Darío Enríquez
Prensa amarilla, una vergüenza mundial
Hegemonía de medios convencionales sucumbe ante las redes sociales

Desde el triunfo de Barack Obama en las elecciones estadounidenses de 2008, las (mal) llamadas «redes sociales» desplegaron una potencia que había sido subestimada hasta entonces. Era la primera vez que se mostraba la fuerza de los nuevos medios de difusión actuando como elementos de propaganda política, en especial para desactivar las campañas mediáticas de demolición. Sin ellas es probable que la carrera electoral presidencial de Obama ni siquiera hubiera pasado de las primarias.
Los comicios estadounidenses del 2008 resultan muy útiles para fijar un hito, aunque desde finales del siglo XX ya se preveía una recomposición de las poderosas estructuras del sistema mediático. Pero no había acuerdo sobre cómo sería tal cambio. La denominada «casta» de las telecomunicaciones reinó plena, turgente y poderosa durante más de medio siglo, casi dos tercios del siglo XX, en especial desde que «el cine y la televisión liquidaron a las estrellas de la radio».
Aunque se ha dado en llamarle «monopolio informativo», tal expresión no refiere necesariamente economía sino sobre todo relaciones emisor-receptor. El primero con todos los espacios, tiempos y tecnología a su favor, mientras el segundo permanecía pasivo. La «caja boba» entraba a los hogares y a los cerebros casi sin pedir permiso. Lo mismo, el denominado «séptimo arte», primero en su versión cinemera y luego con mucho mayor fuerza, en su versión televisiva.
El emisor contaba con todo el poder de marcar tendencia, manipular, relativizar, tergiversar y hasta mentir abiertamente, mientras el receptor absorbía sin capacidad de respuesta. En casos excepcionales, el receptor era escuchado, pero la tecnología a disposición no facilitaba la necesaria interacción. Para hacer corta la historia, con la amplísima difusión de las TIC en la vida diaria de los urbícolas, emergen primero los correos electrónicos y los portales Internet, luego las redes sociales como Facebook, Twitter, Telegram, Pinterest, Instagram, Tik-Tok, WhatsApp, etc.
Las últimas dos décadas han dado testimonio progresivo, imparable e inequívoco de un cambio radical en las relaciones entre quienes participan del proceso comunicativo. Ya los emisores cuentan por millones, y no el pequeño grupo que dominaba las telecomunicaciones analógicas. Eso sí, no podemos negar que hay una hiper concentración en los gigantes tecnológicos Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft (GAFAM), empresas estadounidenses, a las que se suman los gigantes chinos Baidu, Alibaba, Tencent y Xiomi (BATX). Pero esos gigantes producen apenas información, sobre todo otorgan facilidades tecnológicas para billones de interacciones.
Antes, tanto las grandes cadenas televisivas como otras medianas y pequeñas, adscritas a la misma lógica, gozaban de unidireccionalidad. El retorno por parte de los receptores era débil, lento, poco práctico e ineficaz. Hoy, la comunicación es multidireccional, con inmensa cantidad de emisores y receptores, de gran intensidad y frecuencia. La interacción es fluida, pudiendo ser inmediata y «en línea». Las redes clientelares, cogollos de favoritismo, venta de línea editorial y envilecimiento del oficio periodístico en las grandes cadenas televisivas, hacían y deshacían con total impunidad.
Todo eso se puede evidenciar ahora abierta e instantáneamente. Del mismo modo que se hace posible y peligroso que puedan difamarte, calumniarte e injuriarte, propagándolo con increíble rapidez, también puedes defenderte y revertir los efectos de tal campaña con igual o mayor eficacia. No hay sistema perfecto, pero hoy, en medio del gran desmadre mediático que algunos acusan en las Redes Sociales, hay mayor libertad y se corrigen más injusticias, pues podemos reaccionar y equilibrar lo que antes era potestad, potencia y privilegio de unos pocos. Como braman los «leones» cibernáuticos: «Mentir, calumniar e injuriar ya no será gratis».
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