La muerte y tres poetas peruanos

Dolorosa partida de intelectuales nacionales

Hace exactamente dos semanas murió el escritor peruano Eduardo Chirinos (1960 – 2016), uno de los más representativos poetas peruanos de la generación del ochenta. Chirinos pasó bastantes años de su vida en España y Estados Unidos, donde su obra fue reconocida con diversos premios, lo que lo convirtió en “el poeta peruano de los 80 de mayor consagración internacional” (según el crítico Ricardo González Vigil). Nada de eso lo envaneció, y en sus visitas al Perú se mostraba tan amable y accesible como siempre. Su muerte, a los 55 años de edad (y todavía con muchos proyectos literarios) es una lamentable pérdida para la poesía peruana.

Pero a esa pérdida han seguido otras dos muy importantes. El último domingo (28 de febrero) falleció el también poeta José Pancorvo (Lima, 1952 – 2016) una de las figuras más singulares de la literatura peruana. Coetáneo de los escritores de la generación del setenta, Pancorvo recién debutó literariamente a los 45 años de edad con el libro Profeta el Cielo (1997), una obra original que conjugaba la poesía mística, la amplia formación cultural del autor (con referentes que iban desde la Biblia hasta los mitos andinos y el Siglo de Oro), y más que nada una muy arriesgada actitud creativa. A ese primer poemario pronto le seguirían otros: Tratados omnipresentes (2000), Pachak Paqari (2003), Los éxtasis del Incarrey. Antología poética (1989-2009) y Amanecidas violentas de mundos (2009); todos ellos muy bien recibidos por la crítica.

Un dato especial acerca de Pancorvo es la amistad que sostuvo con los poetas de la generación de los noventa (veinte años menores que él), con quienes compartió tertulias literarias y presentaciones de libros. Por eso no es de extrañar que las notas más sentidas a propósito de su inesperada muerte las hayan escrito estos poetas: “Me avisan que Pepe Pancorvo ha muerto y no le creo a nadie. Ahora todos mienten, me cuentan historias, cuentos… para hacerme enojar y perder los papeles. Porque cada uno de nosotros sabe que tú, Pepe, encarnas a la poesía y por ti nuestra generación del noventa es lo que es”, escribió el poeta Rodolfo Ybarra.

La cadena trágica continuó la noche del martes, con la muerte (a los 86 años de edad) del poeta y ensayista Américo Ferrari (Lima, 1929 -2016), perteneciente a la generación del cincuenta. Ferrari se hizo conocido inicialmente como uno de los principales estudiosos de la poesía de César Vallejo —su libro El universo poético de César Vallejo (1967) lo escribió en colaboración con la propia Georgette Vallejo– y también como traductor de poetas de lengua alemana (Novalis, Trakl). Como Pancorvo, también comenzó a publicar poesía un poco tardíamente, a los 43 años de edad, con el libro Espejo de la ausencia y la presencia (1972). Por supuesto, en este libro se hacía notar la influencia de Vallejo, pero también la de poetas peruanos tan diferentes como Martín Adán y Carlos Germán Belli.

Con formación académica como filósofo, Ferrari también incluía en su poesía reflexiones metafísicas y existenciales. Publicó cinco poemarios más —desde El silencio / Las palabras (1973) hasta La fiesta de los locos (1991)—, para finalmente reunirlos en el libro Para esto hay que desnudar a la doncella. Obra poética 1949-1997. Paralelamente continuó desarrollando su valiosa obra ensayística con títulos como Los sonidos del silencio. Poetas peruanos del siglo XX (1990) y El bosque y sus caminos. Estudios sobre poesía y poética hispanoamericanas (1993), entre muchos otros.