A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Las relaciones entre el crecimiento y la pobreza son tan precisas como las leyes de la física. Si se crece a tasas altas no solo se absorbe la demanda de empleo de los jóvenes que se incorporan anualmente a la economía, también se arrincona a la pobreza. El crecimiento sobre la base de la inversión privada genera empleo en un entorno macroeconómico saludable, y los buenos resultados se mantienen en el mediano y largo plazo.
Según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), América Latina apenas crecerá 0.1% en el 2019 y el próximo año apenas lo hará en 1.3%. La desaceleración del crecimiento en la región tiene que ver con la continuidad de los populismos colectivistas y los estallidos sociales en Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia, que han contraído las inversiones.
Venezuela se desplomará en -25% del PBI, Argentina en -3% (dos grandes de la región), mientras que México apenas superará el 1% de expansión debido a la prédica populista de Manuel López Obrador. Por su lado Brasil, muy lentamente, retoma la senda del crecimiento gracias a las reformas de Jair Bolsonaro.
Los resultados de la desaceleración se convierten en verdaderas explosiones atómicas en la lucha contra la pobreza. Según la CEPAL en el 2019 se contabilizaron 27 millones más personas pobres que en el 2014, y alrededor de 26 millones de personas en situación de pobreza extrema. Entre el 2014 y el 2018 las cifras de la CEPAL nos indican que el número de pobres en la región se incrementó en 2.3 puntos porcentuales.
Según el mencionado informe, los pobres en América Latina en el 2019 sumaron 191 millones, de un total de 620 millones de habitantes en el hemisferio. Vale precisar que con respecto al 2018, el número de pobres aumentó en 6 millones. De esta manera se proyecta que la pobreza en el 2018 llegaría al 30.8% de la población latinoamericana; es decir, 0.7% más que la cifra registrada en el 2017.
La región no solo crece por debajo del promedio mundial (que en el 2019 llegará al 3%) sino que empieza a ser una de las regiones con menos resultados en la lucha contra la pobreza.
La pregunta entonces es, ¿por qué el hemisferio está llegando a esta situación? La respuesta parece elemental: América Latina parece vivir en el péndulo de una primera generación de reformas y el regreso a las fórmulas populistas y colectivistas que empobrecen a la región. ¿A qué nos referimos? Todos los países de la región, de una u otra manera, han desarrollado ajustes económicos, privatizaciones, reducciones del estado empresario y han desregulado precios y mercados. Y cuando se engancharon con el boom de los commodities, los resultados fueron auspiciosos tanto en crecimiento económico como reducción de pobreza.
Sin embargo, cuando los intercambios internacionales se complican, las élites se dan cuenta de que han perdido la ventaja comparativa del crecimiento inicial: la posibilidad de seguir pagando salarios bajos. Los ex pobres de ayer están ya acostumbrados a vivir fuera de la pobreza y a gozar de ciertos beneficios de la prosperidad. En este contexto, la mayoría de sociedades de la región se resiste a implementar una nueva ola de reformas porque las izquierdas y los populismos regionales desarrollan discursos demagógicos que suelen prender en las clases medias precarias que acaban de dejar la pobreza. Las reformas de la legislación laboral y del sistema previsional son vistas, por ejemplo, como las amenazas al bienestar conseguido.
En este contexto las élites regionales se muestran temerosas a lanzar iniciativas promuevan la innovación en la educación, que desarrollen nuevos sistemas de salud, que se avance en la construcción de instituciones y en la solución de los problemas acumulados en infraestructuras. El resultado de la parálisis reformista en América Latina: una peligrosa lentificación del crecimiento, por debajo de la expansión de la economía mundial, y el aumento de la pobreza, que resucita el viejo discurso populista, marxista y colectivista que ha hundido a la región.
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