Heriberto Bustos
Envueltos en la hoguera de la maldad
Una llamada a la unidad y la esperanza
Con la llegada de la Navidad, una fecha que suscita diversas reflexiones y evoca la dualidad entre el bien y el mal, así como el momento de cerrar un ciclo y mirar hacia el año venidero, es oportuno recordar que el año que termina ha estado marcado por la repetición de numerosos desatinos por parte de los poderes del Estado. Estos hechos evidenciaron su captura y manejo por intereses subalternos, ajenos a las verdaderas necesidades del país. Resulta imprescindible no permitir que estas situaciones caigan en el olvido, ya que su impacto ha sido profundamente doloroso y lamentable.
Esa sucesión de hechos y acciones negativas marcó el panorama informativo con noticias que reflejan una profunda crisis institucional. Entre ellas, destacan: la descomposición del poder judicial, agravada por la soberbia de quienes se negaron a acatar sus disposiciones, refugiándose con el aval de aliados poderosos en la clandestinidad o la fuga; las disputas internas en la fiscalía por el control de grupos que, lejos de resultar beneficiosas, evocaron controversias malsanas en lugar de esfuerzos genuinos por la mejora; y la promulgación de dispositivos legales por parte del Congreso que vulneran principios como la meritocracia en la educación, favorecen a bandas delincuenciales en el ámbito de la justicia y permiten la participación política de grupos marcadamente antisistema en el terreno electoral.
Asimismo, se observó una preocupante permisividad hacia la informalidad e ilegalidad, el blindaje a irregularidades en la gestión del bien común, y una profundización de la corrupción. A ello se suma el desacierto gubernamental, reflejado en la ineficacia del Ejecutivo para garantizar la seguridad ciudadana y combatir la corrupción, así como el errático desempeño de varios de sus funcionarios, quienes desviaron la responsabilidad hacia la cabeza del gobierno, dañando aún más su ya deteriorada imagen pública.
Este año, marcado por la insensatez y el irrespeto, dejó como saldo una escalada de injurias, agresiones físicas y verbales, conductas inaceptables de por sí, que fueron exacerbadas por quienes, en lugar de apaciguar, avivaron el fuego mediante el ejercicio irregular de sus funciones. Como si estuvieran poseídos por la discordia, ignoraron el sabio consejo de Confucio: “Respétate a ti mismo y otros te respetarán”. Este abandono de los intereses colectivos desembocó en un escenario de disputas alejadas de verdaderas discrepancias políticas, donde el odio y la intolerancia se profundizaron, perdiéndose de vista la unidad necesaria para afrontar la profunda crisis que nos afecta.
No se trata de que la maldad, comúnmente asociada con “el diablo”, provenga de un solo sector o sea exclusiva de una orientación política. Es, más bien, una práctica individual de quienes han dejado de lado los valores necesarios para vivir en sociedad. En este sentido, resulta pertinente recordar al influyente escritor C.S. Lewis, quien señalaba: “En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y opuestos. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero.”
Es momento de romper nuestro silencio, de impedir el avance de la maldad, derrotar la intolerancia y abrir las puertas a la libertad, distinguiendo entre la benevolencia y el mal. Debemos congregar espíritus sanos, sin ignorar la afirmación de Alejandro Dumas: “Cuando el diablo se mezcla en los asuntos humanos para arruinar una existencia o trastornar un Imperio, es muy extraño que no se halle inmediatamente a su alcance algún miserable al que no hay más que soplarle una palabra al oído para que se ponga seguidamente a la tarea.” Aunque no parezca necesario elegir, el compromiso ético nos obliga a hacerlo.
En términos de compromiso con el país, nos encontramos en dos campos claramente definidos, caracterizados por la actitud frente al bien y el mal. Este no es un problema religioso, político o económico, sino ético y de responsabilidad ideológica. Con miras a construir unidad en torno a un propósito común, cercano a la búsqueda del bien, y a las puertas de la Navidad, esperemos que esta celebración renueve nuestras ideas y nos inspire a superar el individualismo, practicar valores y apostar por un país donde la inclusión y la democracia sean pilares fundamentales. Es hora de dar vuelta a la página, salir de la hoguera de la maldad antes de que nos consuma.
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