Hugo Neira
Toledo extraditado
La mafia que hace fortuna desde cargos públicos es transpartidaria
De vuelta al país y bien custodiado se encuentra el expresidente Alejandro Toledo (2001-2006) cuya puntualidad ha pasado a la historia como la “hora Cabana”. Retorna extraditado por la justicia americana. Tiene cita con la justicia peruana que lo investiga por la corrupción de la Carretera Interoceánica Sur. Hablaron los colaboradores eficaces. Toledo, que en algún momento califiqué de “enigma” (2002), el humilde lustrador de zapatos que se socializó en Estados Unidos cuando adolescente y recibió en el 2001 la banda presidencial, cumplió sus 77 años en los Estados unidos, lejos del país que lo vio nacer y a años luces de su leyenda. Al amable lector, le propongo una pequeña retrospectiva.
Toledo, o la otredad (2001)
El estilo entrecortado de Toledo, sus frases breves, coloquiales, la comunicación que guarda con el público, no es la misma que establece García. Éste es el heredero de Haya, de una familia de aristócratas del espíritu que fueron revolucionarios, grandes intelectuales que hablaban al pueblo desde la doble tribuna del riesgo personal por asumir papeles de rebeldes y a la vez de grandes maestros. Este estilo fue el de los dirigentes apristas sin excepción, y el de Fernando Belaunde Terry, de Héctor Cornejo Chávez, admirables. Pero, ¿fascinaría, hoy día, más que el economista de Stanford que fue lustrador de zapatos cuando niño, que en cada línea de sus discursos, insiste en dos cosas? De un lado, yo no haré esto o no haré esto otro. Y en segundo lugar, proyectos concretos, inmediatos. Estoy diciendo, por mi parte, que la mensajería política del toledismo es sencilla al fundarse en un único principio: esto es posible porque es Toledo quien lo dice. En un país cargado de desconfianza, a lo mejor entra más que otros en la desengañada alma popular. La voz, por lo demás, es gutural, bronca. No es la de un criollo. No habla de paporreta. Toledo pronuncia bien. No es el tono limeño que de siempre fue acelerado. Toledo, hasta en eso, con un tono reposado, de abierto aplomo provinciano, viene a contradecir viejas usanzas. De alguna manera, tras la fonética de uno y otro candidato, se asoman muchas cosas.
He dicho que Toledo representa otra cosa. Representa la otredad. El concepto tiene más circulación en sociedades que han vivido profundas crisis, guerras intestinas, como España de la guerra civil y de los cuarenta años de franquismo. La otra sociedad es la mexicana. La otredad es el otro, el republicano en un caso, el indio en el otro. En el Perú el término es preciso, pero el tema de la otredad, que viene a encarnar por primera vez Toledo en justas democráticas, es soslayado. Es interesante este soslayo. La cuestión es tomada desde el ángulo de que es cholo y que se reclama como tal. La cuestión es tomada con dos sentimientos que no abordan el significado de ese candidato en estas elecciones. De un lado, con humor. “Choledo”, la “´panaca´ sagrada”, el tema de los “apus”, después de un discutido discurso de su esposa en Huaraz. Una revista limeña, que por lo general me agrada, Caretas, diluye el tema. “La República peruana ha tenido más de un gobernante de tez bronceada” (29 de marzo, N° 1663). Nadie dice lo contrario. De lo que se trata es de otra cosa. Nunca ha habido un presidente que acceda por las urnas, de origen indio o mestizo. Nunca. Ni Sánchez Cerro, ni Velasco, ni Odría confirman o niegan la cuestión, porque llegaron por las armas, sin entrar en consideraciones de si uno fue un dictador de izquierda y los otros de derecha. Lo vuelvo a decir, si los peruanos votan hoy por Toledo, estarán votando, por vez primera, por un hombre salido de abajo y de etnia claramente india. Dejemos el eufemismo de lado, “de tez bronceada”. El color de Toledo no viene de algún balneario o club exclusivo. Y yo sí creo que hay mucho de oposición étnica a su candidatura, disfrazada naturalmente de mil excusas.
