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A más de doscientos años de su nacimiento, el escritor francés Honoré de Balzac (1799- 1850), sigue siendo considerado como el padre de la novela moderna y una influencia evidente en autores tan diversos como Flaubert, Zola, Dostoievski, James, Proust, y hasta Julio Ramón Ribeyro y Mario Vargas Llosa. De su extensa y valiosa obra suele destacarse el afán de totalidad del conjunto de más de noventa novelas, a las que él mismo denominó ambiciosamente La Comedia Humana.
En realidad su proyecto personal era más ambicioso, pues consistía de 105 novelas distribuidas en seis series complementarias: escenas de la vida privada (32), de la vida de provincia (17), de la vida parisiense (20), de la vida política (8), de la vida militar (23), de la vida de campo (5); además de relatos que él denominaba “estudios filosóficos” (27) y “estudios analíticos” (5). Esta increíble capacidad creativa hizo que un contemporáneo suyo, el escultor Rodin, lo definiera así: “Era el hombre cuyos ojos no necesitaban nada de lo creado. Si el mundo hubiera estado vacío, sus miradas lo hubieran hecho brotar”.
Otro mérito que la crítica suele resaltar en Balzac es su carácter de fundador del realismo literario. Fue uno de los primeros escritores en incluir personas reales, aquellas que se pueden encontrar en la vida diaria, dentro de un contexto elevado y hasta trágico. Antes de él, en la literatura existía una regla clásica de diferenciación de niveles; y este tipo de personas solo podían ser usadas dentro del género cómico-grotesco, como elementos pintorescos y divertidos. El carácter y las peripecias vitales de personajes suyos como Eugenia Grandet, Lucien de Rubempré, o Papá Goriot son fieles reflejos de las de una o más personas que el autor conoció muy de cerca, como él mismo admitía.
El realismo de los personajes se complementaba en Balzac con un cierto “realismo ambiental”, heredado de la novela histórica romántica. Según H. Taine: “Balzac no entraba en el alma de sus personajes de un salto y violentamente, como Shakespeare. Daba muchas vueltas en torno a ellos, describía la ciudad, luego la calle, luego la casa, las puertas, los cuartos... Al llegar a los personajes describía sus movimientos, la curva de su nariz, sus gestos, sus parpadeos...”. Y este “realismo ambiental” abarcaba también a las acciones, móviles ocultos, intereses económicos y mecanismos sociales, llegando por eso a describir de una manera imparcial y fidedigna el carácter y la dinámica de la sociedad de su tiempo. De ahí que los grandes teóricos del marxismo tomaran la obra de Balzac (un monarquista confeso, obsesionado con su propio ascenso social) como el mejor y más fidedigno retrato de la sociedad burguesa de la primera mitad del siglo XIX.
Mucho se ha escrito también acerca de los defectos literarios de Balzac. Sobre su estilo se ha afirmado que “era una cascada, un torrente avasallador; sin orden, sin disciplina, sin armonía” (J. Torres Bodet); de sus personajes que, como los de las novelas románticas, tendían demasiado al melodrama y a la extravagancia. Pero estos defectos, atribuibles a lo abundante de su producción y a lo ambicioso de su proyecto literario, no han impedido que sea uno de los autores más admirados tanto por los intelectuales más rigurosos (Lukács, Auerbach, Curtius) como por el gran público lector. Y eso es precisamente lo que lo ha convertido en uno de los grandes clásicos de la literatura universal.
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