En el Perú si una ley aprobada en el Congreso no se reg...
Los sectores que consideran que los grandes debates ideológicos que animan a la sociedad desde la Ilustración terminaron con la caída del Muro de Berlín, y que incluso llegaron a predecir el fin de la Historia, se equivocan de principio a fin. Desde la crisis del comunismo y la disolución de la ex Unión Soviética a fines de los ochenta, la sensación de que la democracia, el capitalismo y las sociedades abiertas han superado a los colectivismos se generalizó en el planeta.
Sin embargo, los viejos partidos marxistas, comunistas y colectivistas, duchos en la estrategia de dar un paso atrás para luego avanzar dos, entendieron que era hora de retroceder. En ese sentido abandonaron los viejos programas utópicos, descartaron las teorías del materialismo histórico y la lucha de clases y señalaron que el proyecto comunista no iba más. Consecuentes con ese viraje ideológico, disolvieron los viejos partidos de cuadros y, en vez de presentar un programa general, se dedicaron a desarrollar plataformas sectoriales: la defensa ecológica como oposición al capitalismo, la defensa de los Derechos Humanos en contraposición a la autoridad del Estado, las teorías de género para controlar la escuela pública, la defensa de los derechos del consumidor en contraposición a las empresas y los mercados, etcétera.
Las estrategias sectoriales de las nuevas corrientes neomarxistas (gramscianos, marxistas culturales y seguidores de la escuela de Frankfurt) tiene una matriz que se emparenta con el viejo marxismo de los siglos anteriores: la idea de que el Estado es la primera fuente de derechos, de igualdad, y de prosperidad en general. Aquí no importa el fracaso del socialismo real del siglo XX, que coronó como dios al Estado. La acción de los activistas neomarxistas —que se expresa principalmente a través de las ONG— siempre busca empoderar al Estado y disminuir el protagonismo de la sociedad, de los mercados y de los privados. Antes que las familias, las empresas y los partidos políticos, siempre estará el Estado.
Este fenómeno sucede en el mundo y empieza a acaecer con inusitada fuerza en el Perú, en donde el capitalismo iniciado un cuarto de siglo atrás hoy ha sido frenado en seco. Un ejemplo paradigmático es el sector minero: la legislación ambiental hoy es más importante que las normas proinversión. En el 2015 existían 25 leyes para las inversiones mineras, pero ahora sobrepasan las 260. La idea de que el capitalismo, los mercados y la acción de los privados representan una amenaza intrínseca al medio ambiente, finalmente, termina agrandando el Estado, creando sobrerregulaciones y burocracias inexplicables. Triunfo neto de las corrientes neomarxistas.
Otro ejemplo que puede servir para ilustrar el nivel de hegemonía que han alcanzado estas corrientes es la manera cómo el pasado referéndum terminó estatizando las campañas electorales. Bajo el pretexto de que la corrupción de Odebrecht y las economías ilegales infiltran la política, se ha prohibido a los partidos contratar publicidad privada en radio y televisión. El Estado se convertirá, entonces, en fuente de derechos e igualdad a través de la franja electoral. No los electores ni la sociedad. Lo más grave de todo es que a los neomarxistas no les interesa que las libertades en Estados Unidos y Reino Unido, por ejemplo, se fundamenten en el financiamiento privado, en la transparencia total de los aportes de las empresas, la única manera de alejar el dinero sucio y las economías ilegales de la política. En el Perú se ha optado por el camino inverso, por la ruta brasileña que estatizó las campañas electorales y organizó el caso de megacorrupción más grande en toda la historia de América Latina.
El sueño neomarxista de separar la democracia del capitalismo comienza a implementarse en el Perú, como se dice, a todo trapo. Los ejemplos sobran. Desde la llamada ideología de género, que busca instaurar una ideología oficial en la escuela pública, pasando por el intento de estatizar el sistema privado de pensiones, hasta todas las sobrerregulaciones que han convertido al país en la república del trámite y han transformado la Constitución y los tratados de libre comercio en letra muerta. En otras palabras, el triunfo del Estado sobre la sociedad y los mercados.
En cualquier caso, ya estamos advertidos sobre cómo el enemigo neomarxista comienza a controlar los sentidos comunes de la sociedad. La respuesta, pues, debe ser ideología y más ideología para transformar la política.
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