La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
El proyecto de ley del congresista Mauricio Mulder que prohíbe la publicidad estatal en los medios privados ha desatado una verdadera polvareda, incluyendo los conocidos pronunciamientos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El Consejo de la Prensa Peruana ha puesto el grito en el cielo e invoca a la defensa de la libertad de prensa. Sin embargo, ¿desde cuándo la libertad de prensa, la madre de todas las libertades en las democracias modernas, ha estado identificada o vinculada con la publicidad estatal? En todo caso es hora de recuperar la cordura en el debate.
Más allá de las discrepancias o de cualquier exceso en el proyecto Mulder, es incuestionable que la discusión está plenamente justificada: durante el gobierno nacionalista se utilizó la publicidad estatal para intentar uniformizar la información alrededor de los temas que polarizaban las relaciones entre oposición y oficialismo. En ese camino, los fondos estatales subvencionaron algunos medios que no habrían podido existir de acuerdo a las reglas del mercado. ¿Acaso no se produjo una estatización velada de algunas redacciones? Discutir el asunto, pues, es urgente y necesario, y no se entiende por qué un debate de este tipo podría afectar la libertad de prensa.
Siempre vale recordar cuáles son los pilares de la libertad de prensa en las democracias longevas. Uno de ellos es la propiedad privada de los medios de comunicación, que permite fragmentar y diversificar los intereses de la información. En otras palabras, la propiedad privada de los medios es la garantía de la pluralidad de intereses en la comunicación. De lo contrario, el Estado sería el gran comunicador y homogeneizaría la información. Así sucedió en los regímenes comunistas y fascistas del siglo pasado, así acontece en las teocracias islámicas, en los regímenes chavistas y en los remanentes del colectivismo dictatorial.
Sin embargo, para que la propiedad privada de los medios cumpla su función libertaria debe existir una sociedad de consumidores de información y el correspondiente mercado publicitario. Únicamente la competencia por más lectores, radioescuchas y televidentes puede atraer a la publicidad en una economía de mercado. Si los medios compiten por consumidores y la publicidad del mercado, entonces la sociedad ha limitado el poder del Estado en base a criterios libertarios.
Algo más. Para que los medios compitan por consumidores y publicidad están obligados a contratar a los mejores periodistas y comunicadores. De lo contrario, ¿cómo podrían competir? Con estos elementos se organiza la dialéctica entre empresarios privados y periodistas, que explica la libertad de prensa en las sociedades occidentales. Si alguien tiene dudas debería ver la película The Post, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Meryl Streep y Tom Hanks, en la que se desencadena toda la dialéctica de la libertad de prensa entre Estado, propietario y periodistas.
La lógica de la libertad de prensa no se puede desarrollar si existen medios que solo parasitan de la publicidad estatal. Ese escenario es el caldo de cultivo para tentaciones autoritarias, tal como sucedió en el nadinismo que bastardeó a las instituciones democráticas del país. Algo entonces hay que hacer.
Si bien la idea de prohibir toda la publicidad estatal en los medios privados parece un exceso, porque el Estado debe informar de sus políticas y objetivos, sí debería establecerse criterios claros en el gasto estatal. Por ejemplo, en El Montonero se ha propuesto que el Estado solo invierta en publicidad hasta el 20% de las ventas totales de un medio. En otras palabras, si el medio vende cien en publicidad, el Estado solo puede gastar hasta veinte.
En todo caso, cuando hay buena voluntad las ideas van y vienen, sobre todo para preservar la libertad de prensa y limitar el poder del Estado.
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