Vargas Llosa habla de su amigo Gabo

Recuerdos de una amistad que duró diez años

Acaso Uno de los puñetazos más famosos de todos los tiempos es el que Mario Vargas Llosa le diera a su colega Gabriel García Márquez —el 12 de febrero de 1976, en Ciudad de México—, y con el que concluyó una amistad muy estrecha y de casi diez años. Con el tiempo ambos escritores se volverían cada vez más importantes y ganarían ambos el Premio Nobel de Literatura —el colombiano en 1982, el peruano en 2010—, pero nunca se dio una explicación acerca del incidente, ellos nunca volvieron a encontrarse, ni siquiera volvieron a hablar el uno del otro. Hasta el día de ayer, en España, en un ciclo de conferencias por el tercer aniversario de la muerte de GGM y el medio siglo de Cien Años de soledad, que MVLL rememoró algunos detalles de esos diez años de entrañable amistad.

Los escritores se conocieron en 1967, en la entrega de Premio Rómulo Gallegos —que MVLL ganó con su novela La casa verde—, pero la amistad se forjaría recién un año después, cuando los dos —que tenían la misma agente literaria, la mítica Carmen Balcells— coincidieron viviendo en Barcelona, ambos con sus esposas, en el barrio de Sarriá. Eran los años del nacimiento del boom, “cuando Europa descubrió la literatura latinoamericana. Eso nos acercó como escritores y quizás fue una de las razones que fomentaron nuestra amistad”, señaló MVLL. Fue en esa época que el peruano escribió el libro Historia de un deicidio, un muy completo y riguroso análisis de toda la narrativa que GGM había publicado hasta entonces, obras anteriores a Cien años de soledad. “Gabriel lo leyó [el libro Historia de un deicidio] en un viaje que realizó a Londres y me dijo que tenía el libro lleno de anotaciones y que me lo daría en un momento dado. La verdad es que ese instante nunca llegó y nunca vi esas anotaciones”.

MVLL inició su homenaje describiendo a su viejo amigo: “García Márquez no era un intelectual, sino un artista. No estaba en condiciones de explicar el enorme talento que tenía a la hora de ponerse a escribir. De modo que funcionaba a base de intuiciones y pálpitos que no pasaban por lo conceptual. Tengo la sensación de que no era consciente de las cosas mágicas que hacía”. Recordó también lo que sintió al leer Cien años de soledad: “Cuando entré en su universo quedé cegado. Leerla fue una experiencia deslumbrante. Me pareció una obra magnífica, tanto que corrí a escribir un artículo titulado ‘El Amadís en América’. Pensé que por fin América Latina tenía su novela de caballerías, una narración en la que primaba lo imaginario sin que desapareciera el sustrato real”.

Por supuesto, no faltaron los recuerdos políticos, especialmente los relacionados con las posiciones opuestas que ambos escritores tuvieron con respecto a la revolución cubana: “Yo era muy entusiasta de la revolución; García Márquez, muy poco. Siempre fue discreto al respecto, pero él ya había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina junto a su amigo Plinio Apuleyo. ¿Qué pasó para que aquel discreto descreído terminara haciéndose fotos con Fidel Castro? No lo sé. Yo creo que tenía un sentido práctico de la vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales”.

Entre los datos curiosos que rememoró el escritor peruano están las coincidencias entre ellos: el hecho de haber sido criados ambos por los abuelos maternos, el haber tenido relaciones conflictivas con sus respectivos padres, el descubrimiento de su identidad latinoamericana al llegar a Europa y la devoción por Faulkner, “nuestro común denominador”.