Hugo Neira

Un mundo con malestar y cólera

Cuando desaparezca la peste, volverán las protestas

Un mundo con malestar y cólera
Hugo Neira
04 de abril del 2021


No vamos a hablar del Covid-19 sino de la serie de estallidos y protestas de pueblos enteros que comenzaron antes del coronavirus. En el 2020, millares de ciudadanos en las calles, en manifestaciones de gran envergadura, y hubo acciones de desórdenes como incendios y toma de plazas públicas. Estamos hablando de una protesta planetaria de orden político y social, antes de la crisis de salud de nuestros días. Muchos piensan hoy que ese mundo del 2019, era una suerte de paraíso. Antes de la peste, hubo visiblemente reclamos diversos, por ejemplo, los «indignados» de Madrid, del partido Podemos. O el millón de ciudadanos en Santiago de Chile por el alza del precio del ticket para viajar en el metro y otras tarifas aplicadas por el presidente Piñera, que luego tuvo que anularlas. ¿Pero eso es todo? Si fuera así, no escribiría esta nota. Antes del coronavirus hubo la protesta mundial. Quizá lo hemos olvidado. Pero cuando desaparezca la peste, volverá la protesta. Y eso no se cura con vacunas. 

Lo que había pasado en América Latina y Europa en esos años sin peste, lo dejo para más adelante. Comencemos por el fastidio y la rebeldía en zonas que solemos olvidar. Por ejemplo en Sudán, en el África, estalla la cólera popular desde diciembre del 2018, por una grave crisis de liquidez y la falta de gasolina. Marchan hacia la capital, Jartum, y piden la destitución de Omar al-Bashir, que gobernaba desde 1989 y cae en abril de 2019. Mediante un acuerdo entre militares y ciudadanos es arrestado, y se llama a unas elecciones para el 2022. Y estoy seguro que el amable lector probablemente ha escuchado hablar de la «Primavera árabe», pero lo que quizá no se ha dicho es que ese movimiento, que comenzó en el 2011, se extendió de Yemen a Siria, Egipto, Libia, y gira hacia Marruecos, Irak, Argelia, Omán, Qatar. El Medio Oriente. Y sin embargo, hay una «Primavera de Praga» y a la vez, el movimiento Occupy Wall Street en Nueva York. Como diría ese filósofo que fue Cantinflas, «ahí está el detalle». La generación del descontento es popular y a la vez, heterogénea. En el Asia, ni la poderosa China se escapa, le dicen 'no' en Hong Kong. Lugar en donde hay 24 partidos divididos en tres posiciones, los pro Beijing, los pro democracia y los locales. 

No todo fueron victorias para el pueblo. En Irán, en noviembre de 2019, se anuncia el alza del precio de la gasolina, y estallan manifestaciones en diversas ciudades. Una centena de muertos en cuatro días, y unos miles son arrestados. En Argelia, cercanos a una elección, la posibilidad de que Abedelaziz Bouteflika sea elegido por quinta vez, provoca que centenas de miles de argelinos salgan a la calle en febrero del 2019. Bouteflika tira la toalla en abril del mismo año.

Este fenómeno de poblaciones que se sublevan ante el poder establecido, no solo ocurre en Bagdad o en Argelia. Veamos qué pasó en Ecuador, aquicito nomás. En octubre del 2019, el gobierno anuncia un programa de austeridad, o sea, la supresión de subvenciones para los carburantes. El precio se vuelve el doble. La huelga general es la respuesta popular. Visto que todo el país se paraliza, Lenin Moreno renuncia a aplicar esas medidas. ¿Qué había pasado? Los rebeldes y descontentos formaron una alianza de indígenas, trabajadores, mujeres y jóvenes, «como plataforma de lucha». En Venezuela, en mayo del 2018, es reelegido Nicolás Maduro, y los venezolanos salen a las calles. Pero la represión se impone. Juan Guaido se proclama «presidente interino». Entre tanto Venezuela agudiza su crisis económica y social, una megainflación, penurias que hacen insoportable la vida corriente de los venezolanos. Y en Bolivia, Evo Morales se presenta para un cuarto periodo de mando, pero diversas fuerzas, entre ellas los militares, se lo impiden. Evo se refugia en Argentina. Sin embargo, las nuevas elecciones del 2020 las gana un candidato de su partido. Y en Colombia, en noviembre de 2019, un concierto de cacerolas se organiza contra la postura ultraliberal del presidente Iván Duque. ¿Qué ha provocado que millares de ciudadanos del mundo entero hayan salido a las calles para reivindicar sus derechos? Hay que desechar la idea de una suerte de Internacional revolucionaria, eso ya no existe, eso era cuando el Kremlin manejaba la IIIa Internacional. La Rusia actual de Putin suele entrometerse con usos electrónicos, como en la Inglaterra del Brexit o en los servicios a Donald Trump ante la candidata Hillary Clinton en las elecciones del 2016. 

