LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Democracia sin partidos y a merced del populismo
Buscan liquidar modelo de las últimas tres décadas
Por las más diversas razones, la experiencia republicana en el Perú se tambalea por la ausencia de un sistema de partidos políticos, con el avance de la pandemia y la profundización de la recesión. Cualquiera se interrogaría, ¿cuál es la novedad si, desde el fujimorato de los noventa, en el país no existe nada parecido a un sistema de partidos? Una pregunta pertinente. Sin embargo, si bien es cierto que desde las reformas económicas de los noventa el Perú ha padecido una crisis política perpetua, la tendencia en el crecimiento del PBI y la reducción de pobreza siempre fue positiva. Allí siempre residió la clave de la estabilidad política y económica del país.
Hoy todo eso ha cambiado frente al fracaso del sistema de salud y la prolongación de una cuarentena errática y sin inteligencia, que solo ha lanzado a los sectores informales a comprar y vender en las calles para sobrevivir. El resultado: la pandemia avanza incontenible, pero con la destrucción del aparato productivo y el aumento de pobreza. Se calcula que el PBI se reducirá en más de 12% y más de tres millones de peruanos caerán en la pobreza; es decir, retrocederemos casi una década en cuanto a esta lacra social (cerca de 30% de pobreza).
En este contexto, las clases medias precarias se vuelven pobres y los populismos y los demagogos se multiplican como virus y bacterias. El empobrecimiento de las clases medias y el aumento de pobreza repentinos siempre han convocado a los colectivismos, populismos y nacionalismos, sobre todo en los sistemas políticos sin partidos o en crisis terminales. La revolución bolchevique, el asalto nazi del poder y la captura del chavismo en Venezuela podrían encajar en esta descripción.
En el Perú, los actores sin partidos y sin programas en el Ejecutivo y el Congreso ya han comenzado a desmontar el modelo económico que posibilitó triplicar el PBI, reducir la pobreza de 60% de la población a solo 20% y convertir nuestra sociedad en una de ingreso medio hasta antes de la pandemia. El control indirecto de las pensiones –a través de la obligación de informar “costos variables y fijos” para negociar con los usuarios– de los centros educativos privados, la puja entre el Ejecutivo y el Congreso alrededor de qué poder posibilita mayores retiros de las cuentas individuales de las AFP, la ley que suspende temporalmente el cobro de peajes y los diversos proyectos que pretenden derogar la Constitución, establecer control de precios y gravar a las clases medias, forman parte de este festival populista que han desatado la pandemia y la recesión.
El asunto es más grave de lo que parece, porque cuando se levanta el huracán populista sobre la liquidación de las frágiles clases medias y el aumento del hambre y la pobreza, es difícil detener la fuerza de los vientos. En Acción Popular, un partido con experiencia y tradición democrática, se considera que se puede hacerle guiños al vendaval populista. En Alianza para el Progreso, un partido con posibilidades nacionales, también se cree que se puede jugar en medio de los ventarrones. No entienden que el temporal cargará con todo.
Sin embargo, el Perú es un país muy particular. De alguna manera tiene anticuerpos contra el virus populista y colectivista. Aquí hubo el primer modelo chavista de América Latina, con el velascato y sus más 200 empresas estatales y la liquidación del sector privado. Aquí hubo las tragedias de la hiperinflación y la falta de arroz y leche en la década de los ochenta. Aquí se conoció todo el horror y terror del colectivismo senderista. No hay ninguna tragedia o barbarie por conocer. ¿Por qué entonces no sentimos tan amenazados? Falta que los políticos o los futuros candidatos lo verbalicen para detener la tormenta tropical que nos traen la pandemia y la recesión.
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