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Con respecto al futuro de la administración Vizcarra, el optimismo resulta limitado considerando los terribles enfrentamientos desatados entre Ejecutivo y Legislativo en los dos años de Gobierno del ex presidente Kuczynski. Algunos, incluso, llegan a proponer un eventual adelanto electoral, dejando en claro cuán lejos todavía estamos de formar una comunidad política republicana. Cuando se relativiza la línea de sucesión democrática establecida en la Carta Política, en realidad se relativiza la propia democracia, la propia República, con la envoltura apasionada de un antifujimorismo que solo encuentra en cada coyuntura el fermento adecuado para pretender reafirmar su vigencia.
El presidente Martín Vizcarra tiene el deber histórico de ponerle fin a la polarización fujimorismo versus antifujimorismo que empieza a derribar las instituciones, a profundizar la crisis del espacio público y a socavar los fundamentos económicos de una de las economías más estables y sostenidas de la región. Y la única manera de hacerlo es organizando la transición política que nunca tuvo el Perú luego de la caída del fujimorato a inicios del nuevo milenio.
Con el fin del régimen autoritario de los noventa, los vencedores reescribieron la historia, judicializaron a los vencidos y encarcelaron a Alberto Fujimori con sentencias redactadas fuera de los tribunales y con argumentaciones deleznables, como la famosa autoría mediata. La izquierda pretendió reducir el fenómeno económico y social de los noventa solo a su lado oscuro: la corrupción y el autoritarismo. En otras palabras, regresamos a la democracia sin una transición política que organizara una comunidad política en la que vencedores y vencidos tuviesen un lugar.
Los resultados ya los conocemos: una democracia sin partidos y una gobernabilidad de muy baja intensidad, no obstante que la actual experiencia republicana avanza hacia una quinta elección nacional sin interrupciones, sobre todo gracias al modelo económico que ha reducido pobreza y ha expandido el bienestar como nunca en nuestra historia. Pero luego de la renuncia del ex presidente Kuczynski, la democracia amenaza con derrumbarse si es que los actores políticos no abordan, de una vez por todas, la necesaria transición política.
¿Qué significa una transición política? En primer lugar, superar cualquier posibilidad de veto sobre una fuerza política. Por ejemplo, jamás debería repetirse la historia de las elecciones nacionales pasadas en que el nadinismo ordenó que se inmovilizara a la Policía Nacional para que no votara. Tampoco se debería emprender una “reforma educativa” que busca organizar un solo relato de la reciente historia con objeto de excluir a una fuerza política o a una interpretación de los acontecimientos.
En otras palabras, la transición política hacia el 2021 debería establecer un mandamiento imperativo: no vetarás. A partir de este presupuesto los actores políticos deben plantearse un paquete de reformas políticas que reorganicen la institucionalidad, con objeto de elevar el nivel gobernabilidad y ajustar equilibrio entre los poderes.
Sobre esa base, la transición política hacia el 2021 debería incorporar una nueva oleada de reformas económicas y sociales que se agreguen a la primera ola implementada en los noventa. Los cuatro gobiernos democráticos que sucedieron al Fujimorato hasta hoy no han sido capaces de desarrollar una nueva generación de reformas económicas y sociales y, de una u otra manera, la democracia, el crecimiento y la reducción de pobreza han estado parasitando de las reformas de los noventa. Evitar la peligrosa trampa de ingresos medios, que lentifica el crecimiento y la reducción pobreza, demanda una transición política prorreformas.
Las transiciones políticas y los pactos sociales y políticos solo favorecen el empoderamiento de los sectores a favor de las reformas, de los entendimientos y de las convergencias. La polarización, por el contrario, solo alienta a los extremismos y las tendencias autodestructivas. De allí que en los dos años de polarización en la administración PPK se hayan impuesto las tendencias confrontacionales.
En España y Chile, por ejemplo, la transición y los pactos posibilitaron que surgieran nuevas derechas en base a los herederos de las dictaduras, y nuevas izquierdas sobre la historia de los comunismos y socialismos radicales. En todo caso, señor presidente Vizcarra, usted tiene la palabra.
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