A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Ha sido reelegido en comicios duramente cuestionados
El domingo pasado Daniel Ortega ganó nuevamente las elecciones presidenciales en Nicaragua. Literalmente Ortega arrasó en las urnas, ya que se volvió a reelegir por cuarta vez con el 75% de los votos. Venció al opositor Partido Liberal Constitucionalista, representado por el candidato Máximo Rodríguez. No obstante las serias irregularidades de estas elecciones, se celebraron con el único objetivo de que Ortega se mantenga en el poder. Hoy muchos analistas sostienen que ha comenzado también la dinastía Ortega, comparable con la de la familia del dictador Anastasio Somoza. ¿Por qué? Pues resulta que la vicepresidenta electa es nada menos que la esposa de Ortega, personaje cuya influencia es de vital importancia en el régimen, y varios de los hijos de la pareja presidencial hoy ocupan puestos trascendentales en la vida política y económica del país centroamericano.
Desde este portal hemos insistido en que la democracia moderna se creó para separar la cosa pública —las decisiones estatales y de gobierno— de los intereses familiares. Sucede todo lo contrario en Nicaragua. A la ya constituida dinastía Ortega se suma una serie de actos irregulares y deplorables que antecedieron a las elecciones y que hacen cuestionable los resultados: la falta de veedores internacionales, el ausentismo de más del 79% de los votantes, las constantes interrupciones de los órganos de justicia (siempre en contra de la oposición) y la publicidad estatal que hacía propaganda al régimen. Todos aquellos actos llevaron inevitablemente a la victoria de Ortega y familia.
¿Por qué el régimen ha sido reelecto y se mantiene en el poder? Vale observar que durante los casi doce años que Ortega lleva en el poder la economía nicaragüense creció entre 4% y 5%, gracias al apoyo que recibió de la Venezuela de Chávez y de Maduro. Por ejemplo, entre el 2007 y el 2014 la banca pública venezolana prestó a Nicaragua alrededor de US$ 5,000 millones. Con un manejo serio de la macroeconomía —en los primero años— y la creación de programas sociales, la pobreza se redujo de 42% a 29%. Así, los Ortega pudieron construir un estado populista con fines electorales y objetivos claros: mantener el poder y el gobierno a cualquier costo.
De otro lado, la oposición democrática ha demostrado poco olfato para la unidad. En un primer momento la oposición se unió en torno a la Coalición Nacional Demócrata (CND), pero los desacuerdos y las peleas intestinas por el liderazgo crearon un clima que propició la división. Hoy del CND se ha desprendido Ciudadanos por la Libertad, otro movimiento opositor dividiéndose en dos.
La dinastía Ortega ya está constituida. El régimen va en camino a endurecer sus posiciones, a pesar de celebrar elecciones amañadas. Curiosamente Ortega fue uno de los líderes del movimiento guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional, que se alzó en contra de una dinastía cruel y autoritaria: los Somoza. No cuesta mucho decir que ahora, en pleno siglo XXI, asistimos a la creación de otra dinastía en tierras nicaragüenses. Otro ejemplo más de que los estatismos, de cualquier cuño, son letales para la construcción de la democracia en América Latina.
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