Pedro Olaechea
Una amenaza de verdad
La cuestionable reforma política que nos quieren imponer
El suelo tembló, el mar se retiró, en el cielo éramos testigos de un eclipse, un volcán estremecía la tierra prometiendo ríos de lava. Entre todo el humo, vi salir un ratoncito. Esa fue mi sensación al conocer en el Congreso de la República los seis proyectos de ley de reforma política del Ejecutivo. Se hablaba de ellos como si fuesen una verdadera revolución y, entre tanto humo, solo acabamos decepcionados.
Todos los proyectos están basados en el trabajo de un grupo de “notables,” elegidos en “dedocracia”, expertos en muchas cosas, menos en derecho constitucional y sin experiencia en trabajo partidario. Lo que sí sabemos es que los “elegidos” se convirtieron en una fuente de sabiduría perfecta. Cualquier crítica era imposible.
Presentaron, en una y sin anestesia –como dicen los jóvenes–, una serie de reformas constitucionales y amenazaron con que estas tenían que ser aprobadas tal cual estaban planteadas, y encima en 15 días. ¡El Ejecutivo no puede responder ni un simple requerimiento de información en 15 días, pero quiere aprobadas reformas constitucionales en ese plazo! De locos.
Creí inocentemente que el respeto por el Estado de derecho y la separación de poderes, como base de nuestra democracia, dejaba claro que la aprobación de las propuestas constitucionales era una tarea propia del Congreso de la República. Tendremos nuestros defectos, pero los ciudadanos nos entregaron, en las últimas elecciones, el poder para legislar. Sin embargo, parece que mi razonamiento contenía un error de concepto y grave, pues los “notables” ya presentaron la solución a todos nuestros problemas, y no se admiten mejoras.
Ahora, me parece importante —tomando en cuenta que estos sabios no fueron designados por elección popular—, que si les estamos dando tanto poder, ellos se hagan responsables de las consecuencias de las reformas que nos imponen. Tal vez deban entregar garantías solidarias, tangibles y bancables, pues si sus geniales ideas no funcionan, al menos deberíamos poder cobrar por daños y perjuicios. Es importante que también entiendan que sus ideas pueden tener consecuencias que terminen costándonos mucho.
Hasta ahí la tragicomedia. Ahora soñemos un poco con lo que hubiésemos querido que se proponga con tanto empeño e ímpetu. Yo hubiera preferido que propongan una gran tarea pendiente: terminar con la regionalización. Hoy tenemos regiones donde antes habían departamentos, y se les ha dotado de ingentes presupuestos, divididos entre todos los niveles del gobierno. ¿Está funcionando?
Veamos el caso de Puno. El gobierno regional recibe S/ 1,130 millones para gasto corriente (sueldos y salarios) y alrededor de S/ 140 millones para capital (obras). Esto quiere decir que para administrar un sol, en Puno, se gastan diez soles. Durante mis visitas a otras regiones, y tras revisar sus presupuestos, he encontrado que esto es una constante. Lo es a través de todo el aparato estatal. Solo preguntémosle a los bomberos cómo les va, por ejemplo.
El Estado se ha convertido en una agencia de empleos. Entre el 2010 y el 2016 se ha duplicado el gasto corriente. ¿Cuánto nos va a durar? ¿Qué pasará cuándo la economía deje de crecer?
Entre el 2007 y hoy, hemos triplicado el presupuesto de la Nación, pero ¿ese crecimiento ha ido de la mano con la mejora de los servicios básicos? ¿Nuestro servicio de salud es tres veces mejor? ¿El país es tres veces más seguro? ¿La educación es tres veces de mejor calidad? Con razón existe tanta frustración entre los ciudadanos.
El presidente perdió una gran oportunidad. Debió tentar, por ejemplo, dos cambios que tendrían importantes resultados: la estructura regional y la elección por distrito uninominal. En el primer caso, pudo plantear que de 25 regiones pasemos a tener 8, como propuso el geógrafo Javier Pulgar Vidal. ¿Se imaginan lo que serían los presupuestos sin la necesidad de repetir tanta burocracia?
Por otro lado, pasar a tener distritos uninominales hubiera acabado con el problema de representatividad que tenemos. Ahí sí se podría decir: “yo sé quién me eligió y a quién represento”. Sin embargo, seguimos pensando en si preferimos hormonas o neuronas.
Esperaba con interés más ideas de este tipo. Para nadie es un secreto que tengo discrepancias con el Ejecutivo, pero bajo ningún motivo hubiese pedido que mi forma de pensar se impusiera como la última palabra, como una bula papal del medioevo o un ucase en la Rusia imperial.
Necesitamos un primer consenso en cuanto a una serie de políticas nacionales, como la reducción del número de distritos. De esta manera, las obras que se planifiquen tendrían un mayor significado para las regiones. Concentrémonos en mejorar la vida de los ciudadanos, de forma sostenible, y dejemos las amenazas de lado.
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