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Noviembre es dedicado en todo el Perú al culto del santo negro de la escoba
Estamos iniciando noviembre, mes que en Lima y en todo el Perú se dedica al culto de San Martín de Porres, el primer santo de raza negra de América, quien murió un 3 de noviembre de 1639, hace exactamente 375 años. Que la efeméride sirva para recordar detalles de la vida y obra de uno de los personajes más entrañables de nuestra historia.
Pasados los violentos y difíciles tiempos de la conquista, hacia finales del el siglo XVI se vivía una relativa calma y tranquilidad en nuestro país. Para acabar con las rebeliones de indígenas, la administración del virrey Francisco de Toledo (1569-1581) ordenó, con buenos resultados, la reubicación de las comunidades andinas. A ello se sumaba una creciente religiosidad popular, producto de medio siglo de agresiva evangelización por parte de las órdenes católicas. En ese contexto nació Martín Porres, en Lima, el 9 de diciembre de 1579. Era hijo del español Juan de Porres y de una negra liberta, la panameña Ana Velásquez.
Poco se sabe de la infancia de Martín hasta su ingreso, a los 15 años de edad, al convento de los dominicos (la actual Iglesia de Santo Domingo, a una cuadra de la Plaza Mayor) en calidad de “donado”; es decir, sirviente. De ahí en adelante, casi todos los testimonios sobre Martín están cubiertos por un halo de místico y sobrenatural; aunque hay también esfuerzos históricos serios para reconstruir su vida, como el libro que le dedicó el historiador José Antonio del Busto.
Según Del Busto, Martín desempeñó los más humildes oficios con entusiasmo y verdadera dedicación: desde “negociante en especies y en hierbas medicinales” hasta “barbero-sangrador… quien ayuda a sangrar heridas, aliviar dolores, aplicar hierbas y emplastos”. Recién a los 24 años se le permitió ingresar a la orden dominica como “hermano”. Poco después se convirtió en fraile, asumiendo los votos de pobreza, obediencia y humildad, virtudes que personificó mejor que nadie.
Son numerosas las historias sobre los milagros de San Martín, en las que la realidad se confunde con la leyenda. Pero en todas ellas se manifiesta la preocupación de Martín por las personas más pobres y necesitadas: “En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos”. Así, fundó el asilo de Santa Cruz, en donde dio albergue a los mendigos y huérfanos que encontraba en las calle limeñas.
Dado el gran aprecio de que Martín gozó en vida (se dice que hasta el propio virrey se acercó a demostrarle su respeto), el proceso para su beatificación se inició pocos años después de su muerte, en 1660, a iniciativa del entonces arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez. Sin embargo este proceso se extendió por casi dos siglos y recién concluyó en 1837. Tendría que pasar otro siglo para la canonización, hecha por el Papa Juan XXIII, en 1962. Solo como comparación, recordemos que Juan Pablo II fue beatificado y canonizado menos de diez años después de su muerte.
3 - nov - 2014
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