La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Desborde de delincuencia y presencia de sicariato es obra directa del narco.
El Departamento de Tesoro de los Estados Unidos acaba de incluir en el llamado Kingpin Act a los remanentes de Sendero Luminoso y a los cabecillas de esta organización terrorista como parte del narcotráfico internacional. Como se sabe, el Kingpin Act es el sistema estadounidense que permite identificar a los cabecillas del tráfico de drogas en el planeta. Florindo Flores ”camarada Artemio” (sentenciado y preso) y los hermanos Jorge y Víctor Quispe Palomino ahora son buscados como todos los capos del mundo y sus cuentas y bienes en Estados Unidos quedan congelados.
En realidad, para quienes han seguido la evolución de Sendero Luminoso, desde el primer altar maoísta que levantaron en los setenta, en Huamanga, y el baño de sangre que desataron en los ochenta, no es ninguna novedad que, finalmente, el intento de una “nueva interpretación planetaria del marxismo” termine como una vulgar gavilla de simples traficantes de droga.
Cuando en los noventa la movilización campesina, las fuerzas armadas y la policía aplastaron a Sendero Luminoso en el campo, obligándolo a replegarse a las ciudades, empezó el final del terrorismo. Era cuestión de tiempo para que la cúpula fuera capturada porque no existe organización terrorista que sobreviva en las ciudades. Abimael Guzmán y la mayoría del Comité Central fueron capturados y la amenaza de la violencia y el terror culminó. Sin embargo los remanentes en el valle del Huallaga y el valle de Río Apurímac y Ene continuaron operando.
Los sobrevivientes de la guerrilla terrorista, en un primer momento, solo se limitaron a cobrar cupos al narcotráfico –como se hacía desde la época de Guzmán-, pero luego se dedicaron proteger directamente los traficantes hasta que, inclusive, entraron a producir la droga como cualquier cartel.
El pronunciamiento de Estados Unidos “homologa” a los restos del terrorismo senderista con las FARC de Colombia en un momento en que el Perú ha vuelto a recuperar el triste lugar del primer productor mundial de hoja de coca. Algunos creen que el problema de esta negra ubicación solo afecta a los países a los cuales se exporta la droga. Gravísimo error. El desborde social de la delincuencia que padece nuestra sociedad con la tenebrosa presencia del sicario, del pistolero, de una u otra manera, es obra directa del narcotráfico.
Una de las estrategias del narcotráfico en las zonas de producción de los insumos naturales y de la droga, y también en las fronteras utilizadas para la exportación, es crear virtuales zonas liberadas donde emerge un orden que controlan bandas de delincuentes. La espiral de delito y muerte en el Callao, en el norte del país y en distritos limeños como San Juan de Lurigancho es parte de ese proceso.
De allí que el recordaris de Estados Unidos sobre la naturaleza de los restos del terrorismo en el país debe movilizar a la sociedad, a la llamada clase política y al Estado en contra del tráfico ilícito de drogas. El hecho de ser zona de insumos y producción nos permite desarrollar una multiplicidad de estrategias para contener este flagelo: Desde el control de insumos químicos, la interdicción aérea, marítima y terrestre para bloquear las salidas de la droga, hasta la sustitución de cultivos y la atracción de los campesinos hacia claras propuestas de desarrollo en el agro. Las demoras en implementar estas políticas solo agravan la crisis general de la sociedad.
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