La candidatura de Toledo, con más razón su posible presidencia, anuncia el ingreso a la temática política de un orden de elementos conceptuales que no ha tenido tratamiento, encerrados en las clásicas categorizaciones de criollo, cholo, indio o mestizo, a lo que se puede sumar “achorado”, igualado, etc. Los nuevos conceptos que ingresarán inevitablemente, que ya ocupan la escena política e intelectual en México, Guatemala, Bolivia y Ecuador, son otros: etnia, nación y multiculturalismo, identidad neoindia. Todos esos términos tienen en común que vuelven a replantear con fuerza en el vocabulario político la relación del Estado peruano con lo que creemos un problema únicamente económico, reducido al tema del campesinado. No estoy diciendo que Toledo sea un agrarista como Zapata o Villa, ni la continuidad de Hugo Blanco, sino que ese problema asomará en los próximos años, y es mejor que sea un hombre como él quien se halle en el gobierno para enfrentarlo. (HN, El mal peruano 1990-2001, Epílogo)
Alejandro. Zona de derrumbes (2017)
Desde la pequeña pantalla, estando fuera del país, me da pena ver cómo se derrumban las casas de la gente en Chiclayo. Y me admira la paciencia y el coraje con que nuestro pueblo afrenta la desgracia de la natura. Los huaicos se toman la libertad de inundarnos como si nuestra sociedad no produjera otros males, un Huascarán de corrupciones. Lo que se revela en torno a Alejandro Toledo me produce un estado de ánimo que es el de incontables peruanos —cólera, pena, asombro—, “el cholo de Harvard” con orden de captura planetaria¡! Y aunque sea graciosa su imitación en la tele, no es hora de comedias, no soy partidario de los que cuentan chistes en velorios. Juan de la Puente, en uno de sus artículos, ha dicho que hay una responsabilidad ética y política, colectiva. Y tiene razón. Lo hemos apapachado demasiado. Me viene a la memoria el rostro de señoras populares que lo chupeteaban como si fuera un pariente, a Toledo lo han querido.
Lo que da realmente pena es que haya acabado él mismo con esa hermosa historia que era la suya. El niño que a los cinco años participa de la migración familiar hacia Chimbote. “Llegaron con el equipaje de la pobreza”, escribe Humberto Jara en Historia de dos aventureros. El padre se convierte en ayudante de pescadores y duermen y moran en la estación ferroviaria. El resto lo sabemos, el canastón de tamales que vendían, los voluntarios del Cuerpo de Paz de Kennedy, el papel de Joel y Nancy Maister, pareja de gringos, y de pronto, lo que tantos peruanos aspiran, “el sueño americano”, Berkeley, Stanford, el fútbol, Eliane. Y el resto que conocemos. Bella historia, por poco, un pesebre en Belén.
Pero la saga misma nace fallada. Desde el origen mismo, la verdad a medias. No nace en Cabana sino en el centro poblado de Ferrer, distrito Bolognesi. Y no estudia economía sino uno de esos inventos americanos, para manejar hospitales, hoteles, aeropuertos. Toledo es doctor en economía de la educación. Lo de Cabana también es mítico. ¿De dónde es realmente Toledo? ¿De esa nueva burguesía depredadora que surge debido a la globalización y que no tiene patria sino los territorios interminables del dinero aventurero? Por qué no negocios con Maiman, en empresas offshore, o el gas por Ucrania, solo dios y Putin lo saben.
Control de daños. Pienso en la gente que se congrega en Perú Posible. Roberto Dañino, Luis Solari, Beatriz Merino, Carlos Ferrero. Y Henry Pease, Rodríguez Rabanal, Juan Sheput, Nicolás Lynch, tantos y tantos, centenares, Kurt Burneo, Oscar Dancourt en el equipo económico de PPK como ministro. Una capa social de profesionales que querían hacer algo políticamente por el país. Y Hugo Garavito que intentó pensar el posibilismo. ¡Qué lástima!, un personal humano de primera, desperdiciado.
Ahora es fácil cargarle las tintas. Pienso en los que tempranamente se dieron cuenta. En una crónica, por el 2002, Fernando Vivas: “ Toledo es un peruano-norteamericano”, en Caretas. Hubo gente, venida de las ciencias sociales, que fueron muy críticos. Pienso en Desco, “Perú hoy, los mil días de Toledo”. Y ahí dicen “el Perú de Toledo confronta un escenario paradójico, una gran estabilidad macroeconómica, una gran incapacidad de la política y un gran descontento social creciente”. Genial, ¿no? En el 2004, no hoy. Qué gracia, cuando está en el suelo. Qué bien por Desco, ¿no? No sea ingenuo, amigo lector, esa revista Quehacer ya no existe. La izquierda no tiene nada que aprender de nadie, ni siquiera de sus revistas.
Se derrumba el propio Toledo. Se derrumban varios partidos. Las agendas de Nadine lo preceden. ¿Qué queda del Nacionalismo? Y van dos. ¿De Fuerza Social de Susana Villarán? Tres derrumbes partidarios. “Significativo”, como dicen los del Banco Mundial.
