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Cómo la izquierda niega los valores del Perú popular emergente
De una u otra manera, quizá sin ser demasiado consciente, la izquierda intelectual del Perú comienza a organizar un pensamiento abiertamente reaccionario y elitista. Un artículo de Rocío Silva Santisteban El lado oscuro del emprendedurismo publicado en La República, en el que sostiene que “la transgresión de la norma, no solo social sino legal, es lo que caracteriza a esta sociedad del emprendedurismo a toda costa”, puede convertirse en el programa de este pensamiento que niega los valores de la sociedad emergente que ha surgido en el Perú.
Las calificaciones de otros intelectuales de izquierda van en el mismo sentido: Sinesio López llama a los informales “cachueleros”, Francisco Durand “la nueva cultura logrera” y Gonzalo Portocarrero, en diversos artículos, ha vinculado a los emergentes con las economías delictivas.
¿Cómo así una izquierda que siempre estuvo asociada a lo popular hoy se distancia de esa manera tan radical de las sociedades emergentes? La respuesta es simple: en el mundo popular no hay pobres ni víctimas, hay mercados y millones de empresarios emergentes, emprendedores, que, por primera vez, han derribado las cordilleras que separaban a la sociedad criolla de la andina y comienzan a gestar una idea de nación. Es decir, la realidad, la vida, la maldita sociología, han convertido en puré decenas de libros, investigaciones, dejando en absoluta orfandad a la izquierda.
En su afán de distanciarse de las sociedades emergentes la intelectualidad de izquierda desarrolla una visión acrítica de la ley, una visión del sistema jurídico que ignora las consecuencias económicas y sociales de la normatividad. Por ejemplo, si bien se ha desregulado la economía y el estado se ha retirado de ésta, todavía persisten murallas que explican la exclusión de la legalidad del mundo popular: un sistema tributario imposible de pagarse en los mercados emergentes, una legislación laboral que solo protege al 25% de los trabajadores y un estado con tal cantidad de sobrerregulaciones que ahoga a las iniciativas de la sociedad y fomenta diversos tipos de mercantilismo.
Sin en el Perú existen sociedades y economías informales es porque no hay un contrato social –un sistema de derechos y contratos que organice la institucionalidad- que implemente los mandatos constitucionales de la Carta del 93. La ausencia de un contrato social siempre ha generado una sociedad “oficial” y otra “real”, aquí, en Occidente, y en cualquier momento de la historia de la humanidad. El Far West americano o el Gold Rush fueron sociedades informales extremas, pero se superaron porque las élites y los intelectuales, en vez de ver a “trasgresores de las normas”, observaron que las normas eran ineficientes en organizar un contrato social.
Si el emergente de los mercados populares es visto como vulgar violador de la ley, entonces, la solución de corto plazo es “relativamente fácil”: bala y mano dura para hacer cumplir la norma. El izquierdista reaccionario no se atreve a tanto, pero sí elabora el diagnóstico para justificar la mano de hierro.
Pero si en vez de ver transgresores de la norma, investigamos y observamos con detenimiento, en realidad veremos empresarios o quizá proto-empresarios, que trabajan de sol a sol, que ahorran todo lo que puedan e invierten hasta morir. Y si vemos empresarios comprenderemos, con absoluta facilidad, que lo que está mal es la ley, que nadie que trabaja tanto quiere estar al margen de la seguridad jurídica, enfrentado al estado, a menos que los ahorros de su vida estén en juego.
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