¿Artistas o líderes de opinión?

“Todos tenemos una opinión sobre Donald Trump. Me reservo la mía. La política polariza a las personas. Si me siento aquí y digo que odio o amo a Trump, alguien dirá ‘oh, ya no me gusta tu música’. Es tonto, es por ello que solo hablo de música”. Esa fue la respuesta del vocalista y guitarrista de Metallica, James Hetfield, al diario La Tercera de Chile cuando le preguntaron (en el 2017) su opinión sobre el actual presidente de Estados Unidos. Hetfield sabe diferenciar su vida pública y profesional de sus opiniones personales (en este caso, políticas). Algo digno de aplaudir porque hoy en día es cada vez más frecuente que los artista y músicos populares digan —en entrevistas para los medios o a través de las redes sociales— todo lo que piensa respecto a un tópico político de su país, el país que visitas o cualquier tema de política internacional.

Y son muchos los casos en que estos artistas terminan convirtiéndose en “opinólogos”. Algunos ejemplos: el grupo mexicano Café Tacuba se pronunció sobre el caso Las Bambas cuando visitaron el Perú en el 2015. Luego de eso, Billie Joe Armstrong, líder del grupo Green Day, en cada momento que puede le lanza balas al mandatario norteamericano; Bomba Estéreo busca en sus redes sociales promocionar su ONG Siembra Conciencia, la cual busca concientizar sobre la preservación del medio ambiente en el mundo (principalmente en Colombia); Maná hablando sobre DD.HH. en todos sus conciertos y entrevistas —por ello incluso han ganado el trofeo a la “persona del año” por parte de la academia de los Latin Grammys el año pasado—; y Lali Espósito, cantante argentina, siempre sale en defensa del feminismo.

Se podría escribir un libro completo con las opiniones de solo los cantantes mencionados. Pero vayamos al grano: ¿los artistas musicales se vuelven líderes de opinión una vez que llegan a consolidarse? Por supuesto que no, ya que su función es la de componer, ejecutar y promocionar su material musical. Además, al exponer una opinión sobre un tema político o social pueden crear cierta controversia, tanto para su personaje público como para su marca. Sobre todo si se trata de política, la ciencia social que más divide a las personas y las llena de fanatismo irracional.

Sin embargo, en la práctica, estos artistas sí tienen poder para convencer a las grandes masas a pronunciarse sobre ciertos temas, puesto que los fans prefieren escucharlos a ellos antes que a un intelectual. Basta que un artista publique un tuit o digan en un concierto “vete lejos, Fulano” para que innumerables personas lo repitan. la masa de fans no llega a analizar por qué pasa algo en el mundo, simplemente repite la consigna “porque lo dijo X, y si lo dijo él, por algo será”.

No confundamos lo siguiente: un artista como persona natural tiene todo el derecho de expresarse sobre cualquier tema. No obstante, un artista consagrado tiene, en algunos casos, demasiado poder, y si no lo utiliza de buena manera, su propia carrera puede ser el precio a pagar. Roger Waters se ha ganado millones de críticas a raíz de su defensa de la dictadura chavista. Pensó que son su “poder” —que, según la definición de Manuel Castells es: “la capacidad relacional que permite a un actor social influir asimétricamente en las decisiones de otro grupo social de modo que se favorezcan la voluntad y los intereses del actor primario (…)”— iba a hacer cambiar la actitud de Trump y del Grupo de Lima.

No por nada el líder metalero decidió no hablar de Trump. Y Emilio Estefan siempre repite que el poder de líder de opinión “canjeado” por sus cosechas como productor siempre hay que usarlo con mucho cuidado y respeto.