La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Sobre la necesidad de asegurar un cambio de gobierno sin sobresaltos.
En una democracia relativamente saludable es un oxímoron hablar de una transición política hacia el cambio de gobierno, porque una de las notas distintivas del sistema democrático es el fiel cumplimiento del plazo constitucional. Generalmente la idea de una transición se asocia a la etapa en que un régimen de facto organiza la entrega del poder a otro de carácter democrático. O para simplificar las cosas: cuando una dictadura se retira y se instaura una democracia.
Ese no es el caso del Perú. No obstante que nuestro sistema democrático ya procesa tres elecciones nacionales sin interrupciones y avanza hacia la cuarta, consideramos que es necesario hablar de una política de transición, sobre todo, para que los sectores de oposición y los principales candidatos que encabezan las encuestas asuman su responsabilidad con el país.
El cronograma electoral que ya empieza a desarrollarse no solo se desenvolverá con un deterioro institucional más grave que el enfrentado durante los relevos gubernamentales de Alejandro Toledo y de Alan García, sino que la desaceleración económica se combinará con la endémica crisis de la política creando un poderoso cóctel de situaciones ante el cual los demócratas deben permanecer alertas.
Para todos es sabido que Palacio o la mal llamada pareja presidencial, a medida que avance el calendario electoral, tenderá a politizar su actuación no solo en función de conseguir una retaguardia parlamentaria, sino también por la necesidad de defenderse ante las investigaciones en curso. Si bien semejante estado de cosas permitirá cierta autonomía a los ministros también propiciará escenarios impredecibles para la democracia.
Allí reside entonces la necesidad de hablar de una política para la transición hacia el 2016, que debe comprometer a la oposición, a los líderes políticos y a los ministros de buena voluntad del Gabinete Cateriano. Pero el eje de una política de este tipo debe desarrollarse alrededor del Legislativo porque es la otra institución elegida por el sufragio de todos los peruanos (la otra es la Presidencia).
Si Palacio es fuente de ingobernabilidad, de falta de predictibilidad democrática, entonces, el Congreso está llamado, como se dice, a ponerse los pantalones y a cargar sobre sus hombros la transición hacia el cambio de gobierno. Por todas estas consideraciones los escándalos de la Comisión que investiga a Belaunde Lossio y los contraataques de Nadine Heredia solo echan humo, esconden, la necesidad de un verdadero debate sobre la trascendencia de que la oposición asuma la conducción de la Mesa Directiva del Legislativo.
Luis Iberico y Víctor Andrés García Belaunde, los dos principales aspirantes no oficialistas a conducir la Mesa Directiva, deberían abandonar los juegos de área chica, las zancadillas de esquina, y poner por delante los objetivos de la transición democrática. Y, una vez más, el fujimorismo y el aprismo tienen la oportunidad de convertirse en las fuerzas organizadoras de este proceso.
Los observadores internacionales no solo se sorprenden por el crecimiento económico y la impresionante reducción de la pobreza en el Perú, sino también de la persistencia de la democracia no obstante el descrédito de las instituciones públicas y la crisis de los partidos. Sin embargo nuestra suerte puede haber empezado a cambiar con la convergencia de los problemas políticos y los económicos que ya se percibe desde el 2014. En todo caso, la oposición tiene la palabra.
20 – Jul – 2015
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