Hugo Neira
Aunque dicen que se ha ido
Carta a Arturo Corcuera
Me acaban de decir que la palabra muerte y Corcuera coinciden. No me lo creo, Arturo. Que ya no estás, que te has ido. ¿Te has fijado la cantidad de verbos que utilizamos? Expirar, fenecer, acabar. Y algunos hablan de «tránsito». ¿Qué saben ellos? El que ahora lo sabe eres tú. Y algunos dicen, con el mejor de los deseos, pensando en parientes y en amigos, «que descanse en paz». Pero ¿qué sabemos? Por mi parte te cuento, querido amigo, que se fueron. No me lo creo.
No vayas a creer que estoy tocado de la cabeza, pero me pasa que por las noches —no siempre— suele ocurrir que sueño con ellos, los vuelvo a ver y a escuchar, en torno a una mesa, en amenas conversaciones, desde mi madre a César Calvo, a Raúl Porras, a Fuenzalida, a Scorza que, como en tu caso, han tenido la crueldad de dejarnos. Cuando eso ocurre, entran y se sientan como si tal cosa. Una vez, sin embargo, hace años, se me ocurrió preguntarle a mi madre en uno de esos intervalos entre lo imposible y lo deseado, si podía contarme «cómo era la vaina al otro lado». Y la lección de mi madre fue terrible. Me contestó, muy molesta: «Cómo, ¿no sabes que de eso no se puede hablar? ¿Para qué quieres saber, para escribir un librito?» Y no la volví a ver en ese encuentro nocturno, por mucho tiempo. Cuando de nuevo regresó en las medias noches, no dije ni pío. De verdad, Arturo, te esperaremos con los brazos abiertos. «Que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero» (Miguel Hernández).
El lector se preguntará si fuimos muy amigos. Qué te parece si le decimos algo que nos hizo la vida. Inicios muy semejantes. Todos sabemos, por los diccionarios de literatura peruana, que naciste en Salaverry, 1935, y que en 1961 ganaste el premio de poesía de los Juegos Florales. Tú lo sabes y eso nos acercó desde el inicio, yo gané el mismo año y el mismo premio en ensayo. Me acuerdo que fue sobre las rebeliones de los estudiantes de la Edad Media, todo por fregar a los apristas de nuestra generación que exaltaban la Reforma Universitaria de Córdoba, Argentina.
Y en esa hora, me acuerdo como si fuese ayer, que nos encontramos en Palacio de Gobierno, estábamos entre muchos, invitados por un nuevo presidente, más bien liberal, bajito, uno con voz engolada. Y puesto que corría el rumor de que iban a darme un cargo –cosa que de ninguna manera pedía ni era cierto– se te despertó la camaradería de otros tiempos, llena de «ismos», y tomando un aire de reprobación anticipado, me dijiste, muy serio: «Hugo, no te voy a perder de vista». Y en plan de hermano mayor y en tono rezongón : «No te voy a dejar que te desvíes». Para entonces, si eso era un oxímoron a propósito del viejo marxismo de los años sesenta, yo ya estaba bastante desviado. Qué cara habré puesto que te echaste a reír y decirme: «Es una broma, Hugo», mientras terminabas de comerte uno de los anticuchos que Palacio, por orden del de Cabana, nos servía.
Cuando me pregunten cómo era Corcuera, el poeta, el intelectual, diré que su compromiso con el socialismo, el comunismo, la izquierda —no es hora de hacer distingos— era todo eso, y a la vez una persona disconforme pero sosegada, sin desavenencia ni petulancia alguna. Se supone que el desasosiego acompaña la lira de los poetas, pero no en tu caso Arturo. Me permitiré contar que los que te conocimos, jovial, cuerdo, amable, la rara combinación de lealtad a sus principios radicales y sin la impaciencia de que otros los adoptasen. Pero eso sí, para acelerar la toma de conciencia, el humor. Cómo olvidar esos versos en los que le tomabas el pelo al mito del negro obediente y sometido, cambiando el nombre de esa historia, «la cabaña del tío Tom a la cabaña del tío Tonto».
Iluminado Corcuera. Es Noé delirante su mejor libro, lo dice César Toro Montalvo. Y como no soy profesor de literatura, diré sencillamente lo que me maravilla de tus versos. La dulce abeja, que le añades que es «cascarrabias». El gato de siete colas, y le añades, «y siete garras». Cómo no decir en esta hora lo esencial. El que amaramos la vida, desde la hormiga, el canario, el pato como el cisne, la lechuza como el jabalí. ¿Y por qué razón? Nada de simbolismos oscuros. «Enamorado de la fauna y la naturaleza» (César Toro).
Basta una línea para que los poetas no duerman para siempre. «Venid a ver el cuarto del poeta» (Calvo). «Para hacer el amor, debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos» (Toño Cisneros). «Ya descuajeringándome, ya hipando/ hasta las cachas de cansado ya/» (Carlos Germán Belli). ¿No es cierto Corcuera? Tus hermanos, los poetas de los años cincuenta y los sesenta. A ver si los maestros peruanos les leen esas líneas a los pobres escolares, que nunca escuchan un poema en el aula.
Hugo Neira