Otra década perdida del Perú

En un reciente artículo publicado en este portal, el economista César Peñaranda ha señalado que el promedio de crecimiento entre el 2014 y el 2023 será de 2.9%. Y que a partir de esa fecha, el declive continuará con pronóstico reservado. Considerando que en la década del 2000 se alcanzó un promedio de crecimiento del 6% y las enormes posibilidades de la economía nacional, Peñaranda califica el periodo 2014 -2023 como una década pérdida, tal como sucedió en los años ochenta.

Es evidente que el Perú comienza a acumular una década perdida porque, de una u otra manera, se detuvo y lentificó el avance capitalista desde el Gobierno de Ollanta de Humala, cuando al grito de “agua sí, oro no” se detuvo el proyecto Conga y se paralizó el cinturón de cobre del norte. No obstante, a pesar de los tropiezos, en estas tres décadas de modelo basado en la inversión privada y la desregulación de mercados, el PBI se triplicó y la pobreza se redujo del 60% a 20% antes de la pandemia (hoy está en alrededor del 25%).

Sin embargo, vale reflexionar en todo lo que hemos perdido. Por ejemplo, si las minas Conga, Galeno y La Granja (en Cajamarca) estuvieran en operaciones (junto a Michiquillay) le hubiesen agregado un millón de toneladas métricas de cobre (TMC) a la producción anual de 2.5 millones de TMC del país, que lo ubican como segundo mundial productor de cobre. Con ese incremento de la producción en el metal rojo, de cerca de la mitad, el Perú crecería sobre el 5% y la pobreza nacional se ubicaría debajo del 15%. Todo eso ha perdido el país, y representa un verdadero crimen social contra el Perú.

Por otro lado, el economista Elmer Cuba acaba de señalar, en una entrevista a este portal, que nunca hubo la famosa teoría de las cuerdas separadas en el país. Es decir, la idea acerca de que la crisis política iba por un lado y el desarrollo de la economía por el otro. El principal argumento de Cuba es que el desarrollo de la crisis política en las últimas dos décadas en la economía se expresó en las renuncias a desarrollar reformas integrales en el sistema educativo, en el sistema de salud y la inversión en infraestructuras. Semejante abandono de una nueva oleada de reformas estructurales, tarde o temprano, iba entrecruzarse con la crisis política y el relativo avance económico. En otras palabras, por la ausencia de nuevas reformas –que completaran las reformas estructurales de los noventa (reforma macroeconómica, tributaria y privatización del estado empresario)– el Perú estaba condenado a tener tasas muy bajas de crecimiento.

La idea de una década perdida adquiere fuerza cuando se repara en que las tasas de crecimiento por debajo del 3% no permiten ni siquiera absorber la demanda de empleo que se produce cada año, con la incorporación de 270,000 jóvenes a la economía. El Perú necesita crecer por encima del 4% para intentar seguir reduciendo el flagelo de la pobreza.

Hoy, con el Gobierno de Pedro Castillo, el Perú parece ser empujado al abismo. El Estado de derecho no existe en las áreas mineras, y no solo se ha ahuyentado las nuevas posibles inversiones, sino que se pone en peligro las existentes. Los tímidos avances en reformas en el sector educación y salud comienzan a ser revertidos y entregados a la voracidad de militantes revolucionarios sin la menor formación profesional. Y, en el caso de las infraestructuras, todo está paralizado por diversas razones.

En este contexto, la inversión privada se bate en retirada no obstante que el sector empresarial aporta el 80% de los ingresos fiscales, provee el 80% del empleo (en los mercados formales e informales) y representa el 80% de todo lo que se invierte en el Perú. La noche adquiere su tono más negro. Sin embargo, el dicho reza que cuando más negra está la noche más cerca está el amanecer. Creemos que el Perú, al borde del abismo, se negará a caer en el foso al que nos arroja el gobierno de Castillo.