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En la noche del último jueves nos dejó Edgardo Rivera Martínez, uno de los escritores peruanos más apreciados y admirados de la actualidad. Y no solo por la calidad de su obra —en la que destacan la novela País de Jauja (1993) y cuentos como “Ángel de Ocongate” (1982)— sino porque en ella, mejor que en ninguna otra, se produjo una armoniosa conjunción de nuestro legado andino y prehispánico con la tradición literaria española y europea en general. Diríamos que ese es en realidad el gran tema de su narrativa, desde los cuentos que constituían sus primeros libros hasta sus novelas, un género literario que recién abordó pasados los 60 años de edad, y en el que destacó claramente. Recibió numerosas distinciones y reconocimientos, como el Premio Nacional de Cultura 2013 “por sus significativos aportes a la literatura de nuestro país, a través de obras que muestran la superación del indigenismo para una comprensión integral de la identidad peruana”.
Edgardo Rivera Martínez nació en la ciudad de Jauja (Junín), el 28 de septiembre de 1933, en el seno de una familia de clase media y tradicional, que incluso tenía algunos terrenos en las afueras de la ciudad. Hizo sus estudios de primaria y secundaria en Jauja, y después (en 1952) se trasladó a Lima para continuar su formación en la Universidad de San Marcos, en la Facultad de Letras. Ahí se acentuó su interés en la literatura y en la cultura europea, especialmente en el idioma francés. Así, gana una beca para continuar sus estudios en Francia, en la prestigiosa Universidad de París (La Sorbona). Regresaría al Perú en los años sesenta, para obtener su doctorado en Literatura (con la tesis “Referencias al Perú en la literatura de viajes europea de los siglos XVI, XVII y XVIII) y para dictar cursos de Literatura Francesa y Lenguas Clásicas en la Universidad de San Marcos y en la Universidad Nacional del Centro (Huancayo).
Es en esa época que inicia su producción literaria, con los relatos reunidos en los libros El unicornio (1963), El visitante (1974), Azurita (1978), Enunciación (1978) e Historia de Cifar y de Camilo (1981). Se trata de excelentes cuentos, en los que destaca “la prosa rítmicamente elaborada y la magia musical de la frase”, según el crítico Ricardo González Vigil. Temáticamente, los primeros relatos se pueden calificar como “andinos”, y muestran a un narrador realista, dotado de un especial lirismo y tratando de retratar la terrible miseria en que viven la mayoría de los pobladores de nuestra sierra. Pero poco a poco los relatos van ampliando sus referentes —abarcando además de universo andino, el mundo urbano limeño— y adquiriendo también una cierta dimensión fantástica. La conjunción de todos esos elementos se produciría a partir de los años ochenta, y alcanza especial notoriedad cuando Rivera Martínez gana la primera edición del concurso El Cuento de las Mil Palabras con “Ángel de Ocongate”.
Rivera Martínez es autor de algunos de los mejores libros de cuentos de la literatura peruana de las últimas décadas, como Ciudad de fuego (2000) y Danzantes de la noche y de la muerte (2006). Pero sin lugar a dudas será siempre recordado como el autor de la novela País de Jauja, la historia de la formación de Claudio, un joven fascinado tanto por la cultura occidental clásica como por las tradiciones andinas de su Jauja natal. Esa propuesta se continuaría desarrollando en El libro del amor y de las profecías (1999) una novela con la misma temática y también ambientada en Jauja, aunque el protagonista (Juan Esteban) es ya un adulto de 30 años de edad. Y también en Diario de Santa María (2008), solo que aquí desde la perspectiva femenina, pues la novela no es otra cosa que el diario que escribe la joven Felicia mientras cursa el último año de secundaria en el colegio Nuestra Señora de Santa María (un internado religioso en Jauja). Este importante ciclo novelesco culminaría con A la luz del amanecer (2012), en el que un protagonista ya maduro y cercano a la muerte, rememora diversos momentos de su vida.
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