El fenómeno de la protesta múltiple y variada por todo el planeta —insisto— antes de la peste del coronavirus, me lleva a alguien que conoce a fondo unos y otros estallidos, y ese observador es Gary Younge, periodista que viaja por todo el mundo, y a la vez, profesor en la Universidad de Manchester, Gran Bretaña. Si el lector quiere seguir sus artículos, los encontrará en The Guardian de Londres. Según su opinión, es un enfrentamiento entre «el despotismo y la corrupción». Ante lo que pasa en el mundo entero, Younge dice: «ha sido un decenio explosivo. Millones de manifestantes han desfilado, ocupando espacios públicos, incluso con sit-in, o sea, se sientan en el suelo y se quedan». La represión del orden los limita pero no los desaparece. «Los pueden llevar a las prisiones, pero por su parte siguen con sus pillajes, a la vez llenan las calles con bandoleras, a veces con eslóganes, o formando un lobby o grupo de presión», y de esa manera «sus acciones desafían a los tiranos, se mofan de los gobiernos y producen una metamorfosis de la geopolítica. Y dada su actividad, caminan hacia la transformación de los viejos partidos políticos, al crear una fuerza novedosa». No los llamaría populistas, un concepto demasiado indeterminado. No se les puede llamar de izquierda o de derecha, son algo nuevo

Todo eso tiene una causa. La globalización. Esa economía y articulaciones más allá de las fronteras, por un lado es ventaja, por el otro, nuevos e inesperados conflictos. Cierto, «los pueblos están en rebeldía. «Un mundo en cólera», portada de Courrier International. Cierto, hay un malestar general. Malestar, qué palabra tan precisa y a la vez, polisémica. O sea, de diversos contenidos. Personal o numeroso como una muchedumbre, quiere decir incomodidad, desasosiego, ansiedad, inquietud, molestia, pesadumbre, congoja, nerviosidad, disgusto, fastidio, tedio, intranquilidad. ¿Y qué puede producir esa crisis en un planeta pleno de naciones, religiones y costumbres tan diferentes? Países pobres o avanzados y ricos, nadie escapa. Cualquiera que tiene un puesto estable puede perderlo. O si tiene ahorros en los bancos, puede haber una crisis financiera como la del 2008, y perderlo todo. En suma, la actual mundialización neoliberal es un sistema sin centro alguno. O sea, todo puede ocurrir. 

De las grandes desigualdades de nuestro tiempo, proviene la raíz de la cólera, la percepción de perder lo que habían conseguido las clases medias, que se empobrecen de nuevo (véase Thomas Piketty, Capital e Ideología), incluso en las sociedades capitalistas más avanzadas. Somos una generación excepcional. Hemos visto el colapso del todo Estado, la obra de Stalin y los países llamados socialistas. Y ahora, el todo mercado en estos años y en países donde aumentan por doquier los multimillonarios —inclusive los hay en China— y cada vez es mayor la distancia entre los que viven con sus salarios y los que tienen rentas. Nada de esto ha ocurrido anteriormente. Y si esto es así, entonces, tenemos que pensar nuestro sistema tanto político como económico, que era bueno para el siglo XX pero no en estas relaciones globales. ¿Cómo hacemos cuando las democracias actuales están compuestas por millones de desconocidos, que ya no son analfabetos ni se contentan con votar cada cinco años? ¿Y cómo se puede tener una economía internacional privada y sin límites, cuando los ciudadanos son lo público, la vida de cada día? ¿Qué instituciones, que no tenemos, pueden reunir la jurisdicción de lo internacional privado y los seres humanos, en la jurisdicción de lo público? Entre tanto, movimientos de resistencia como los gilets jaunes de los franceses, que marchan cada semana, pero sin líderes ni soluciones. Ocurre que los pueblos han aprendido el arte de la desobediencia. En Europa, la gente no soporta las cuarentenas. Y simplemente, desobedecen. 

Resulta claro que ante los problemas nacidos de la imposición de la modernidad que viene de fuera, se necesitan otras prácticas. Por el momento, en todas partes, la inestabilidad del electorado se debe a las divisiones identitarias. Es posible que necesitemos construir «un espacio democrático transnacional» (Piketty). De lo contrario, «aparecerá lo social-nativista». (Más o menos, Antauros en Italia, Francia y Barcelona.) En Europa, las clases populares se divorciaron de las izquierdas. Y esa izquierda encuentra su electorado en los millones de «titulados» (gente con estudios superiores). Es lo que llama Piketty la «izquierda brahmánica». Ya no hay derechas ni izquierdas, la brecha de la educación es lo que separa clases, etnias e ideologías. También algo así por aquí. Veremos qué pasará el 11 de abril. 

Esta es una reflexión personal, acaso solitaria. Más allá de los estereotipos al uso. Una vez en un museo, le preguntan a una persona: ¿Qué es usted? Y dice: « soy un precursor». ¿Y precursor de qué? le contestan. Y responde: «Si lo supiera ya lo diría, y dejaría de ser precursor».

Hugo Neira
04 de abril del 2021

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