La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Sobre un posible fenómeno destructor y la necesidad de un liderazgo para enfrentarlo.
El fenómeno El Niño que hoy nos libra del frío otoñal puede convertirse el próximo verano 2015-16 en un desastre si se mantiene el curso que tomó a comienzos de este año. Esta posibilidad parece confirmarse por la similitud que hay entre los cambios climáticos que vemos actualmente y los que precedieron a los dos últimos Niños fuertes que afectaron al país en 1982-83 y 1997-98. Y sin embargo no vemos desde el Estado ninguna labor preventiva frente a esta amenaza potencial, lo cual es preocupante ya que sin prevención el daño sería mayor.
Se llama El Niño porque, al igual que el ser humano, nace débil pero se hace más fuerte conforme se desarrolla. Y según ha explicado Abraham Levy, el Niño actual -que empezó en diciembre pasado- sigue invariable su desarrollo, al punto que no tendremos invierno. Este escenario es idéntico al que precedió a los últimos Niños desastrosos.
Otra señal que hace temer lo peor es que los anteriores también fueron precedidos por anomalías climáticas globales como las que vemos actualmente: calor extremo en India y Pakistán, lluvias fuertes en el sur de los Estados Unidos y sequía en Chile.
Estamos entonces ante un escenario que plantea con urgencia una movilización del estado y la sociedad para adoptar medidas preventivas que nos permitan atenuar el posible desastre y reconstruir después con celeridad los daños sufridos. La falta de prevención del Niño de 1983 causó una caída de 10 puntos del PBI nacional, según las estadísticas oficiales.
El de 1997 dejó pérdidas importantes, pero mucho menores gracias a que hubo prevención: se limpiaron los cauces de los ríos, se construyeron defensas ribereñas, se compró maquinaria, puentes Bailey y motobombas para reponer las carreteras y puentes destruidos; y desaguar las zonas inundadas. Se reforzaron las bocatomas de los sistemas de riego, para protegerlas de los desbordes de los ríos, y se creó una comisión de alto nivel que dirigió después la reconstrucción.
En la eventualidad de que el próximo verano se repita un Niño fuerte, los daños económicos serían cuantiosos porque el principal sector afectado sería la agricultura, que es hoy en una de las mayores fuentes de exportación y de generación de empleo. Una caída fuerte de la agroexportación tendría un impacto importante en el PBI. Durante el verano último, los cauces de los ríos se han colmatado debido a las lluvias y huaycos y sin embargo no han sido limpiados.
Un factor fundamental para movilizar a las instituciones y a la sociedad es el liderazgo del Presidente de la República, quien debiera formar un equipo especial para encarar la emergencia y ponerse al frente del mismo para que los trabajos de prevención avancen a la velocidad que se necesita, tal como se hizo en 1997.
Lamentablemente, no vemos hasta ahora ese liderazgo. El jefe de Estado se resiste a asumirlo por alguna razón, pero aún está a tiempo de hacerlo. Esperemos que lo haga porque, mientras él esté ausente en el tema, la amenaza será mayor.
El fenómeno El Niño se repite en promedio cada nueve años, cuando, por acción de los vientos, grandes ondas de agua caliente (Kelvin) llegan a las costas del Pacífico y alteran el clima provocando lluvias torrenciales en el litoral norte, huaicos en la sierra central y norte, y eventualmente sequía en la sierra sur y el Altiplano. Según su intensidad, puede ser débil, moderado y fuerte. Los dos últimos fuertes fueron los de 1982-83 y 1997-98.
El Comité Multisectorial Encargado del Estudio Nacional del Fenómeno El Niño (EFEN) informó hace poco que el Niño alcanzará el nivel de moderado o fuerte en este invierno y podría prolongarse hasta fin de año con una magnitud incierta. Y la comunidad científica global cree que es posible que las ondas de agua caliente seguirán llegando con fuerza en el próximo verano.
El gobierno debe afrontar esta amenaza ya mismo, sin pérdida de tiempo, para poder atenuar al máximo sus efectos desastrosos y reconstruir lo más pronto posible la infraestructura que resulte dañada.
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