Carlos Hakansson
Una reflexión sobre la forma de Estado
Debe adecuarse a la realidad cultural, territorial y lingüística del país
Los procesos de independencia iberoamericanos a inicios del siglo XIX se caracterizaron por una sucesión de textos constitucionales. Entre ellos, el caso peruano presenta singularidades notables. En primer lugar, Perú fue el último bastión realista. La efímera Constitución peruana de 1823 se aprobó sin consolidar la emancipación y fue suspendida tras la llegada de Simón Bolívar, líder de la corriente libertadora del norte, que culminó con las batallas de Junín y Ayacucho en 1824. A pesar de alcanzar la autodeterminación política, las asambleas constituyentes de 1823, 1826 y 1828 enfrentaron dificultades para decidir entre mantener la monarquía u optar por la república, así como sobre la forma de Estado y de gobierno. En resumen, dado que la independencia fue promovida mayoritariamente por ejércitos extranjeros en lugar de peruanos, no sorprende que el proceso de emancipación careciera de una idea clara o una nueva dirección para construir una comunidad política.
En contraste, la Convención Americana, convocada para discutir las deficiencias de una fallida Confederación, resultó en la decisión popular de fundar una unión más perfecta: una república moderna, un Estado federal, una Constitución codificada y el presidencialismo como nueva forma de gobierno. Este desarrollo fue distinto, pero marcado por una frase de Giovanni Sartori: el presidencialismo estadounidense funciona, a su manera, porque los estadounidenses están decididos para hacerlo funcionar.
Volviendo al Perú, las decisiones sobre la forma de Estado no siempre se reducen a dos opciones, unitario o federal, ya que existen otros ejemplos que no encajan en estas categorías, como el Reino Unido, que es una Commonwealth, es decir, una unión en torno a una misma Corona mediante relaciones bilaterales con los distintos territorios, incluso de ultramar. La decisión de optar por una forma de Estado debe basarse en un estudio de la realidad cultural y geográfica del país. El caso de Suiza es un ejemplo notable de federalismo consensuado, fundado en un pacto de unidad que respeta las diferencias culturales, lingüísticas y religiosas.
La pregunta que nos hacemos es si un país dividido por una cordillera y compuesto por costa, sierra y selva, con una población uninacional y pluricultural, debió asimilarse al concepto de Estado unitario, federal u otra forma innovadora que atendiera a su especial realidad. El fallido intento de Confederación peruano-boliviana debió continuar para el Perú mediante un órgano superior que velara por su desarrollo integral, respetando las competencias locales de los territorios y las competencias compartidas con sentimientos en común: la peruanidad.
Estas interrogantes deberían retomarse en una revisión del proceso de regionalización que, después de veinte años, no ha producido el desarrollo esperado para todo el país. Lo triste es que las ideas de importantes pensadores del país (Basadre, Belaunde y Mariátegui inclusive), recordados por los ensayos sobre el Perú y sus posibilidades, no fueron debatidas en las diferentes e históricas asambleas legislativas durante la república, quedando relegadas a debates políticos y académicos aislados, sesgados e ideológicos, así como a una educación escolar direccionada que no las compara entre sí para enriquecer el debate nacional con posiciones distintas y enriquecedoras.
En conclusión, las formas de Estado se edifican a partir de la realidad cultural, territorial y lingüística del país. La mejor forma es mediante una organización que desde fuera se mire como un todo integrado, pero que hacia adentro respeta las diferencias.
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