Hugo Neira

Visita de Voltaire y el Tribunal Constitucional

Visita de Voltaire y el Tribunal Constitucional
Hugo Neira
11 de septiembre del 2017

El derecho del individuo sobre el del ciudadano

TC: «Las bancadas tienen permiso para separarse» (El Comercio, 30.08.17). Por mi parte, no razono desde esa juridicidad, sino desde otras disciplinas, ciencias políticas e históricas. Estas, por ser universales y no sometidas a los intereses particulares o sectarios. El TC argumenta desde «los derechos a la libertad de conciencia». Estoy en este punto cuando siento un ruido (nocturno). Ocurre que por una escalera de caracol que usaron de improviso Maquiavelo, Hobbes, esta vez François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. Lo saludo y él me responde con una venia muy siglo XVIII.

-No veo un sillón Voltaire, querido amigo.

-No señor, se ha equivocado, el del sillón Voltaire es Alfredo Bryce Echenique.

-Veo que tiene, señor Neira, mi Cándido o el optimismo, se vendió a 20,000 ejemplares por año. Pero no veo mi Tratado sobre la tolerancia, de 1763, en el cual me batía por defender a un protestante que habían metido en la Bastilla, sin ser yo protestante. ¿Me prefiere irónico que filósofo?

-No somos muy dados a la tolerancia, señor Voltaire. En realidad, nada tolerantes. Deshacemos al enemigo, lo aplastamos. Con leyes de esas que ofenden a la razón y hasta el sentido común.

-Vamos a ver, ¿lo del TC no es cierto? ¿Me permite saber cuáles son los argumentos de los juristas de esa Corte?

Le entrego el texto de parte de la sentencia y Voltaire la lee en silencio.

-Veo —me dice— el triunfo del individuo. La «libertad de conciencia» para hacer lo que a uno le dé la gana. ¿Qué le ve usted de defectuoso o temible?

-Precisamente. Han pensado en el derecho del individuo y no en el derecho del ciudadano. ¡Se olvidaron!

-¿Me puede usted explicar por qué el ciudadano peruano resulta agraviado por la plena libertad de su representante?

-Señor, permítame un ejemplo. Somos una sociedad profundamente católica. Y una mayoría de peruanos está en contra del libre aborto. Muchos sostienen que el feto ya tiene alma, pero no entremos en metafísicas. Imagínese, pues, que compita para ser representante en el 2021, con el pacto implícito de defender la abrumadora corriente conservadora y gano una curul. ¿Y a la semana me paso a la bancada pro libre aborto? Al hacerlo he roto mi pacto con mis electores.

-Y también con el contrato social, dice con ironía Voltaire. El de Rousseau, con quien no tuve buenas migas. Pero el Perú se volvió roussoniano, «la voluntad general de los pueblos» y su contraparte, las obligaciones, ¿salvo los representantes? ¡No han leído a Benjamín Constant!

- Ni Constant ni otros, se miran el ombligo. Y cambiaron el nombre y escamotearon la función misma del legislador. En 1992 se había cerrado un Parlamento y, por presiones exteriores (la OEA), el gobernante reabre algo llamado Congreso. Cualquiera es congresista, es decir, ser parte de una reunión de profesionales. Congresos de médicos, etc. Diputado es otra cosa.

Voltaire, sentado en un humilde sillón:

-A un ciudadano lo representa un diputado a quien ha cedido su poder, temporalmente. En mis días, lo usaban los ingleses.

-Exacto. Si el diputado en Lima es azul, detenta un poder (que no es un bien personal) y no puede ni debe, por capricho o interés, pasarse al de color verde o morado. ¡Pero el TC acaba de privatizar el poder Legislativo! Actúan como si trataran de una transacción comercial. En el ejemplo que daba, me habría puesto de acuerdo con clínicas privadas, y cambiaría de bancada para hacer business. ¿Por qué entonces no vender los puestos públicos? Se hacía en el periodo colonial.

Voltaire: -A ver si lo entiendo. En su Perú que se llama republicano (sonríe), ¿la más alta autoridad legal está creando una capa de privilegiados que tienen derecho a romper sus pactos? Algo que se parece a los duques y condes de mi tiempo. ¡Qué divertido!

-Señor Voltaire, mis paisanos nunca han apreciado el parlamentarismo. No entienden a su paisano Montesquieu. ¿Para qué tres poderes? Bastaría con uno. Dicen que detestan a los tiranos, pero en silencio, los aprecian. Amaron a Leguía y a un militar, a Odría, porque los hizo prosperar materialmente. Ahora quieren un magnopresidente. No el que hay ahora. El que venga. Lo del equilibrio del poder los tiene sin cuidado. Alguien con «pantalones, mano dura, etc». ¿Regresión cultural y regresión política? Ya veremos.

-Me temo, Neira, que se imponga un futuro autócrata. En el siglo XIX tuvieron su guerra interminable de caudillos. Van a tener otro siglo de déspotas. Ojalá fueran al menos ilustrados. Como mi amigo Federico II.

-No los hay, señor. El último fue Fidel Castro. Los quieren cada vez más ignorantes. Tuvimos la peor educación del planeta por unos treinta años, y ahora el inmenso partido de los que no leen ni libros ni diarios, llevará su César a ese inmueble deshabitado que llaman Palacio. Entre tanto, adiós todo tipo de mayoría parlamentaria. Sea naranja, o mañana roja o morada. Quieren un presidencialismo a todo meter. A la vez, detestan el poder si este se ejerce. Nadie sabe lo que quieren los peruanos porque los peruanos mismos —subjetivamente— no lo saben. Entonces señor Voltaire, en un país así, es «mejor reír que llorar».

Hugo Neira

 
Hugo Neira
11 de septiembre del 2017

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