Más inversión privada y crecimiento para enfrentar inflación mundial

En una economía globalizada como la peruana –que en tres décadas de desregulación de mercados y libertad de precios, logró triplicar su PBI y reducir la pobreza del 60% de la población a solo 20% (antes de la pandemia)– existen variables de la economía mundial difíciles de controlar. Una de ellas es la inflación mundial, que se ha disparado en el planeta obligando a la Reserva Federal de los Estados Unidos y a los bancos centrales de los países desarrollados a aumentar las tasas de interés. El objetivo de aumentar las tasas es frenar la inflación, y los analistas económicos mundiales consideran que de aquí al 2023, el promedio de las tasas mundiales se incrementará en 4%. En los Estados Unidos el objetivo es contener la inflación, más allá de los efectos recesivos que ya todos registran.

En este contexto, con el aumento de las tasas de interés, todos los actores de la economía mundial se refugian en el dólar, mientras en la economía mundial, se dibuja la inminente recesión. En este contexto, ¿cuáles serán los efectos en la economía peruana? La inflación y la recesión mundiales pueden devorarlo todo, a menos que el Perú vuelva a la senda del crecimiento y la generación de empleo suficiente para reducir la pobreza.

Los anuncios del Ejecutivo acerca de promover una asamblea constituyente y la nacionalización de los recursos naturales, así como la promulgación de los decretos laborales del Ministerio de Trabajo (MTPE) –que prohíben la tercerización laboral y fomentan la sindicalización y la liberalización extrema del derecho de huelga– simplemente han frenado en seco tres décadas de crecimiento. ¿Por qué? En el país no hay nuevas inversiones privadas: en el 2022 la inversión privada crecerá cero y en el 2023 se caerá. Una verdadera tragedia nacional porque la inversión privada crea más del 80% del empleo, aporta más del 80% de los ingresos fiscales y representa el 80% del total de todo lo que se invierte en el Perú.

Con la inversión privada en caída no se genera suficiente empleo para absorber la nueva demanda de trabajo de los jóvenes que se incorporan a la economía y, entonces, la pobreza aumenta. Y, en este contexto, el promedio de los ingresos no se recupera a los niveles de antes de la pandemia. Y las empresas y negocios comienzan a vender la mitad o menos del 50% de lo que solían vender. En este escenario, la inflación importada, a la que no podemos sustraernos, arrasará con las economías familiares porque los ingresos no alcanzarán para los productos de la canasta básica.

Semejante situación se avecina si es que el Perú no relanza la inversión privada. Apostar solo por la inversión pública (menos del 20% total) es como consumir una droga para evitar el dolor. Un verdadero espejismo.

Sin embargo, es casi seguro que los radicalismos, los comunismos y los progresismos apostarán por un relato: la tragedia económica es culpa del modelo consagrado en la Constitución, es culpa de los mercados y la libertad de precios y la conspiración de los monopolios. Si el Gobierno se atreviera a tocar un pelo del modelo económico, los precios altos de la canasta básica –por la inflación importada–, en el acto, se convertirían en escasez de arroz, leche, huevos, etc. Las colas y los mercados negros proliferarían, y es casi seguro que el Ejecutivo sería arrinconado por las masas.

La única manera, entonces, de enfrentar la inflación y recesión mundiales a la vista es con más inversión privada. ¿Cómo lograrlo? Derogando los decretos laborales del MTPE y permitiendo que se materialicen los principales proyectos mineros detenidos por la demagogia comunista. Conga y el cinturón de cobre del norte en Cajamarca, y Tía María en Arequipa, deben convertirse en realidad para enfrentar el monstruo de la inflación mundial.