Editorial Economía

No solo es la constituyente, ¡también la renuncia a las reformas!

Las causas del actual desgobierno nacional y la involución económica

No solo es la constituyente, ¡también la renuncia a las reformas!
  • 28 de noviembre del 2022

Con el Gobierno de Pedro Castillo, el Perú ha sido empujado a un abismo en el que se presenta una disyuntiva insalvable: o salvamos el sistema republicano y la economía de mercado –es decir, una sociedad con libertades–; o avanzamos hacia un nuevo experimento bolivariano que destruya las libertades o colectivice la economía.

Solemos decir que todo el proceso destructivo empezó con la instalación del Gobierno de Castillo y el anuncio de la constituyente. Sin embargo, Castillo, el peor candidato de la historia republicana y el menos preparado para la responsabilidad, no habría sido elegido sin las narrativas predominantes ni la falta de reformas económicas y sociales del país. Sobre las narrativas lo hemos repetido hasta la saciedad: cómo el maoísmo senderista se convirtió en el mal menor para enormes sectores de la población. Se debe reconocer, pues, el triunfo cultural de las izquierdas.

Sin embargo, al actual escenario destructivo también contribuyó la ausencia de una oleada de reformas económicas y sociales que evitara en el país la peligrosa trampa de los ingresos medios de la que suelen hablar los economistas. ¿A qué nos referimos? En los noventa, el país desarrolló un ajuste macroeconómico que recuperó la salud de las finanzas públicas, con audaces privatizaciones que terminaron el estado empresario, que empobreció a más del 60% de los peruanos; además se desregularon los precios, los mercados y el comercio internacional. Igualmente, se desarrolló una interesante reforma tributaria, mientras se consolidaba la institucionalidad económica a través del Banco Central de Reserva, la Superintendencia de Banca y un Ministerio de Economía y Finanzas bien manejado.

El resultado fue impresionante: en tres décadas el Perú triplicó su PBI, redujo la pobreza del 60% de la población a solo 20% (antes de la pandemia), engrosó como nunca sus clases medias y se convirtió en una sociedad típica de ingresos medios. De pronto, el despegue y crecimiento inicial no podían seguir sustentándose en los salarios bajos. El país era una sociedad de mayoría de clases medias y la economía necesitaba relanzar su productividad y competitividad para solventar los nuevos ingresos de la ciudadanía. Cuando una sociedad no puede resolver esa encrucijada se suele hablar de la trampa de ingresos medios: las nuevas clases medias caen en la desesperación, porque el bienestar se detiene e involuciona, y terminan apoyando proyectos populistas anti mercados.

Una sociedad de ingreso medio para superar la señalada trampa y acercarse al desarrollo no puede fundamentar su crecimiento en los salarios bajos. Debe entonces materializar nuevas reformas que relancen la productividad de la sociedad. 

Por ejemplo, debe promover reformas institucionales –en el sistema de justicia y en los derechos de propiedad– que otorguen predictibilidad a los ciudadanos y a la inversión privada. Asimismo, debe avanzar en la solución de los problemas acumulados en las infraestructuras para conectar mercados y emprendimientos. No obstante, existen dos reformas capitales sin las cuales ninguna sociedad puede superar la trampa y aproximarse al desarrollo: la reforma educativa para forjar un mundo laboral en base a la innovación, y la reforma del sistema de salud para garantizar ciudadanos en la plenitud de sus posibilidades. 

En otras palabras, infraestructuras institucionales y físicas para garantizar un flujo constante de inversiones y crecimiento, y un capital humano de primer nivel. En el país, en vez de avanzar por esa ruta, se enrumba por las declaraciones de derechos sin riqueza (tal como sucedió en Europa del Este y pasa hoy en Venezuela). Allí están las normas laborales “que declaran la estabilidad laboral y el derecho al trabajo”, y allí están los últimos decretos laborales del Ejecutivo, que buscan colectivizar el empleo.

Los países del Atlántico norte que han alcanzado el desarrollo nunca se confiaron en las ventajas de los salarios bajos. Por otro lado, los antes llamados “tigres del Asia”, igualmente alcanzaron el desarrollo porque luego de basar su crecimiento en salarios bajos –como sucede en cualquier sociedad de ingreso bajo– desarrollaron reformas para relanzar su productividad.

Si los peruanos pretendemos superar el actual desgobierno nacional, entonces, no solo debemos pensar en la transición del desastre actual, sino en las reformas que nos empujen al desarrollo.

  • 28 de noviembre del 2022

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