Darío Enríquez
Sensatez y sentimientos en medio de la crisis Covid-19
¿Es posible tomar decisiones correctas en un contexto de alta sensibilidad?

En medio de esta gran crisis global sin precedentes, quienes deben tomar grandes e importantes decisiones que afectan la vida de millones de sus conciudadanos tienen muy poco margen de maniobra y mucho en contra: la información sobre el “enemigo” es incompleta y se agregan nuevos elementos conforme pasan los días. No se conoce origen del problema, y aunque la hipótesis de accidente biotecnológico con posterior ocultamiento por parte del Gobierno chino es la más plausible hasta el momento, el tema sigue abierto. Pese a que mayoría de países han optado por cuarentenas y fuertes restricciones para circulación libre de personas con el objetivo de “aplanar la curva”, otros como EE.UU., México y Brasil (550 millones de personas, más de la mitad de quienes viven en las tres Américas) apuestan por decisiones que tengan mínimo efecto paralizante de sus actividades económicas.
Objetivamente no es posible afirmar categóricamente cuál de estas dos macro decisiones es la correcta –restringir drásticamente actividades o continuar operando hasta donde sea posible con mínimas restricciones– pues la incertidumbre se encuentra presente en cada paso que se da. Casi todo es difuso. No hay certezas de nada. No es fácil combinar la atención a necesidades esenciales y al mismo tiempo reducir las actividades económicas al mínimo. Falsos dilemas de salud antes que economía o de economía antes que salud no proceden. Ambas son fundamentales.
Hay una hipersensibilidad respecto del tema, en tanto afecta directamente nuestras vidas como nada lo había hecho antes. Además, hay un ingrediente mediático que –queriéndolo o no– amplifica, distorsiona y hasta trivializa ciertos hechos. Hay que estar siempre atentos. Puede haber gente que libremente lanza a las redes sociales lo que se le ocurre; debemos detectarlos usando sentido común y cierto conocimiento de cifras, incluso verificar algunas si lo creemos necesario. Pero debemos tener más cuidado con las posibles manipulaciones que perpetren los grandes medios de comunicación, porque estos no solo buscan retuits o likes, sino que podrían estar detrás de un pretendido “control social” que, en su momento, fueron sueños húmedos de tiranos como Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Pol-Pot y Castro. Estemos muy atentos.
Deseamos que las medidas que están tomando los diversos gobiernos funcionen; aunque como dijimos, haya un contexto pleno de incertidumbre. Solo Taiwán, Corea y Singapur pueden decir que vencieron (temporalmente) al virus, pero deben seguir esforzándose para mantener un equilibrio aún precario. En el caso peruano, se sabe que estadísticas no muestran cifras reales de infectados debido a que no se toman suficientes pruebas de detección, y eso agrega gran dificultad a una situación de por sí muy compleja.
Esperemos que, llegado el momento, se logre controlar la saturación de servicios de salud y se evite su posterior colapso, que es un grave riesgo potencial que en Europa se hizo penosa realidad, pese a la reconocida calidad de sus servicios sanitarios. Pero hay mucho más en nuestro caso: el factor informalidad. Con un 75% de actividad económica informal, es muy difícil que Gobierno pueda tomar medidas eficaces para contrarrestar los efectos de la paralización económica. También es muy complicado en una economía como la nuestra –estancada hace 20 años en una transición hacia el desarrollo que no termina y que nos hace más parecer que ser– impedir los desplazamientos de quienes viven día a día con ingresos precarios provenientes de actividades informales, sin afectar dramáticamente la atención a sus necesidades más elementales.
Nuestro Estado cobra muy eficazmente impuestos por doquier, en las diversas instancias adscritas a su larga, diversa y burocratizada estructura; pero no cumple con brindar las contraprestaciones mínimamente eficaces a las que está obligado. Es un problema de origen que en casi dos siglos de república hemos sido incapaces de enfrentar y resolver, pero que se ha agudizado en estas dos últimas décadas. Es muy importante que este tema se trate con sensatez y objetividad justo en estos momentos, aunque los sentimientos nos digan lo contrario. Es parte de un aprendizaje social y de nuestro ejercicio como ciudadanos. Una vez que esta pesadilla pandémica quede atrás, tendremos la oportunidad, el mandato moral y el compromiso de enfrentar, por la fuerza de las circunstancias, un rediseño (¿radical?) de nuestras instituciones, de nuestra gobernanza y de nuestras relaciones con el poder en tanto ciudadanos, como no se hizo ni siquiera en los albores de nuestra fallida república ¿Seremos capaces de asumir tal reto?
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