Se desata el odio comunista contra la empresa privada

En el desarrollo de la ola insurreccional en contra de la Constitución y el Estado de derecho –que se expresa en ataques a comisarías, intentos de asaltos y destrucción de aeropuertos, bloqueos de carreteras para desabastecer las ciudades, destruir la producción y la economía familiar– las vanguardias comunistas y núcleos radicalizados han desarrollado todo el “odio de clases” en contra de las empresas industriales, minas, bancos, fundos agrarios y mercados populares y emergentes.

En la primera ola insurreccional, luego del fallido golpe de Pedro Castillo, se atacaron y destruyeron las plantas de las empresas Gloria y Laive en Arequipa, perjudicando la economía familiar de más de 6,500 ganadores –la mayoría pequeños empresarios– , que se quedaron sin la posibilidad de vender su producción. Luego se intensificaron los ataques a las minas emplazadas en el llamado Corredor Minero del Sur y se intentó destruir a las compañías Anabis, Constancia, Antapaccay y Las Bambas. Más tarde, luego del fracaso de la llamada “Toma de Lima” se bloqueó más de 60 kilómetros de la Panamericana Sur con el objeto de quebrar a las empresas agroexportadoras –en plena cosecha de la uva– y destruir cerca de 50,000 empleos, liquidar la economía de 45,000 familias, y quebrar una de las regiones más prósperas del Perú.

Si a estos hechos le agregamos el bloqueo y cierre de los principales mercados emergentes del sur del Perú y el informe del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) acerca de que la ola de violencia le ha costado a la sociedad alrededor de S/ 2,150 millones en producción y ventas, queda en evidencia que las corrientes colectivistas y comunistas se han propuesto destruir la economía familiar y generalizar el empobrecimiento de la sociedad, como un paso previo a la toma del poder y la instalación de una constituyente.

Sin embargo, en el Perú comienza a existir una reacción generalizada de la sociedad en defensa de la producción, los mercados y la economía familiar. La sociedad, de manera espontánea, comienza a aliarse con la policía (PNP) y las fuerzas armadas para rechazar la tiranía de las vanguardias comunistas y defender la producción y el comercio.

Sin embargo, una de las preguntas que emerge es de dónde viene el odio comunista, la organización de la lucha de clases en contra del sector privado que crea el empleo y bienestar. Desde los primeros escritos de Marx y Engels ha surgido una religión profana, unas leyendas, unas hechicerías, que nos señalan que “la riqueza la crean los trabajadores”. La magia del marxismo viene envuelta con una supuesta “cientificidad”.

Sin embargo, si los trabajadores crearan la riqueza de las sociedades, el Estado solo tendría que crear empresas estatales y poner a trabajar con frenesí a la gente, tal como sucedió con los ex países de la Unión Soviética. Todos sabemos que esas empresas soviéticas solo se convirtieron en fábricas de pobreza y exclusión. ¿Por qué? Porque la producción en masa no se vendía en los mercados, y los productos se oxidaban y las empresas eran la suma de todas las quiebras e ineficiencias. No se creaba riqueza sino pobreza.

La única manera de crear riqueza es a través de la compra y venta que se produce mediante la creación de los precios. Si la producción de cocinas no alcanza un precio en el mercado, el producto no se vende y la empresa quiebra y solo crea pobreza. En las economías de mercado, los empresarios privados son los agentes que interpretan la demanda de los consumidores, innovan y crean productos que forman precios y generan riqueza. Todo lo demás es magia, hechicería y religión en el peor sentido. Y esa riqueza creada por los empresarios beneficia a toda la sociedad porque los pobres pasan a ser las clases medias.

De allí que los comunistas y las vanguardias radicales hayan empezado un ataque generalizado en contra del sector privado y los mercados formales e informales, como parte de su estrategia para la toma del poder.