayoría de personas resultaba gratificante ver su rostro en la televisión. Quizás también para las niñas resulte una ilusión ver su rostro en la pantalla de la computadora, cuyo formato evoca al de la televisión y cuyo alcance puede antojársenos como trascendiendo las paredes del aula cerrada. Aunque esto último no sea cierto, está en nuestros imaginarios. Al asistir a un concierto –y aun cuando no ocurra– tenemos el input motivacional de sentirnos en el escenario junto a nuestro artista admirado y reproducidos en las diferentes pantallas que se suelen instalar en los conciertos.

Con motivo de la cuarentena, las reuniones de negocios se han trasladado también al mundo virtual. Y si bien es cierto difícilmente el empresario o funcionario vista un terno, procurará al menos estar sport elegante. Tal vez hasta con perfume incluido. Tratándose de una reunión de negocios, es obvio que los interlocutores preferirán que lo hablado allí no trascienda. Y es obvio también que podrían estar vestidos aun con un buzo. Pero más que seguro que también funcionará en ellos no solo el respeto por el interlocutor, sino inconscientemente la ilusión de ver nuestros rostros en una pantalla. ¿Acaso muchos no se toman fotos a cada instante y las suben a las redes de inmediato?

Regresemos a las aulas virtuales. Porque más allá de consideraciones estrictamente pedagógicas y de los problemas derivados de brechas de infraestructura tecnológica, economías solventes o no y otros factores, pareciese ser que la educación virtual está siendo gradualmente bien recibida por la gente. A pesar de la improvisación y a pesar de las fuertes resistencias que muchos padres de familia mostraban ante ella.

Por el hecho de estar todos en casa, estamos todos siendo testigos del esfuerzo de los maestros para producir su propio material. Y estamos siendo testigos del fin del profesor ´dictador´ de aula y sus resultados. Pues constatamos los rostros y gestos de todos y cada uno de los amigos de nuestros hijos. Escuchamos sus voces y atendemos sus argumentos, cosa imposible en lo presencial. Y comprobamos que aun personalidades tímidas intervienen con sus preguntas a través del chat. Sospecho que muchos padres de familia también hubiesen querido tener la oportunidad de participar en una clase así caracterizada. Donde no solo el profesor dicta y expone láminas o power points, sino también los estudiantes se ven libres para escoger y subir videos o alguna foto que enriquezca la clase.

No es esta nota una negación de la importancia de lo presencial. Pretende ser simplemente un punto de reflexión acerca de lo que significa profundizar una educación en libertad.