Martin Santivañez

En torno a la libertad

En torno a la libertad
Martin Santivañez
06 de marzo del 2015

Vivimos en un mundo posmoderno donde la cosificación de la persona es norma común.         

Se ha instalado entre nosotros, de forma disolvente, una clara voluntad de establecer como norma de conducta válida para toda convivencia política, el imperativo de la libertad luciferina. Esta concepción distorsionada de libertad ha sido inoculada en todos los niveles de la república, inundándolo todo hasta provocar un desborde en la propia realidad social. La política, ars aspergendi de mujeres y hombres libres, se eleva o decae en función a su objetivo y el objetivo es un extremo ligado a la libre voluntad. La libertad sobre la que se construye el régimen político es una libertad vinculada a la dignidad humana. Siendo así, la propia postura que asumamos sobre lo que constituye una persona termina definiendo la noción de libertad. Así, lo que entiendas por persona es lo que comprendes por libertad

Ahora bien, vivimos en un mundo posmoderno en el que la cosificación de la persona es la norma común. El lenguaje de lo políticamente correcto defiende la destrucción paulatina de la relación entre el Absoluto y la persona. Por tanto, el relativismo ha engendrado, también, una noción relativa de persona y al ser la libertad algo esencial a la personalidad, ésta también se ha relativizado. La gran herejía de nuestro tiempo, el relativismo nihilista, la nada virtual, ha fomentado la cosificación de la persona. Cuando el ser humano se cosifica y es instrumentalizado, entonces, se cumple el apotegma homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre). En tal entorno, la persona relativizada produce una libertad sin frenos ni contrapesos. El mundo posmoderno se caracteriza por la relativización de los límites valorativos. Esta moda evanescente ocasiona una molicie espiritual que muy pronto se traslada al plano institucional. Las instituciones porosas al relativismo desvirtúan la convivencia porque no defienden ningún principio real, convirtiéndose, por tanto, en una mera ficción. 

Si sostenemos, por el contrario, que el hombre es, para otro hombre, persona, y no lobo (homo homini persona) la libertad esencial tiene que compaginarse con el respeto y la responsabilidad. La libertad al reconocer el carácter trascendente de la persona humana, halla en ella misma y en su naturaleza el primer y más importante freno. Se anula, por tanto, la cosificación, porque el hombre que es para otro hombre persona no aspira a instrumentalizar a sus semejantes en función al darwinismo social. En un entorno en el que todos somos personas con una dignidad inalienable, con una naturaleza que genera responsabilidades y derechos, la libertad se posiciona reconociendo el límite del otro como una frontera fundamental. La persona que es libre es libre con responsabilidad. Un Estado que se construye diluyendo el carácter trascendente de la persona en el relativismo no sólo genera instituciones débiles; también puede provocar que una pseudo-política fuerte (o, lo que es lo mismo, la degeneración de la política) ocupe el lugar destinado a la construcción del bien común. 

Por Martín Santiváñez Vivanco
06 - Mar - 2015  

Martin Santivañez
06 de marzo del 2015

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