Rocío Valverde
Sirenas y sirenos
Animales fantásticos y dónde encontrarlos
Alimentada por los cuentos de fantasía y por el imperio Disney, durante años creí en la existencia de unicornios. Tenía sentido, un animal que era pariente de un caballo y un rinoceronte era algo factible. Por el contrario los caballos de mar eran algo que no tenía sentido en mi minúscula cabeza de ocho años. ¿Un caballo que podía nadar bajo el mar? ¿Y cómo relincharía con esa pequeña trompa? Su anatomía era demasiado fantasiosa como para existir debajo del mar acompañado de anchovetas, tilapias, el cangrejo Sebastián y la sirenita.
Mi ignorancia me acompañó hasta el primer año de universidad, cuando en una clase de zoología de identificación de ejemplares nos mostraron una diapositiva con un hipocampo. Me ruboricé pensando que durante mis últimos 16 años había metido a los caballitos de mar en el mismo cajón mitológico junto con banshees, dragones, kraken y sirenas.
En mi clase de biología había muchos hippies, incluida una de mis mejores amigas. Ella tiene el cabello rizado y moreno que parece nunca va a acabar. Durante un verano ella entrenó delfines y nadó con ellos en un acuario de Madrid. Desde ese momento siempre quiso tatuarse una sirena en la espalda. ¡Ay, la sirena de Monreal! Ella sabe que las sirenas no existen, pero la mitología e historias paganas sobre ellas son tantas que a veces te hacen cuestionar tu raciocinio.
En España existen famosas sirenas: la sirenuca de Cantabria y las lamias de Euskadi. La primera cuenta la clásica historia de una madre preocupada que lanza una maldición sobre su hija marisquera, que la desobedecía faenando en los acantilados más peligrosos de Castro. “¡Que Dios permita que te vuelvas pez!”. Y así pues un día, cuando la joven estaba en el acantilado, cayó al mar donde peleó con la bravura de las olas hasta conseguir posarse en una roca. Se dio cuenta en ese momento de que ya no tenía piernas. Se dice que hasta hoy se puede oír a la joven en las noches de neblina espesa, y que con su canto alerta a los pescadores que están a punto de darse con el acantilado.
El país vasco, Euskadi, es una comunidad llena de seres mitológicos. Su notoriedad es tanta que el mismísimo ayuntamiento promovió el turismo centrándose en las rutas mágicas de la Diosa madre, divinidad vasca; en esta ruta puedes recorrer las montañas en busca de duendes y brujas, o también puedes elegir sumergirte en los manantiales de las lamias. Las lamias de Euskadi son criaturas mitológicas extraordinarias cuya morfología varía dependiendo en donde se encuentren. La parte superior es humana, mientras que las piernas pueden verse transformadas en patas de pato o cola de pez.
Existe una leyenda que cuenta la historia de un pastor que se enamoró instantáneamente, casi como por un hechizo, de una mujer que, sentada en una roca, peinada sus rubios cabellos con un peine de oro. El pastor le pidió casarse con él y la muchacha aceptó. La historia no acaba bien, pues el pastor corrió a contarle a su madre del flechazo y ésta le dijo que le mirara bien los pies a su enamorada, si tenía los pies membranosos esa moza era una lamia. Como en el tango de Gardel, cuantos desengaños, esta vez, por unas patas. El pastor enfermó y murió de tristeza. La pobre lamia lloró su partida formando con sus lágrimas un manantial.
Pero tengo algo que contarle a la sirena de la Teruel. Mi loca amiga puede que todo este tiempo me haya ocultado algo, pues ayer yo vi una sirena. Así es, este avistamiento no fue en una laguna, pozo o ningún otro cuerpo de agua. Ayer vi en realidad a un sireno taxidermizado en el Museo Horniman en el sureste de Londres. La primera pregunta fue: ¿qué están viendo mis ojos y por qué es tan feo?
Esta era un “simio-pez japonés” de acuerdo a la leyenda que acompañaba al espécimen. Era un ser horrible, de dientes puntiagudos, saltones ojos, garras por brazos y una cola de atún hecho. Temo comunicar que este sireno estaba hecho de papel mache, escamas de pez, hilo, cables, arcilla y madera. Una taxidermia falsa alimentó por años la existencia de los temidos sirenos o ningyo en japonés. Si este animal era capturado en las redes de los pescadores más valía devolverlo al mar sin rechistar, ni pensar un instante en comer su carne o tendrías vida eterna. Estas historias fascinaron a los exploradores europeos que comercializaron los ejemplares en sus tierras.
La fantasía se acabó y con la cruda explicación volví a la realidad. Mi niño interior murió un poquito más.
Rocío Valverde
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