Dardo López-Dolz

Sobre la relativización de los valores

Sobre la relativización de los valores
Dardo López-Dolz
18 de julio del 2017

La razón y la ley, no el sentimentalismo oportunista

Las democracias solo pueden hacerse fuertes cuando, tras identificar un conjunto de valores morales comunes a su población, consiguen ganarse el respeto en el diario pensar y hacer de sus ciudadanos, lo que permite exigir el seguimiento de esos valores a su gobernantes. Cuando eso se descuida, el pegamento social se licúa o, peor aún, no llega a cuajar.

En el necesario esfuerzo occidental para independizar el gobierno de las jerarquías religiosas de cada país, las élites cultas occidentales caen en el error por exceso al negar los valores y acaban debilitando la estructura de valores propia de todo pegamento social. Europa está casi perdida por ese error, y EE. UU. ha rebotado electoralmente hasta el riesgo de sacrificar algunos de estos valores para salvar otros.

La relativización de la verdad, el bien y el mal, y el pragmatismo químicamente puro permiten que seamos pocos los que resistamos la falta de consecuencia histórica, y entre el dicho y el hecho de algunos funcionarios, y líderes políticos que parecen llevar tatuada en el alma la célebre frase de Groucho Marx: ¨ Estos son mis principios. Si no le gustan, aquí tengo otros¨.

Esa misma relativización moral, que también alcanza a las plumas y lenguas periodísticas, lleva a la desfachatada negación de lo dicho o hecho para acceder al poder o aferrarse a él. Y a esgrimir sin desenfado la doble moral farisaica, tratando con dureza la falta del que piensa distinto, mientras endulza sin pudor el pecado mortal del amigo o correligionario. Para ellos la pena y la compasión son selectivas y olvidan convenientemente que la Ley del Talión fue derogada hace más de veinte siglos; salvo cuando se trata de sus amigos o financistas, para quienes todo sentimentalismo es válido.

La necesidad de fortalecer nuestro sistema democrático precisa que seamos capaces de construir instituciones sólidas, pero las instituciones son entelequias cuya solidez depende de la integridad moral de las personas que elijamos para que las integren. Por eso, si queremos instituciones sólidas, necesitamos formar personas moralmente sólidas y una ciudadanía capaz de exigir consecuencia entre las ideas, palabras y actos. Y también coherencia en el tiempo, por lo menos en los aspectos públicos de la vida de sus autoridades (la vida privada pertenece al fuero de la más íntima libertad y no es siempre accesible a nuestro cabal conocimiento).

Solo los países que han logrado construir un pegamento social de valores han conseguido avanzar siempre aun en épocas difíciles. Coincidentemente, se trata de las democracia y mercados más sólidos del planeta. No hace falta que sean muchos valores, sino que sean sólidamente internalizados por la mayoría.

Empecemos por exigir coherencia verbal y gestual en este país, donde se ha hecho muy fácil emular a Cantinflas de una semana a otra y salir airoso en la lucha por obtener poder o aferrarse a él. Sigamos por anteponer la razón y la ley al sentimentalismo oportunista con aires de complicidad. Continuemos entendiendo que la justicia es darle a cada uno lo que merece, y que no en vano la balanza es el símbolo universal para medir el balance entre los actos buenos y malos de una persona.

Es tiempo de madurar, que la historia (y la economía) no esperan.

Dardo López-Dolz

 
Dardo López-Dolz
18 de julio del 2017

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