La persistencia del radicalismo

Al extremismo se le debe oponer una voluntad democrática más poderosa.     

Luego del dubitativo discurso del presidente Ollanta Humala sobre el conflicto en Islay y el anuncio de Southern Perú acerca de la suspensión del proyecto Tía María durante 60 días, no sobrevino la tregua, la reflexión, sino, por el contrario, se intenta avivar ahora el enfrentamiento. Un día después, en Arequipa, una supuesta Coordinadora Nacional de Frentes Regionales del Perú (Conafrep) convocó a las vanguardias radicales de los departamentos del sur y acordaron realizar un paro de la macrorregión sur el 27 y 28 de mayo. Mientras tanto, en Lima, Marco Arana, líder del Movimiento Tierra y Libertad, solicitó la suspensión indefinida del proyecto minero. Es decir, su cancelación.

Los dirigentes del radicalismo reunidos en la Ciudad Blanca, además, rechazaron cualquier tipo de actividad minera en Islay, la restitución de la Constitución de 1979 y denunciaron el “modelo neoliberal”.

Como se aprecia en los hechos, el radicalismo se opone a priori a cualquier actividad minera. Cuando critican “el modelo neoliberal” y exigen la derogatoria de la Carta Política, en realidad, están solicitando el cambio del modelo económico y de régimen político. De allí la intransigencia contra la explotación de los recursos naturales, uno de los pilares de los impresionantes crecimiento y reducción de pobreza de las últimas dos décadas.

No vamos a hacer pirotecnia en el análisis para explicar las cosas por la acción del radicalismo anti minero. El Estado ha fallado en medio de la expansión económica porque, no obstante haber llenado sus arcas fiscales con el tributo minero no hizo obra en la provincia, y los llamados partidos han renunciado a la política democrática dejando el interior a merced de la prédica radical. En este contexto, si no existiera Tierra y Libertad, la vanguardia ideológica de este nuevo radicalismo sería otro, quizá no envuelto en el trapo del seudo ambientalismo sino en cualquier otro ismo de acuerdo a la circunstancia.

No puede existir una democracia saludable y una economía de mercado vigorosa sin política democrática. El Arequipazo, el Baguazo, el Congazo y ahora el Tía Maríazo son vástagos de esa terrible falencia. Ante el fracaso de la política de los noventa ha fermentado la idea de que el tecnócrata puede reemplazar a la política. Bueno, los resultados están más que a la vista, nos respiran a la nuca y quizá ya puedan sofocarnos.

La persistencia del radicalismo frente a la suspensión del proyecto Tía María solo revela su profunda convicción política. Cuando la ideología taponea el cerebro no hay diálogo que valga ni argumento ambiental razonable. Solo persiste el programa y el objetivo.

Si los demócratas y los partidos políticos que defienden la democracia y la economía de mercado no le oponen a esa certeza radical, una voluntad más poderosa, de una u otra manera, la democracia siempre penderá de un hilo.

La renuncia de los partidos a enfrentar este problema nos evoca la misma renuncia de los políticos en los ochenta cuando abandonaron la provincia ante la ofensiva terrorista. El senderismo avanzó en medio de la hiperinflación y la democracia fue devorada por una forma de autoritarismo. Si algunos creen que sacando el cuerpo o lanzando propuestas para recolectar algunos votos garantizan la estrategia al 2016 deberían tener presente que, a lo mejor, están sumando un Antapaccayazo y un Bambazo. Si eso sucede es mejor retirarse de la política, ¿no?

18 - May - 2015