Manuel Gago

La Feria de Huancayo

La Feria de Huancayo
Manuel Gago
16 de octubre del 2014

Un encuentro de culturas entre los locales y los de ultramar llegados en el tren más alto del mundo.

Nicolás Matayoshi nos da un gran respiro, una esperanza después de la batahola electoral. La Feria Dominical de Huancayo es el reciente libro del reconocido escritor, poeta, ensayista e investigador huancaíno. Hay ferias en todos lados, pero la de Huancayo tiene un nombre bien ganado.

Dice Nicolás: “En esos años, aún era posible encontrar a los notables y sus familiares recorriendo la feria después de la misa, los ´niños bien´ con vestidos domingueros , las niñas ´de buena familia´ con sus vestidos almidonados, y los señores de gastados señoríos saludando y conversando en la plaza de la Constitución”. De la tan mentada feria, del “empuje” huanca y de su habilidad por el comercio, se ha dicho mucho. El libro de Nicolás nos descubre a reconocidos autores, como José María Arguedas, escribiendo sobre la feria instalada en el camino imperial que unía Quito con Cusco, pasando por los territorios huancas, convertido después en tránsito colonial.

Allí se apostaron, expuestos en un mercado sin restricción alguna, para envidia de los liberales, la sombrerería de Cajas, la arriería de Chupaca, la platería de San Jerónimo, los tejidos de Hualhuas, los mates de Cochas y tantos otros al lado de los caldos y la humareda de los aderezos en ollas de barro, al costado de una variada, colorida, fresca y olorosa decenas de productos agrícolas de procedencia regional. Una feria más allá de qué te vendo, qué te compro. Un verdadero encuentro de culturas entre los locales y los de ultramar, llegados vía el tren más alto del mundo.

Waldemar Espinoza dice que antes de la llegada de los incas, los Estados Étnicos o Regionales del centro del país tenían una vida internacional intensa, una concepción el mundo, espiritualidad y una organización política, económica y social. Se presume, por tanto, que el origen de la Feria Dominical habría sido hasta preincaico, tomando cuerpo de feria cuando el camino real, pasando por el territorio de los huancas, se convirtió en la columna vertebral del incanato.

En cada uno de esos Estados Regionales gobernaba un rey llamado runashimi jatuncuraca, viviendo en la cima de los cerros. Su poderío se media por sus tierras cultivables, ganado y material humano. Todos esos reinos dispersos bajaban al valle para comerciar todos sus productos. En 1533, la hospitalidad que los españoles recibieron de los huancas, más el clima seco y templado de la sierra, hizo que el conquistador se instalara y encontrara allí aliados para su conquista. Los cronistas españoles anotan sobre la riqueza, abundancia y variedad de los productos. Con la primera Plaza de la Constitución, la Feria Dominical de Huancayo formalizaría su existencia.

Con los años, como dice Nicolás Matayoshi, la Feria se convirtió en el centro neurálgico de la sociedad, cita obligada de propios y de extraños, para hacer las compras, pero; sobre todo, para jironear como en Lima hacían los elegantes de la ciudad en el Jirón de La Unión. La modernidad llegó luego con la agitación de la ciudad y la Feria tuvo que mudarse de la calle Real a la avenida Huancavelica.

“El aroma inconfundible de nuestra tierra”, nos dice Nicolás, es sin duda el aroma audaz, imaginativo, emprendedor, temerario y ansioso por más y nuevas oportunidades de los huancas.

Por Manuel Gago Medina
(16 - oct - 2014)

Manuel Gago
16 de octubre del 2014

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