En fin, muy dados que somos a la magia, a irracionalismos, a apus, al Inkarri, a modas antropológico-delirantes, el derrumbe del “cholo sagrado” es una derrota simbólica que toca su poco a Goyo y al padre Arana, a Acuña que ya medio nazi habla de la “raza peruana”. Eso se acabó. Y la línea imaginaria que se inventaron conchudamente los consultores-periodistas, separando “decentes” de “corruptos”, y que conduce a la ruina a grandes diarios que ellos han vuelto aburridísimos. Derrumbaron los tirajes.
La mafia que hace fortuna desde cargos públicos es transpartidaria. ¿Aprenderemos a ser menos ingenuos? ¿Habrá acaso una reacción saludable? Puede que la gente se envalentone y denuncie coimas, chicas y grandes. Con todo, no está mal esos escándalos. Como decía mi abuelita, que era muy dicharachera, no hay bien que por mal no venga. Y todos nos merecemos un jalón de orejas que nos viene acaso de los altos designios. “Santa Rosa de Lima ¿cómo consientes que en el Perú se chupe tanto aguardiente, alundero le da, Zaña, alundero le da”. (HN, El Montonero., 13 de febrero de 2017)
Toledo. ¿Contigo Perú? (marzo 2019)
Lo de Toledo ha sido el lado negro de nuestra actualidad inmediata. Naturalmente, da pena y a la vez provoca indignación. Aun siendo un expresidente, tenía y tiene —no se ha muerto— una obligación, la de portarse correctamente. Como todo ciudadano que ha tenido tan alta magistratura. ¿Pero enterarse de que la policía de un modesto condado, el de San Mateo en California, tuvo que arrestarlo por ebriedad? Encima, en un lugar público, un restaurante. ¿No podía embriagarse en su casa? Esto ocurrió el domingo pasado a las 10:37 pm. Y lo sueltan el lunes a las 9 am. Encima dijo que no era cierto. Y la señora Karp, que «era un complot del fujiaprismo» (El Comercio, martes 19). Qué vergüenza.
Por mi parte esperé unos días. Quería ver qué decían otros columnistas. Y en efecto, hay diversos artículos. Me interesan, sin embargo, un par de los aparecidos. El de Santiago Roncagliolo, «La presidencia etílica». Y el de Díaz-Albertini, «Vergüenza no, indignación». No es corriente en nuestro país que se nombre a otros comunicadores, pero los menciono porque sus artículos me preceden, y sencillamente, no hay polémica puesto que comparto la «indignación» de Díaz-Albertini y lo de «la presidencia etílica», de Santiago Roncagliolo. Solo que yo extiendo el caso a lo social. [...] Dos varones peruanos no pueden conversar sin ponerse a chupar. El vicio colectivo no exonera a Alejandro Toledo. Pero no hablemos del alcoholismo como si fuéramos cuáqueros o musulmanes. No somos un pueblo de sobrios. Lo digo porque los camiones se siguen cayendo en nuestras carreteras. Por falta de mantenimiento, horarios excesivos pero también el machismo de beber timón en mano. La chupa es un mal nacional. Si no abandonamos ciertas costumbres, nunca dejaremos de ser el país que somos. Como dice el poeta Germán Belli, «descuajeringado». ¿A tal país, tal presidente? (HN, El Comercio, 27 de marzo de 2019)
El mal mayor (setiembre 2019)
Lo que ocurre hoy, comienza a aburrirme. No veo sorpresas sino repeticiones. Hoy volvemos a viejas tradiciones, caudillistas. Don Augusto B. Leguía gana las elecciones en 1919, y por si acaso, da un golpe de Estado. Necesita eso para una constitución nueva a su medida. Hoy, el combate de los clanes —no hay otra manera de definirlos— es algo desconectado del país real.
El mal mayor, querido amigo Carlos Meléndez. Siglo XXI, crece la riqueza peruana, y con ello, ¿la necesidad de capturar el Estado? La avidez de hacerse rico es corriente en cualquier país, pero en nuestro acelerado Perú, no solo se ha corrompido al Estado, sino una parte de la sociedad. La buena pro, a como dé lugar, es la voz. Lo peor está por venir. «Cómo ser déspota sin que se note». Habrá numerosos candidatos presidenciales. Desde ahora lo digo, votaré en blanco. Si es que voto. Hace 30 años que la educación, para los hijos del pueblo en escuelas estatales, la hicieron pedazos. Eso y las tecnologías, no producen conocimiento sino ignorancia. Y un alegre caos. Que será corto. Se viene una sanción popular en las urnas para todos los que hoy creen ser amados. De repente, una revolución. Las revoluciones no las hacen los revolucionarios. Ocurren. El que vive, verá. (HN, El Montonero, 30 de setiembre de 2019)